El Clavo, de Rob Zombie, Steve Niles y Nat Jones.
Entre la crítica siempre hay una sistemática tendencia hacia polarizarse con la perspectiva del género: aunque el terror ‑como la ciencia ficción o la fantasía- sean ya elementos clásicos de las artes sigue habiendo una consideración de ella como menores; aunque haya obras de género consideradas clásicos se les da esa consideración como excepción, como obras trascendentes de su propia condición. Esto, sumado al academicismo férreamente abyecto que procesan algunos de estos sujetos, se verá proyectado con aun mayor fuerza en el caso de una figura como la de Rob Zombie, representación de todos los valores del white trash ‑de la cultura popular y, por extensión, menor- que cristalizan en sus obras. Es por ello que aunque se ponga al lado de uno de esos autores de culto que trascienden su condición de autores de género, Steve Niles, a la hora de abordar cualquier cómic de Zombie siempre habrá un prejuicio presente por parte de la comunidad crítica. Y, en este caso, quizás lo sea con más razón que nunca.
En esta ocasión nos ponemos en la posición de Rex «El Clavo» Hauser luchador de wrestling, padre de familia y hombre maduro cuya condición física comienza a decaer pero no puede permitirse rendirse que tendrá que combatir contra monstruos recién salidos del averno que intentarán destruir su familia. Es así como desarrolla la idiosincrasia sureña a todos sus niveles (el terror de la EC Comics, el wrestling además del culto al cuerpo, la astucia y la voluntad sobre la técnica y la inteligencia) para acabar en una orgía de vísceras, one-lines y splash pages donde desarrollar el estilo macarra que le ha granjeado a Zombie el desprecio de la crítica oficialista.