Katsuhiro Otomo siente una cierta inquietud hacia donde se dirige humanidad, teniendo su muestra más conocida en Akira. Pero no deberíamos obviar que en una obra anterior ya apuntaría en esta dirección en la cual no coincide con el estilo pero sí coincide profundamente con la sustancia. Esta obra no podría ser otra que Domu.
Domu nos habla del caos engendrado por la humanidad, una humanidad encerrada en un dudoso porvenir en el cual los avances tecnológicos y sociales solo parecen enclaustrarlos más en fortalezas de cristal y fantasías de un mañana mejor. Así una urbanización familiar se torna en una pesadilla horrible cuando extraños suicidios y asesinatos empiezan a sucederse dentro de esta, no solo temen ya a la rutina, temen también el no vivir un día más. De este modo nos situamos en un lugar aparentemente apacible, una representación de la seguridad y el confort de la ciudad contemporánea como es la urbanización moderna. Pero donde el estilo cyberpunk de Akira nos llevaría hacia una nueva carne brutal y descarnada el estilo brutalista ‑como el de la urbanización en el cual transcurre la trama- de Domu nos lleva por un campo igual de salvaje pero mucho más místico. La descarnada existencia gris, oscura, que se sucede en un complejo de edificios brutalista acaba produciendo una brutal lucha entre los que están más cerca de la muerte y, a la vez, de la vida. Así se conforma, como ya es constante en su obra, una oposición entre un cierto plano físico, material si se prefiere, contra un campo más mental, místico incluso.
En una urbanización de clases acomodadas los niños juegan ignorantes del papel de su inocencia y los adultos anhelan y temen las fantasías nacidas muertas de los futuros padres asalariados. Entre las paredes de hormigón armado, languidece cualquier pasión posible; la arquitectura es una representación física de los configurados mapas mentales de sus habitantes. El terror adulto en forma de la urbanización como cárcel de los deseos.
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