En ocasiones los pensamientos son como notas a pie de página. Ni formas desarrolladas ni estrictamente ideas: sólo anotaciones. Apostillas por desarrollar. Algo especialmente cierto cuando hablamos con amigos, donde ese lenguaje privado creado con el tiempo, con el propio tránsito de la vida, hace innecesario verbalizarlo todo.
Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular no deja de ser eso. Esbozos de ideas. Nada concreto. Nada de todo desarrollado. Más pinceladas aquí y allá sobre aspectos tan generales como la existencia, el trabajo o la vida que alguna clase de pensamiento ordenado. No es un ensayo. No al menos en la pretensión de ser leído como un discurso cerrado donde no caben otras propuestas o conclusiones. Algo a lo que ayuda que el libro sea una recopilación de emails que envío la autora a sus amigos mientras estaba siendo tratada por un cáncer. Eso le confiere ese aire de familiaridad de quien no necesita explicarse. De quien siente la urgencia de decirlo todo sin pararse a considerar los antecedentes. Da por sabidas cosas importantes, omite otras tantas igualmente relevantes y todo se resuelve en un esbozo más intuido que dictado. Como si cualquier explicación ulterior fuera innecesaria porque ya se sabe de qué está hablando. Algo cierto para sus interlocutores, que en cualquier caso no somos nosotros.