Que vivimos en la era de la imagen es un hecho tan preclaro que negarlo sería un simple absurdo; ni siquiera sentimos deseo alguno de escapar de tal realidad. El exhibicionismo es la máscara de cada día pero, detrás de sí, esconde el amargo papel de la alineación. En el momento que somos retratados, configurados como imágenes, sólo tenemos derecho al configurarnos a través de la mirada del otro como proyección de nosotros mismos. Sólo somos imágenes. Pero, ¿somos realmente libres o sólo somos imágenes de lo que deberíamos ser? Seguramente habría alguien que se desenmascaro para presentarnos su primer disco, Angst, que nos podría dar la respuesta. Con ustedes, The Toxic Avenger.
En este primer largo nos presenta una espectacular disposición para reivindicar una impostura popular de la electrónica, el baile, a través de los sonidos más agresivos que nos puede conceder el electro house. Aunque rebajado de revoluciones podríamos pensar, erróneamente, que se ha dejado llevar por un inmovilismo propio de aquel que gusta de epatar a un público deseoso de papilla regurgitada. Nada más lejos de la realidad, simplemente va alternando el carácter propio de cada canción, del estilo sobre el que sustenta, al acto discursivo que propicia; confiere un carácter particularmente enfático a la estructura discursiva del disco. Mientras el ritmo pulsante, de carácter retornante, de Angst 1 nos recuerda los repetitivos y efectivos movimientos de un boxeador con I’m Your Stalker se decide por un estilo más agresivo y cercano al hip-hop para resaltar su propio carácter de violencia. Cada canción nos sumerge, sin salir jamás del universo sonoro personal de The Toxic Avenger con el que nos conquistó con sus remixes, en una particular escena de la angustia existencial humana; configura un viaje hacia el abismo a través de las cualidades particulares de cada paleta de matices que decide optar para cada una de las canciones.
¿Y por qué del spleen al angst? Porque el como abordar la angustia existencial ha cambiado sustancialmente desde el siglo XIX hasta el XXI pero, también, es como si el hombre tuviera que seguir el spleen y la mujer el angst. El carácter del spleen es el de la depresión melancólica, la desesperanza ante todo futuro, pero también esconde dentro de sí el hecho del acto de desmedida violencia; es una tristeza que nos lleva hacia la destrucción ajena. Sin embargo el angst es un carácter adolescente, triste, que nos lleva hacia el ensimismamiento de nosotros mismos, no hay carácter de violencia ya que nos invita a la pasividad de callar ante las agresiones de la existencia. De este modo The Toxic Avenger nos marca un viaje con destino la comprensión profunda de nuestros humores interiores. Así, en cada una de las canciones, va desplegando una variedad cruenta de violencia que va haciendo jirones la psique de los implicados; va violando sistemáticamente la imagen de sí mismos de los implicados. La violencia constituye la degradación del que la sufre, jamás del que la aplica, así del cambio del spleen (del verdugo) al angst (la victima) se torna hacia la humillación misma. La imagen nos enseña que somos el objeto despreciable que no debería ser integrado en la sociedad, que sólo nosotros mismos deberíamos atender a lo ocurrido.
¿Y qué conclusión saca de The Toxic Avenger? N’importe comment. Pero haz algo. La vuelta al spleen no es necesariamente una opción pero es necesario visibilizar la imagen de la víctima; hay que girar la pantalla de la cámara para que no sea la victima la que se vea eternamente torturada, sino el verdugo el que sea exhibido como lo que es de facto. Mientras tanto, mientras las imágenes sigan proyectándose en la dirección equivocada sin que nadie se atreva a retornarlas, sólo podremos seguir oscilando entre el spleen y el angst; oscilaremos siempre ante la angustia existencial. Arranca las imágenes de tu mente, proyecta tú vergüenza sobre las fofas pieles de los monstruos.
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