Que vivimos en la era de la imagen es un hecho tan preclaro que negarlo sería un simple absurdo; ni siquiera sentimos deseo alguno de escapar de tal realidad. El exhibicionismo es la máscara de cada día pero, detrás de sí, esconde el amargo papel de la alineación. En el momento que somos retratados, configurados como imágenes, sólo tenemos derecho al configurarnos a través de la mirada del otro como proyección de nosotros mismos. Sólo somos imágenes. Pero, ¿somos realmente libres o sólo somos imágenes de lo que deberíamos ser? Seguramente habría alguien que se desenmascaro para presentarnos su primer disco, Angst, que nos podría dar la respuesta. Con ustedes, The Toxic Avenger.
En este primer largo nos presenta una espectacular disposición para reivindicar una impostura popular de la electrónica, el baile, a través de los sonidos más agresivos que nos puede conceder el electro house. Aunque rebajado de revoluciones podríamos pensar, erróneamente, que se ha dejado llevar por un inmovilismo propio de aquel que gusta de epatar a un público deseoso de papilla regurgitada. Nada más lejos de la realidad, simplemente va alternando el carácter propio de cada canción, del estilo sobre el que sustenta, al acto discursivo que propicia; confiere un carácter particularmente enfático a la estructura discursiva del disco. Mientras el ritmo pulsante, de carácter retornante, de Angst 1 nos recuerda los repetitivos y efectivos movimientos de un boxeador con I’m Your Stalker se decide por un estilo más agresivo y cercano al hip-hop para resaltar su propio carácter de violencia. Cada canción nos sumerge, sin salir jamás del universo sonoro personal de The Toxic Avenger con el que nos conquistó con sus remixes, en una particular escena de la angustia existencial humana; configura un viaje hacia el abismo a través de las cualidades particulares de cada paleta de matices que decide optar para cada una de las canciones.