Blitz, de Elliot Lester
Para explicar por qué en los 70’s hubo un auge absoluto de la hiper-violencia ciudadana dentro del cine de corte más modesto, esas producciones medias rozando con la serie B, hay que acudir a la situación socio-política del momento: la crisis económica, la inseguridad ciudadana y los cambios que ellos conllevan —con especial énfasis en la inmigración y la cada vez polarización más extrema entre ricos y pobres — , produjo que la sociedad fuera caldo de cultivo perfecto para la fantasía de venganza. Abandonados por el estado, con unas políticas de austeridad que oprimieron de forma sistemática a las clases menos pudientes, y olvidados por la policía, la clase media se encuentra con que lo único que separa a la civilización de la barbarie era la posibilidad de una revuelta violenta; se hace necesario encontrar un canalizador de esa imposibilidad. Es ahí donde surgen las películas de Charles Bronson, auténtico canalizador del descontento social de la época, pero también la plasmación fantasiosa de sus deseos. Ante el absoluto colapso en el cual se sitúa la sociedad de su tiempo, ante la perdida de todo valor político o moral, sólo un auténtico super-hombre puede caminar entre las ruinas de la moral para encontrar un nuevo orden de él.
La alusión nietzschiana, lejos de situarse dentro de una forma caprichosa del discurso, es la base a partir desde la cual entender esta clase de películas. Una vez corrompido el sistema, incapaz de intentar nada que vaya más allá de su propia auto-pervivencia a toda costa, sólo el hombre que se salta toda normal moral es capaz de redefinir el mundo; sólo el que es capaz de reinventarse a cada momento, no buscar discípulos que lo imiten ni gente que pretenda erigirlo líder, podrá habitar las ruinas mundanas del pasado. En este sentido lo que nos queda de la figura de El Justiciero no es un modo de actuar tanto como un modus vivendi que se podría resumir en su negación absoluta de las normales morales, edificando nuevas verdades basadas exclusivamente en su poder para imponerlas sobre el mundo. Su figura mitológica se nos presenta como una forma de catarsis, una forma de pensamiento que busca que nosotros apliquemos sus enseñanzas sin intentar nunca seguir sus pasos; es el héroe que muda de piel intentando contagiarnos su esencia, su pensamiento originario, no sus actos.