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    Una de las co­sas más be­llas de la men­te hu­ma­na, en tan­to se man­tie­ne ena­je­na­da de la cien­cia más ra­di­cal, es la ca­pa­ci­dad de crear reali­da­des más allá de su pro­pia men­te. Quizás ima­gi­na­do, qui­zás no, la men­te pa­re­ce te­ner una pre­ten­sión cons­tan­te de tras­cen­der ha­cia al­go más allá del cuer­po; al­go que co­nec­te con un to­do más com­ple­jo. Desde Platón con su mun­do de las ideas has­ta Philip K. Dick con los ra­yos ro­sas que le co­mu­ni­ca­ban La Realidad, el hom­bre siem­pre ha in­ten­ta­do es­ca­par de la reali­dad en la que ha­bi­ta. Según (Carl Gustav) Jüng es­to es así de­bi­do al he­cho de que to­dos es­ta­mos co­nec­ta­dos a un mis­mo sub­cons­cien­te co­lec­ti­vo; la sin­gu­la­ri­dad exis­te só­lo con res­pec­to al va­cío en­tre las gran­des Realidades, los ar­que­ti­pos, que son fuer­zas inalterables.

    De és­te he­cho par­te el one man band chi­leno Poliedro al ar­ti­cu­lar La Manifestación, un dis­co que in­ten­ta in­tro­du­cir­se en una Realidad más allá de la nues­tra pro­pia don­de to­dos es­ta­mos in­ter­co­nec­ta­dos. A tra­vés de un folk su­til con can­tos ca­si li­túr­gi­cos ‑re­mi­nis­cen­cia a lo tribal- y una elec­tró­ni­ca con tin­tes psy­cho­dé­li­cos ‑re­mi­nis­cen­cia de lo que hay más allá de la com­pren­sión na­tu­ral del hombre- nos arras­tran en un via­je cós­mi­co más allá de nues­tro mi­cro­cos­mos. Con un mi­ni­ma­lis­mo ejem­plar y un fan­tás­ti­co uso de la elec­tró­ni­ca am­bient con­si­guen ar­ti­cu­lar un es­pa­cio ex­tra­di­men­sio­nal don­de cual­quier co­sa pu­die­ra ser fac­ti­ble de ocu­rrir mien­tras nos en­con­tre­mos en él.

    Ese más allá del mi­cro­cos­mos, de mi ser en el mun­do co­mo en­ti­dad en un es­pa­cio y tiem­po es­pe­cí­fi­co, se nos pre­sen­ta co­mo un eterno de­ve­nir en to­ta­li­dad; la evo­ca­ción de una con­fi­gu­ra­ción con­sus­tan­cial a nues­tra esen­cia, ya sea di­vi­na o na­tu­ral. Por eso los in­sis­ten­tes bam­bo­leos a los que nos so­me­te con fir­me­za Poliedro in­ten­ta con­se­guir que co­nec­te­mos con un es­ta­do men­tal más plá­ci­do; más allá de nues­tras con­fi­gu­ra­cio­nes men­ta­les co­mu­nes. Aquí no hay cues­tio­na­mien­to cien­tí­fi­co o fi­lo­só­fi­co que val­ga, só­lo un in­ten­to de en­tre­ver aque­llo que es­tá más allá de las no­cio­nes pon­de­ra­bles de la na­tu­ra­le­za del hom­bre. Pero no es una cues­tión de fe tan­to co­mo una cues­tión de de­seo: el an­sia de po­der sen­tir­se co­mo una con­for­ma­ción par­te de un cos­mos cuasi-infinito. La tras­cen­den­cia ocu­rre só­lo en la más es­tric­ta de las in­ti­mi­da­des del individuo.