Las ciudades tienen flujos por los cuales se condicionan las vidas en sus calles. Ciertos lugares causan unas sensaciones y nos llevan por unos caminos específicos no marcados, al menos no conscientemente, por el urbanismo o la arquitectura. Esto es lo primero que presenciamos en el delicioso manga Tekkon Kinkreet de Taiyō Matsumoto.
Kuro y Shiro son dos jovenes huerfanos de 10 años los cuales son los amos y señores de la ficticia Treasure Town. Kuro es impulsivo y violento, una torbellino de furia y crueldad que representa la decadencia y la oscuridad de un barrio perdido. Shiro es atolondrado y soñador, un alma cándida y amorosa que da sentido a la existencia, ya que ve todas las cosas buenas y como podrían hacer mejor el mundo. Su dualidad conforman el espíritu del barrio, ya que el uno necesito del otro para equilibrarse y formar el conjunto que son. El barrio es lo que es, lo que fue y lo que sera, un continuo flujo de energías conectadas entre si como Kuro y Shiro. ¿Y si alguien intenta cambiar esto?¿y si mediante la gentrificación intentan destruir el espíritu del barrio?
Con un trazo simple y con mucha influencia del cómic europeo Taiyō Matsumoto desarrolla un barrio y la gente que los habita como entes que se condicionan mutuamente. El barrio es las personas que habitan en el en tanto que las personas son el barrio en donde habitan. No es la historia de una lucha anti-heroica por preservar un barrio ni un tour de force por la búsqueda de una vida mejor. Aquí no hay más que la búsqueda del respeto de la historia de un barrio, de su evolución y forma a través de todos los que lo configuran. Vivir o morir es una cuestión que atañe en si misma a nuestras mismas raíces, a nuestras raíces más hondas y personales, a nuestro barrio, nuestro hogar.
Kuro y Shiro habitan dentro de todos nosotros, pues todos somos dualidades dentro de nosotros mismos. El conectar con ellos, conectar con la tierra que nos une y nos hace ser quienes somos no es ya una opción, es una obligación. Y debemos luchar por nuestro derecho a ser en tanto somos nuestra tierra.