Hay algo oscuro en hablar de obras maestras. No es sólo que, por lo general, ya se ha hablado incluso demasiado al respecto de las mismas, que no por ello habló de forma correcta o profunda, sino también que poseen tal fuerza centrípeta que cualquier discurso que pretenda erigirse en su honor queda de forma automática contenido en su interior: como agujero negro, es imposible extraer sentido de éstos sin ser absorbidos y aniquilados y descompuestos en formas por simples ridículas, obvias, provocando así que parezca que no estamos retratando más que aquello que está a simple vista. O incluso si conseguimos escapar de su órbita aniquiladora, que estamos pretendiendo imponer discursos que no están presentes en su superficie. Su oscura fuerza elusiva nacida de la apreciación inmediata, de poder afirmar su maestría sin profundizar en ella —porque su profundidad es el abismo; quien mira dentro de ella, ve devuelta su mirada— porque irradian verdad, es lo que impide hacer acercamiento minuciosos hacia esta clase de piezas: requiere un genio tan profundo como aquel que nos responde.
Hablando de The Downward Spiral, opera magna de Nine Inch Nails, la problemática se multiplica en tanto parece que todo lo que pueda decirse de la misma nace en la experiencia sentimental inmediata, en aquello que ocurre a flor de piel: su oscuridad, auspiciada por sobrecargadas atmósferas cuyo origen viene dado por un uso cerebral de pequeñas dosis de ruidismo industrial; su mensaje de auto-destrucción —que no, detalle importante, de auto-extinción; reclama su necesidad de encontrar una forma de vivir, aunque sea errónea, que tenga sentido: prefiere vivir y morir por vivir que no vivir en absoluto — , contenido tanto en desgarradora selección lírica (títulos, letras; las palabras significan) como por el uso constante de siniestros sintetizadores; su mensaje político y sentimental, que puede leerse tanto desde lo sexual como lo anti-estatal —en ambos casos, muy presentes en los samples de Mr. Self Destruct: el orgasmo de una estrella porno y un hombre siendo golpeado— sin por ello descuidar lo intelectual y lo existencial; y su evidente impronta filosófico-literaria, siendo el concepto del disco el descenso hacia el espacio del solipsismo interior. La soledad más profunda que toda posibilidad del encuentro con el otro.