Hay obras que son, de un modo muy fuerte, completamente indisolubles de la propia biografía de su creador, aun cuando esto sea un hecho velado; la génesis del libro es la necesidad catártica del autor por hacer público, visible, el mundo privado que lo enferma. Este es el caso de Nami Mun la autora de “Lejos de ninguna parte”. En esta novela nos cuenta la historia de Joon, que no es más que una representación de si misma, una adolescente coreana que vive en las calles del Bronx en los años 80’s después de que su padre abandonara el núcleo familiar y su madre se desentendiera de ella. Todo es confuso, poco claro, dando saltos en el tiempo y en el espacio extremadamente bruscos como en un viaje por la memoria del autor. Ningún personaje importa, nada ni nadie dura lo suficiente para que nos importe, salvo la propia Joon; en la proyección que practica Mun crea un mundo que nos da igual porque no conocemos nada salvo las pinceladas tenues de su protagonista.
Dando tumbos se sitúa en la más absoluta, amen de la más terrible, de las incomunicaciones: aquella en la cual un sujeto por voluntad propia elige el estar sólo en el mundo. Como un modo extremo de hikikomori, Mun, se sitúa como un personaje que no encaja en el mundo ni busca modo alguno de encajar en él, escapa continuamente hacia sus mundos de fantasía donde la realidad se supedita a sus necesidades; crea una realidad a la medida de sus deseos. Exactamente igual que los hikikomori.
Pero, al final, lo más brutal de todo es ver como el mundo sigue girando aun cuando la propia Mun, desde prácticamente la primera página, está fuera del mismo. Su familia sigue su vida mientras el mundo se sitúa siempre como un lugar demasiado frío para vivir, aludiendo siempre a la necesidad del deseo incumplido ‑la protección y la felicidad como no estar sólo- que jamás podrá alcanzar proyectándolo a su vez en otros afines ‑las drogas o la espiritualidad-; es la historia de aquella chica que nunca tuvo una burbuja desde la que confrontar el mundo. Y he ahí lo genuinamente desgarrador de la novela, a la par que su mayor defecto, es la historia única, personal, del dolor de disponer de una esfera que separe mi microcosmos personal del mundo en sí mismo. Es la historia sobre como aprender a vivir cuando nadie nos ha enseñado como hacerlo.
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