Etiqueta: todo fluye

  • Manifiesto kagebara. Siete flujos del cuerpo de estómago sombrío

    null1. Aunque la ma­yo­ría pre­fe­ri­rían po­der ol­vi­dar­lo por pu­ra con­ve­nien­cia, hu­bo un tiem­po en que el cie­lo era ro­sa; no un tiem­po pa­sa­do, un tiem­po don­de se po­día res­pi­rar la no­che du­ran­te el día. Aunque to­dos con­si­gan ol­vi­dar­lo, no­so­tros no ol­vi­da­mos; la hu­ma­ni­dad pue­de lan­zar­se al uní­sono a las vías del pro­gre­so, no­so­tros aún abra­za­mos los úl­ti­mos es­ter­to­res del día pa­ra im­buir­nos en el con­ges­tio­na­do ro­sa que aún ti­ti­la en el mun­do. null 2. Amamos la vio­len­cia, la des­truc­ción, el mo­vi­mien­to de obli­te­ra­ción. No te­ne­mos cui­tas, sal­vo los ríos de san­gre y las vís­ce­ras re­co­rrien­do las ca­lles; no te­ne­mos ór­ga­nos, sino cuer­pos: no so­mos zom­bies, por­que no en­con­tra­mos ali­men­to en la ani­qui­la­ción aje­na. En la au­to­ne­ga­ción del yo, de la vi­da, del mun­do. Destruimos só­lo pa­ra vol­ver a crear, he­ri­mos só­lo pa­ra sa­nar. (más…)

  • Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo

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    Versus, de Ryûhei Kitamura

    Aunque pue­da re­sul­tar evi­den­te, to­do mo­vi­mien­to es ha­cia al­gu­na par­te: el es­ta­tis­mo no se orien­ta, pues se en­cuen­tra fi­jo, y por ex­ten­sión no tie­ne di­rec­ción de con­fron­ta­ción. Lo es­tá­ti­co ca­re­ce de si­tua­ción en el es­pa­cio, no ve na­da más allá de sí mis­mo —lo cual tie­ne un ejem­plo bas­tan­te evi­den­te en el adic­to, el cual es­tá es­tan­ca­do en su adic­ción, no pue­de ir más allá de ella, y por ello su­pe­di­ta su vi­da en­te­ra a su po­si­ción ac­tual: el ob­je­to de su adic­ción — . Lo que per­ma­ne­ce quie­to no se en­cuen­tra con las de­más co­sas, ni si­quie­ra cuan­do és­tas bus­can co­li­sio­nar con ello; es im­po­si­ble que exis­ta al­go es­tá­ti­co, in­va­ria­ble, que se nos apa­rez­ca co­mo par­te del mun­do. Todo flu­ye —di­jo El Oscuro.

    Versus po­dría en­ten­der­se en dos sen­ti­dos com­ple­ta­men­te di­fe­ren­tes, que sin em­bar­go en­raí­zan en una vis­ta co­mún. Por un la­do, ver­sus alu­de al sen­ti­do an­glo­sa­jón en el cual nos ha­bla de una con­fron­ta­ción; por otro la­do, ver­sus alu­de al sen­ti­do la­tino clá­si­co en el cual se nos ha­bla del mo­vi­mien­to de ida y vuel­ta que pro­du­ce el la­bra­dor al arar la tie­rra. Lo que tie­nen en co­mún es que, in­clu­so cuan­do pa­re­ce que no tie­nen na­da en co­mún, los dos re­fe­ren­cian un es­ta­do co­mún de los se­res: es­tán yen­do ha­cia al­gún lu­gar. Lo in­ter­pre­te­mos co­mo una lu­cha, en cu­yo ca­so se­ría un en­cuen­tro di­ri­gi­do en ir más allá del otro, o co­mo un mo­vi­mien­to de cul­ti­var el mun­do, de co­ger la tie­rra del yo pa­ra ha­cer­la al­go ma­yor que ella mis­ma, en cu­yo ca­so se­ría un en­cuen­tro di­ri­gi­do en ir más allá de mi mis­mo, en am­bos ca­sos exis­te la idea de ir ha­cia otro lu­gar. Es una bús­que­da de los lí­mi­tes in­ex­plo­ra­dos del mun­do. Por eso to­da in­ter­pre­ta­ción de la pe­lí­cu­la de Ryûhei Kitamura pa­sa, por ne­ce­si­dad, el he­cho de com­pren­der ha­cia don­de nos di­ri­ge su mo­vi­mien­to, ha­cia don­de nos si­túa su interpretación.

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