La adolescencia es un momento problemático de la vida por situarse en los interregnos de la existencia: ya no se es un niño pero tampoco se es completamente adulto; hay una lucha paradójica por intentar conformarse en una entidad equilibrada entre ambos polos. Esta lucha que, bien que mal, nos acompañará el resto de nuestros días produce el terror que le es propio al adolescente. Porque si el adolescente se muestra rebelde e insumiso, no es tanto por un problema hormonal ‑cosa, por otra parte, perfectamente complementaria- tanto como por el hecho de sentir la necesidad de rebelarse contra el mundo que le es pasado y el mundo que aun le es negado. El adolescente es rebelde porque aun no ha cruzado la puerta que le lleve hacia el mundo adulto pero la casa de la infancia ya le es ajena; es una entidad en paradoja para consigo mismo.
La puerta, siempre entendido como umbral que une dos tierras, sería el símbolo que le es más cercana al adolescente, protege en la misma medida que recluye y mantiene ajeno dos mundos diferenciados; induce el cambio entre la esfera de lo público y la de la privado. Ahora bien, los adolescentes se enfrentan ‑como una y otra vez nos explicitó los slashers- ante el terror absolutamente ignoto en esta etapa: el descubrimiento de la sexualidad. Procediendo de la sexualidad pero siendo forma ajena de ella por causa de la estigmatización social que produce el mundo adulto sobre la sexualidad infantil cuando el adolescente deviene en entidad sexual se encuentra que, sus pulsiones, las siente como hecho inapropiado; es incapaz de abandonar el mundo de la infancia, estigmatizado por el adulto, por la visión depredatoria del sexo que le ha sido impuesta. Esto explicaría algunas desviaciones sexuales fascinantes como, por ejemplo, la moda erótica japonesa de lamer pomos.
Como moda extendida a través de Tumblr, específicamente del repositorio de imágenes de chicas lamiendo pomos Doork Nob Girl (ドアノブ少女), ha ido adquiriendo un carácter global ‑aunque siempre dentro del más estricto underground- como una peculiar representación erótica; la pulsión sexual es enfocada hacia un objeto que simula el objeto deseado pero sobre el cual sostenemos un control absoluto. He ahí el resultado de la infantilización de la sociedad que produce que, ante el terror desaforado por el sexo, se busque un modo de convertir esa sexualidad en un mero juego de sombras chinas donde no sea posible la prometida agresividad implícita del mismo. Sin abandonar el espacio acomodaticio de la infancia expresan sus pulsiones sexuales a través de un modo seguro a través del cual no es necesario aventurarse en el peligro de la agresión; si filtreas con otro ser humano corres el riesgo de sufrir una agresión ‑sexual o sentimental- que sin embargo jamás se podrá dar cuando el objeto de tu expresión es un espectador ideal ‑imaginario o real- que sólo ve una representación del acto sin contacto físico real. Ante el terror de la agresión el refugio infantil propone hacer del sexo, mito.
Ante esta tesitura es obvio que en una sociedad extremadamente paternalista, incluso hasta caer en lo patológico, que pretende crear seres humanos funcionales sin los rigores de una educación en los valores de la realidad la infancia se convierta en el último reducto de libertad; no es sólo que no pueden asumir el mundo adulto/real, es que les ha sido inculcado que es un mundo no sólo injusto, sino incluso monstruoso. Su sexualidad, algo malo según la sociedad ya que no corresponde con su edad, es flagelada y ocultada tras los velos que, cuando se descorren, no pueden ser asumidos. ¿Qué diferencia hay entre encerrarse en un cuarto convirtiéndose en un hikikomori y lamer pomos de puerta? Ambas son expresiones de rebelión social sólo que mientras los primeros están enfocados a toda la vida social en sí los segundos es una forma de neutralizar la sexualidad. No es que quieran lamer pomos, es que en su mentalidad no cabe otra posibilidad que no sea lamer pomos; hacen de la obligación juego y del miedo virtud. No abren la puerta porque les han enseñado que todos ahí fuera son, potencialmente, agresores.
Un ejemplo de esta expresión de la sexualidad lo encontraríamos en la cantidad de escenas de puertas que encontramos en Skins. Continuamente unos van en búsqueda de otros, llaman a sus puertas o abren sus puertas a los otros; hacen de su privacidad algo común ‑en caso de que sea un sólo individuo- o algo público ‑en caso de que sea una fiesta- aun a costa de los riesgos que corren. En paralelo la sexualidad de los personajes corre libremente como la apertura de sus puertas: si Sid al principio necesita encerrarse en las fantasías de un cuarto propio conectado al mundo a través de la masturbación y el porno como un acto vergonzoso que cabe esconder después, cuando abra su sexualidad al espacio común, asumirá la misma con la naturalidad que le es propia al hombre. Aunque no siempre salga bien como podemos comprobar en la cuarta temporada cuando Freddy, en búsqueda de la recuperación del amor de Effy, acaba sus días en las manos del Dr. John Foster. Y, aunque finalmente el mito se cumple y el depredador sexual se cobra una víctima, los demás no dejan de actuar con naturalidad; siguen abriendo sus puertas para hacer fiestas, para devenir sociales y sexuales, aun a costa del peligro subyacente.
¿Y por qué no temen al monstruo que habita en el exterior? Porque ese monstruo puede estar también en el interior. Cuando el comienzo de la excelente Caramelo Asesino las tres compañeras protagonistas asesinan accidentalmente a su amiga ‑todo esto en mitad de un jocoso secuestro reminiscencia de cualquier slasher- en el día de su cumpleaños simulan una agresión sexual porque “esto es lo que más temen los adultos”. La conformación del mito del agresor sexual, del monstruo que se esconde tras la puerta, es una proyección del terror adulto que cristaliza en la inacción adolescente; el terror del adolescente es consecuencia del pánico adulto. Morir atragantada por un caramelo rompemandibulas tiene la misma clave erótico-infantil que chupar pomos: en ambos casos algo que es un juego propio de la infancia ‑lamer objetos inofensivos- se transforma en pulsión sexual o de muerte respectivamente. Porque el pánico produce ceguera y nos impide ver que, aunque les pongamos una sabana por encima y señalemos a otros, los monstruos pueden estar en casa o en el instituto; siempre tras los dos lados de la puerta.
He ahí que la única solución no es aterrarnos por todos los aspectos de la sociedad, sino ser conscientes de ellos y actuar con precaución pero jamás dejar de atravesar la puerta paralizados por el miedo. La labor del adolescente es aprender a aceptar las heridas físicas del mismo modo que las sentimentales, aprender a defenderse y evitar aquello que pueda hacerle daño como modo de sobrevivir en un mundo hostil, pero no monstruoso. Vivir siempre con la puerta cerrada temeroso de lo que haya más allá pero también de lo que hay en tu propia habitación, de eso que se supone que es sólo propio de lo que hay fuera, sólo produce los monstruos que se intentan evitar; es el primer paso hacia la desintegración del individuo. Por eso no temas a los monstruos que se esconden detrás de la puerta, ellos no te harán daño, sólo es la representación de la voluntad de una masa que jamás será consciente de sus pasiones.
Deja una respuesta