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  • Ciudad y cosmos son un todo. Sobre «Mataré a vuestros muertos» de Daniel Ausente

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    Los mi­tos exis­ten pa­ra re­in­ven­tar­se. En tan­to na­cen con la tra­di­ción oral, con el mo­men­to en que la me­mo­ria y el ca­pri­cho de quie­nes trans­mi­ten las his­to­rias te­nían más pe­so que la fi­de­li­dad ab­so­lu­ta ha­cia el ori­gi­nal, to­do tex­to que pre­ten­da ex­plo­tar su ca­rác­ter mí­ti­co de­be ser ca­paz de re­in­ter­pre­tar aque­llo que más le con­ven­ga de la tra­di­ción; ca­re­ce de sen­ti­do prac­ti­car una mi­to­lo­gía ya es­ta­ble­ci­da, por­que es una mi­to­lo­gía ya muer­ta. Eso no ex­clu­ye pa­ra que la re­in­ven­ción, la mez­cla y el ma­tiz sean la esen­cia del mi­to —en Roma exis­tía el tem­plo al dios des­co­no­ci­do no por ca­pri­cho: los dio­ses na­cen y mue­ren, tam­bién via­jan con sus cre­yen­tes, y re­sul­ta­ría es­tú­pi­do ce­rrar­se a las po­si­bi­li­da­des que nue­vas di­vi­ni­da­des apor­tan — , la ra­zón por la cual con­si­guen so­bre­vi­vir a tra­vés del tiem­po. Existen con­di­cio­nes que nun­ca cam­bian, lo que van va­rian­do son las in­ter­pre­ta­cio­nes y los mi­tos que ema­nan de ellas.

    Si ha­bla­mos de los mi­tos de Cthulhu, la mi­to­lo­gía de los pri­mi­ge­nios cu­yo ori­gen se en­con­tra­ría en H.P. Lovecraft, se nos ha­ce evi­den­te lo que ocu­rre cuan­do se bus­ca ser li­te­ra­lis­ta con las fuen­tes de las que dis­po­ne­mos: cuan­do los es­cri­to­res se han ale­ja­do del ca­non, de­jan­do res­pi­rar las obras ori­gi­na­les am­plian­do su ra­dio de ac­ción —bien sea lle­van­do los mi­tos ha­cia otros gé­ne­ros, crean­do mi­tos nue­vos afi­nes o ex­plo­tan­do los pun­tos cie­gos que no ha­bían ex­plo­ra­do — , és­te ha cre­ci­do y se ha he­cho más fuer­te; cuan­do los es­cri­to­res se han ape­ga­do al ca­non co­mo a una es­cri­tu­ra sa­gra­da, con­vir­tién­do­se en ma­los imi­ta­do­res de los ori­gi­na­les, és­te ha ido mu­rien­do len­ta e in­exo­ra­ble­men­te fue­ra de su círcu­lo de pu­ris­tas. Cuando el mi­to no pue­de evo­lu­cio­nar se con­vier­te en un ob­je­to de mu­seo. Si que­re­mos que Lovecraft vi­va a tra­vés de su crea­ción no de­be­mos ser cul­tis­tas, sino rap­so­das. No de­be­mos ser pro­tec­to­res de las esen­cias, sino in­ter­pre­tes de las lecturas.

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