Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson
Cuando se dice gonzo los más sátiros pueden pensar en pornografía y los más bendítamente apegados a su infancia pueden pensar en los Muppets. Ahora bien, sólo quienes han sabido conjugar su satirismo con su mirada infantil, sabiendo invocar lo mejor de ambos mundos para transitar por el carril de en medio entre cualquier clase de binarismo espurio, pensarán automáticamente en el nombre propio más alucinado que vio nunca nacer Kentucky: Hunter S. Thompson.
Sería pertinente preguntarse, ¿qué es el gonzo? Es un estilo periodístico donde el autor impregna de vivencias personales aquello que pretende narrarnos —enviando, como es obvio, a tomar por culo la objetividad — ; eso ya lo sabemos todos, demos un paso más allá: el gonzo es el encuentro del periodismo con aquello que la literatura supo aceptar al vuelo. Periodismo vs. James Joyce — libro de estilo vs. Ulises. Con Thompson la ética periodística salta por la ventana para situarse en el lugar donde debería estar, en la más profunda de las simas donde puedan ir a buscarlos aquellos que deseen creerse por encima incluso de sí mismos, y a su vez se impregna el relato de la visión particular que el autor tiene de los acontecimientos. Lo importante es el fenómeno y, en tanto fenómeno, como es percibido y aprehendido. El periodismo se convierte en un proceso demencial en el cual la escritura se valida a sí misma en los mismos términos que lo hace a partir de cobrar consciencia la novela de su existencia misma como novela experimental: que le jodan a la narratividad objetiva, nuestro rollo es el estilo.