Pac-Man
Toru Iwatani
1980
Si existe algo así como una cultura del agotamiento, de la superación material de lo humano, esa sólo podría ser la cultura rave. Encerrados en lugares oscuros, desprovistos de lo considerado esencial para vivir, con música atronadora las veinticuatro horas al día y con más drogas sintéticas que personas, los ravers profesionales —más monjes que oficinistas, «profesionales» sólo en el sentido de la dedicación dada al objeto de su adoración— son capaces de pasarse días sin descansar, cuando no semanas, hasta hacer de la fiesta su propia forma de existencia; el concepto de agotamiento o identidad o existencia se diluye en el techno en tanto democratiza el tiempo, las personas y la música, haciéndoles devenir en común en un mismo espacio compartido. En ese lugar, no existe nada fuera de sí. La rave es el único espacio autónomo absoluto, por más que sea temporal, en tanto no existe ni amo ni esclavo; incluso el dj, maestro de ceremonias y portaestandartes, es otro agente de la fiesta que se está produciendo. La auctoritas se diluye, haciendo todo un espacio en común.