Jimmy Corrigan, de Chris Ware
¿Qué hace de culto a un autor de culto? La aceptación incondicional de los críticos y la aceptación, más o menos tibia, de los lectores del medio en el que esté se encuentre sumergido. Aunque esta respuesta nos responde a la pregunta hemos de admitir que, a decir verdad, no responde lo que pretendíamos plantear; re-plantaré la cuestión. ¿Por qué un autor de culto percibe ese culto incondicional? Aunque los motivos son diversos, casi infinitos, la única raíz común entre todos ellos es que se ve en el artista a alguien que va más allá en los horizontes conocidos de su medio; el artista de culto es alguien que destruye barreras originando nuevas formas de comprender el arte. Esta es la definición exacta que necesitamos para abordar el trabajo de Chris Ware.
El hecho de que Chris Ware sea un autor de culto no debería extrañar a nadie: entrar al mundo del cómic por la puerta de Ware es un ejercicio digno de un masoquismo infructífero; poco o nada se puede sacar en claro de ninguna de sus obras sin tener un buen conocimiento del medio. Con esto ya hemos abonado la primera de las piezas para establecerlo como un autor de culto, el hecho de que sea sustancialmente inaccesible, ahora cabría ver por qué es así. La dificultad de la obra de Ware, como de hecho deja ver muy bien este Jimmy Corrigan, es por su expansión ad nauseam de cualquier noción de la imagen. Con páginas que pueden albergar en algunos más 20 o 30 viñetas, con un juego perpetuo de la forma y fondo de estos, desborda constantemente los límites físicos de la página, pues aporta más de lo que en teoría se podía aportar formalmente al cómic. Cualquier persona que no esté perfectamente familiarizada con las pulsiones técnicas connaturales del medio se verá sumergido en un maremágnum de referencias visuales crípticas incapaces de comprender. Y así se encontrará también el lector de cómic medio, más dado hacia la aventura que hacia la experimentación formal epatante.