Al despertarme esta mañana he encontrado un email desconocido e inesperado de un tal Yû Ä®àkî, el cual se auto-declara de gimnopedista de profesión, en el cual me instaba a publicar esta reflexión. A pesar de que no he encontrado nada sobre este singular sujeto en Internet, no he podido resistir la tentación de publicar el contenido del texto que me ha enviado por su radicalidad rallano lo absurdo. Disfruten con esta rara avis.
Hipöstάsis Ä®àkî
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Si sus neuronas todavía no han sido aniquiladas de forma completa por un sistema educativo deficiente que premia la ausencia de cualquier clase de originalidad, podrá imaginar con facilidad un mundo mejor que el que habitamos. El gran triunfo del sistema es conseguir que nuestras vidas estén absolutamente mediadas por la información indiscriminada, en bruto, haciéndonos incapaces de separar la paja del grano: el mensaje normativo llega a nosotros a cada segundo informándonos de nuestras obligaciones como ciudadanos modelos. Y es así ya que, aunque tendemos a pensar que somos más libres o más capaces de procesar ideas complejas de lo que lo eran nuestros antepasados —lo cual, es suponer una imbecilidad excesiva de donde procedemos — , tenemos a quedarnos siempre con la paja que hay en el granero. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nos inundan la existencia con una cantidad obscena de información no solicitada. Desde la entrega de periódicos o propaganda gratuita —aunque, hoy, sea imposible diferenciar una cosa de la otra — , hasta la música de subentes reproducida en espacios públicos a volúmenes que rozan la ilegalidad pasando por los mensajes de megafonía totalmente gratuitos que no nos informan de nada más que de la ausencia de silencio, todo cuanto existe es un colapso de la apreciación del valor del silencio. La vida en la metrópolis se ha convertido en una tortura constante donde sobrecargan nuestros sentidos en una perpetuación directa del anestesamiento catódico que padecemos.
Conocer los límites del acontecimiento que supone la existencia en la contemporaneidad, permítame proponerle un pequeño experimento —si es que, de hecho, aún es capaz de experimentar algo que no sea la pura repetición sin diferencia de las cadenas alimenticias que les sirven «pura carne de vacuno» procesando en serie sus partes sobrantes— inoportuno. Imagine estar siendo sometido a un grotesco emulo de torture porn donde además de todas las más variadas formas de dolor que pueda imaginar durante dieciséis horas de vigilia que padece, de vez en cuando, les hicieran merecedores de pequeñas dosis de placer, sean carnales o mentales, pero siempre circunscritas bajo la adscripción de la estricta tortura antes, durante y después de su administración. ¿Cuál sería el resultado para la plástica mente del ser humano medio? Como verse con un ojo arrancado con la precisión de un obrero taladrando borracho sobre su cráneo mientras le inyectan directo en su bulbo raquídeo escenas de Sasha Grey en acción mientras de fondo suena Wish you Were Here. ¿Acaso no suena maravilloso?