Etiqueta: youtube

  • Amnesia: The Dark Descent — La forma es el fondo, el fondo es la forma

    Amnesia: The Dark Descent — La forma es el fondo, el fondo es la forma

    Durante dé­ca­das se han tra­ta­do las obras de ar­te co­mo ca­dá­ve­res. Cosas a des­pie­zar en di­fe­ren­tes com­po­nen­tes pa­ra su con­su­mo, de­gus­tan­do y juz­gan­do por se­pa­ra­do ca­da uno de sus ele­men­tos co­mo si no con­for­ma­ran un to­do, un ser vi­vo, cu­ya na­tu­ra­le­za re­quie­re un acer­ca­mien­to ho­lís­ti­co. Como si el ar­te pu­die­ra juz­gar­se por el va­lor de ca­da uno de sus ele­men­tos en el va­cío, en vez de có­mo se cons­tru­yen en con­jun­to. Algo en lo que el vi­deo­jue­go no es nin­gu­na excepción.

    Por eso de­plo­ro el aná­li­sis que pre­ten­de se­pa­rar el vi­deo­jue­go en sec­cio­nes, tra­tán­do­lo co­mo un pro­duc­to tec­no­ló­gi­co —ma­tan­do su al­ma, ne­gán­do­le su ca­rác­ter ar­tís­ti­co — , por­que lo di­sec­cio­na co­mo lo ha­ría con el ca­dá­ver de una va­ca o un cer­do: no tra­tán­do­lo co­mo un ser, sino co­mo un en­te. Algo a con­su­mir y que se va­lo­ra por el be­ne­fi­cio que nos ofre­ce y no por su va­lor in­trín­se­co, por la be­lle­za inhe­ren­te al he­cho de exis­tir y ser un sis­te­ma com­ple­jo que no de­be­ría fun­cio­nar, mu­cho me­nos exis­tir, pe­ro lo ha­ce. Algo que me re­sul­ta par­ti­cu­lar­men­te san­gran­te cuan­do ha­bla­mos de un jue­go tan in­ex­tri­ca­ble­men­te ata­do a su for­ma co­mo Amnesia: The Dark Descent.

    (más…)
  • Recuerda el pasado, en su ironización está la trampa para su liberación

    null

    Where Were U In ’92?, de Zomby

    La con­di­ción tem­po­ral se ha dis­tor­sio­na­do en la con­tem­po­ra­nei­dad has­ta lle­gar al pun­to de con­ver­tir­se en un he­cho to­tal­men­te ajeno a la no­ción mis­ma de tiem­po. De és­te mo­do po­de­mos ver, co­mo de he­cho ya he­mos re­sal­ta­do más de una vez, co­mo la rei­vin­di­ca­ción de lo re­tro des­de la evo­ca­ción del re­cuer­do tien­de a ve­nir de la mano de jó­ve­nes que, por en­ton­ces, di­fi­cil­men­te ha­bían in­clu­so ni na­ci­do; la cul­tu­ra de la re­po­si­ción ha crea­do un mias­ma en­quis­ta­do que ha­ce creer a ge­ne­ra­cio­nes en­te­ras que han vi­vi­do épo­cas que no han co­no­ci­do. Esto es al­go que se da es­pe­cial­men­te, se­gu­ra­men­te por su po­pu­la­ri­dad, con los con­te­ni­dos au­dio­vi­sua­les co­mo ve­mos con las rei­vin­di­ca­cio­nes de se­ries hoy ya clá­si­cas ‑al­gu­nas de ellas, pa­ra más in­ri, to­tal­men­te aje­nas de su épo­ca; aho­ra lle­ga­re­mos a eso- por par­te de un pú­bli­co que, por edad, han po­di­do ver só­lo sus re­po­si­cio­nes. Lo gro­tes­co só­lo se da­ría cuan­do pen­sa­mos es­te mis­mo he­cho con res­pec­to de la mú­si­ca don­de a tra­vés de di­fe­ren­tes re­po­si­to­rios mu­si­ca­les, des­de MTV has­ta Youtube, se han ori­gi­na­do au­tén­ti­cas mi­to­lo­gías de las dé­ca­das pa­sa­das por par­te de los jó­ve­nes de ca­da tiem­po; los jó­ve­nes han vi­vi­do lo re­tro in­di­rec­ta­men­te a tra­vés de la se­lec­ción da­da por una se­rie de con­te­ni­dos que no ne­ce­sa­ria­men­te sin­te­ti­zan el es­pí­ri­tu da­do de una época. 

    Partiendo de es­ta pre­mi­sa Zomby nos pre­gun­ta­ban en su pri­mer dis­co, ya des­de el mis­mo tí­tu­lo que don­de nos en­con­trá­ba­mos no­so­tros en el ’92. ¿Por qué es­ta pre­gun­ta? Esta pre­gun­ta alu­de al co­no­ci­mien­to de una épo­ca, el prin­ci­pio de los 90’s, en el cual co­men­za­ría el au­ge ca­da vez más ob­se­si­vo de la es­ce­na ra­ve, con una es­pe­cial pre­do­mi­nan­cia por aquel en­ton­ces del so­ni­do del UK ga­ra­ge. La apues­ta de Zomby se­ría, pre­ci­sa­men­te, res­ca­tar es­te so­ni­do ha­cien­do una sín­te­sis que nos per­mi­ta evo­car sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te que sig­ni­fi­ca­ba, en tér­mi­nos so­no­ros, una épo­ca que es co­mún acep­tar co­mo pro­pia pe­ro, de he­cho, nos re­sul­ta aje­na en sus for­mas más cer­ca­nas a la electrónica. 

    (más…)

  • sólo se puede malvivir en la ausencia de amigos

    null

    Vivir es abu­rri­do. Los ba­rrios son cló­ni­cos y mien­tras las co­sas di­ver­ti­das van des­apa­re­cien­do la mier­da, to­do aque­llo que nun­ca te ha gus­ta­do, per­ma­ne­ce ahí cons­tan­te. Esta per­cep­ción co­mún en to­do ser hu­mano, el ver lo ne­ga­ti­vo muy por en­ci­ma de lo po­si­ti­vo, tam­bién con­lle­va en úl­ti­mo tér­mino una ne­ce­si­dad fla­gran­te, la ri­sa co­mo ca­ta­li­za­dor de to­do aque­llo que va mal. Y sa­be Sevilla que na­die lo sa­be ex­pli­car me­jor que los chi­cos de Malviviendo.

    Aquí nos en­con­tra­mos las his­to­rias de el Negro, el Zurdo, el Kaki y el Postilla, cua­tro ami­gos del ba­rrio subur­bial fic­ti­cio de «Los Banderilleros» en Sevilla. Allí se su­ce­den sus di­fe­ren­tes his­to­rias don­de lo que ocu­rre en la vi­da de unos re­per­cu­ti­rá en la de los otros mien­tras in­ten­tan mal­vi­vir un día más en­tre sus far­dos de ma­rihua­na. Con unas his­to­rias sen­ci­llas, muy ba­sa­das en jue­gos de hu­mor tos­co, van de­sa­rro­llan­do es­pe­cial­men­te pa­ro­dias de pe­lí­cu­las o se­ries en ca­da uno de los ca­pí­tu­los. Así ca­da co­mien­zo de ca­pí­tu­lo ha­cen una pa­ro­dia del ope­ning de una se­rie de te­le­vi­sión di­fe­ren­te an­te la cual es­té ins­pi­ra­do en el ca­pí­tu­lo en sí. Y es pre­ci­sa­men­te ahí, en la acu­mu­la­ción ab­sur­da de pa­ro­dias, don­de se en­cuen­tra su ge­nia­li­dad. Lo que en prin­ci­pio no se­ría más que una bur­da co­pia de Snatch: Cerdos y dia­man­tes aca­ba por si­tuar­se co­mo una su­rrea­lis­ta ven­det­ta de­sa­rro­lla­da a tra­vés de las apues­tas de un com­ba­te de bo­fe­ta­das. La per­ver­sión de to­dos los có­di­gos so­cia­les nor­ma­li­za­dos ‑pa­san­do des­de la ab­so­lu­ta amo­ra­li­dad de los per­so­na­jes has­ta la de­fi­ni­ción per­ver­sa de los ac­tos de­por­ti­vos o de ven­gan­za del barrio- es lo que ha­ce de Los Banderilleros un ba­rrio hi­per­tro­fia­do de ca­la­mi­dad; un au­tén­ti­co re­fle­jo es­per­pén­ti­co de lo que es España ahora.

    (más…)

  • el rocketjump audiovisual pasa por tu moneda

    null

    Cuando se tra­ta de ar­te cuen­ta más el te­són y las bue­nas ideas que la ne­ce­si­dad de gas­tar di­ne­ro in­clu­so en el mun­do del ci­ne don­de se ba­ra­jan nú­me­ros to­tal­men­te fue­ra del al­can­ce del mor­tal co­mún. Pero si al­guien nos de­mos­tró que se pue­den ha­cer gran­des cor­to­me­tra­jes lle­nos de ac­ción con un ba­jo pre­su­pues­to ese es, sin du­da, Freddie Wong.

    A al­gu­nos de los pre­sen­tes os so­na­rá el nom­bre de Freddie Wong por ser el ga­na­dor del pri­mer tor­neo ofi­cial de Guitar Hero a ni­vel mun­dial y buen vi­deo­ju­ga­dor en sus ra­tos li­bres. Como vi­vir de las ren­tas del jue­go pro­fe­sio­nal es di­fi­cil de­ci­dió se­guir con otro de sus hobbys, rea­li­zar pe­que­ños cor­tos ca­se­ros con su gru­po de ami­gos. Y es con­ju­gan­do sus dos pa­sio­nes don­de en­con­tró el equi­li­brio per­fec­to en el cual con­se­gui­ría ser ya un per­so­na­je mí­ti­co den­tro de la teo­go­nía you­tu­bes­ca. Todo lo que su­po­ne Scott Pilgrim vs. The World en la hi­bri­da­ción de los len­gua­jes del vi­deo­jue­go «yo con­tra el ba­rrio» con el ci­ne de ar­tes mar­cia­les su­po­nen en igual me­di­da los cor­to­me­tra­jes de Wong en el te­ji­do de las cos­tu­ras de los shoo­ters más adre­na­lí­ti­cos en las en­tre­te­las del ci­ne de ac­ción más ortodoxo.

    (más…)