Etiqueta: Scott Pilgrim vs. The World

  • el rocketjump audiovisual pasa por tu moneda

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    Cuando se tra­ta de ar­te cuen­ta más el te­són y las bue­nas ideas que la ne­ce­si­dad de gas­tar di­ne­ro in­clu­so en el mun­do del ci­ne don­de se ba­ra­jan nú­me­ros to­tal­men­te fue­ra del al­can­ce del mor­tal co­mún. Pero si al­guien nos de­mos­tró que se pue­den ha­cer gran­des cor­to­me­tra­jes lle­nos de ac­ción con un ba­jo pre­su­pues­to ese es, sin du­da, Freddie Wong.

    A al­gu­nos de los pre­sen­tes os so­na­rá el nom­bre de Freddie Wong por ser el ga­na­dor del pri­mer tor­neo ofi­cial de Guitar Hero a ni­vel mun­dial y buen vi­deo­ju­ga­dor en sus ra­tos li­bres. Como vi­vir de las ren­tas del jue­go pro­fe­sio­nal es di­fi­cil de­ci­dió se­guir con otro de sus hobbys, rea­li­zar pe­que­ños cor­tos ca­se­ros con su gru­po de ami­gos. Y es con­ju­gan­do sus dos pa­sio­nes don­de en­con­tró el equi­li­brio per­fec­to en el cual con­se­gui­ría ser ya un per­so­na­je mí­ti­co den­tro de la teo­go­nía you­tu­bes­ca. Todo lo que su­po­ne Scott Pilgrim vs. The World en la hi­bri­da­ción de los len­gua­jes del vi­deo­jue­go «yo con­tra el ba­rrio» con el ci­ne de ar­tes mar­cia­les su­po­nen en igual me­di­da los cor­to­me­tra­jes de Wong en el te­ji­do de las cos­tu­ras de los shoo­ters más adre­na­lí­ti­cos en las en­tre­te­las del ci­ne de ac­ción más ortodoxo.

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  • los hijos del tiempo no nacieron para ser devorados

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    Las obras de cul­to, las ver­da­de­ras obras maes­tras, ge­ne­ral­men­te no son en­ten­di­das en su tiem­po por un pú­bli­co más preo­cu­pa­do de mi­rar­se el om­bli­go en una pseudo-intelectualidad aco­mo­da­da que en una ver­da­de­ra re­vo­lu­ción de los có­di­gos socio-estéticos. Esta re­vo­lu­ción tie­ne nom­bres y ape­lli­dos y, ade­más, des­de su mis­mo tí­tu­lo nos de­ja muy cla­ro que vie­ne pa­ra en­fren­tar­se con­tra no­so­tros. Es Scott Pilgrim vs. The World. Y es que co­mo la ver­sión ci­ne­ma­to­grá­fi­ca de un có­mic de cul­to en la ac­tua­li­dad des­per­tó el te­mor de to­dos aque­llos cuan­tos se acer­ca­ban a ella. Ahora bien, el he­cho de que es­tu­vie­ra de­trás Edgar Wright ya nos da­ba cier­ta se­gu­ri­dad aun con la du­do­sa elec­ción de Michael Cera co­mo Scott Pilgrim. El re­sul­ta­do fi­nal es ab­so­lu­ta­men­te perfecto.

    Todos co­no­ce­mos la his­to­ria, un jo­ven de 22 años de Toronto, Scott, se ena­mo­ra de una chi­ca neo­yor­ki­na que aca­ba de mu­dar­se a la ciu­dad, Ramona, y pa­ra po­der es­tar con ella de­be­rá en­fren­tar­se a sus 7 ex-novios mal­va­dos. También ten­drá que en­fren­tar­se a sus pro­pios sen­ti­mien­tos pa­ra po­der es­tar con ella. Y es­te es uno de los te­mas que más y me­jor ex­plo­ta de for­ma con­ti­nua­da la pe­lí­cu­la: el co­mo se crea el amor en su for­ma más ino­cen­te, pu­ra, en una pa­la­bra, real. No de­be­mos ol­vi­dar ja­más que Scott Pilgrim no es más que un ar­que­ti­po del hom­bre jo­ven ena­mo­ra­do que ma­du­ra me­dian­te el pro­ce­so de in­ten­tar es­tar en una re­la­ción sa­lu­da­ble con Ramona. Desde su ob­se­sión al ver­la en sue­ños (el anhe­lo de en­con­trar la mu­jer ama­da), el sen­tir que ella es la chi­ca de sus sue­ños li­te­ral­men­te (el sen­ti­mien­to de ha­ber en­con­tra­do un al­ma ge­me­la se­gún la ve­mos) y fi­nal­men­te, la acep­ta­ción del amor, pro­pio y ajeno, co­mo for­ma de con­su­mar la re­la­ción y la ma­du­rez. Todo es la li­te­ra­li­za­ción de la lu­cha que te­ne­mos to­dos y ca­da uno de no­so­tros cuan­do nos ena­mo­ra­mos. Luchamos con­tra los ex-novios de nues­tras pa­re­jas a tra­vés de la su­pera­ción de nues­tros ce­los y te­mo­res del mis­mo mo­do que so­lo cuan­do no so­lo ama­mos a la otra per­so­na, sino nos acep­ta­mos a no­so­tros, es cuan­do real­men­te po­de­mos es­tar con esa per­so­na. Debemos acep­tar la vi­da y el amor con sus pro­pias re­glas sin de­jar de ser no­so­tros mismos.

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