El drama es el género puro por antonomasia para un grupo de fósiles que se hacen llamar críticos culturales, su absoluto desprecio por «géneros menores» es bien conocido y extendido por la sociedad. Debe cabrearles mucho ver una obra maestra como es Stingray Sam de Cory McAbee, un mash-up de comedia, sci-fi, vaqueros y musicales.
Stingray Sam es un ex-convicto que trabaja como cantante de salón que se encuentra un día que, para saldar su cuenta con la sociedad, tiene que ir en busca de una niña para salvarla con su antiguo compañero Quasar Kid. La problemática principal de la misión de Sam es la pura imbecilidad de absolutamente todos los seres humanos de la galaxia; desde la inútil burocracia hasta los habitantes solo hombres y embarazados del planeta Fredward. Y entre toda la locura y absurdo saltan los números musicales, absolutamente geniales y sin ninguna justificación o razón de ser que, sumado a los fragmentos documentales que nos recuerdan a los mejores momentos de Fallout o Tachiguishi-Retsuden, acaban por conformar la personalidad del surrealista y caótico universo donde habita Sam.
Y al final, con un toque serio y dramático acaba con el inesperado chascarrillo y su consiguiente gilipollez, porque caer en el maniqueísmo del drama no es algo admisible en el corazón de Stingray Sam. El humor debe ser el definidor de la condición humana.