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The Sky Was Pink

Una esposa puede significar: a) una mujer, b) una ciudad, c) una idea

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Belfegor Archidiablo, de Nicolás Maquiavelo

Cada per­so­na es hi­jo de su tiem­po, pe­ro los pro­duc­tos de su pen­sa­mien­to lo son siem­pre de aquel que en ca­da oca­sión los pien­sa. Pretender leer un tex­to con los ojos de su épo­ca a lo úni­co que nos re­mi­te es a una la­bor his­to­rio­grá­fi­ca que si bien tie­ne su va­lor, pues pue­de en­se­ñar­nos al­go al res­pec­to del pa­sa­do del cual pro­ve­ni­mos en úl­ti­mo tér­mino, no tie­ne ma­yor in­te­rés más allá de su pro­pio ca­rác­ter de cu­rio­si­dad; el au­tén­ti­co in­te­rés ra­di­cal en cual­quier tex­to no es­tá en lo que el au­tor pre­ten­día trans­mi­tir en él, sino en lo que el lec­tor pue­da in­ter­pre­tar de él: no hay lec­tu­ras ca­nó­ni­cas, pues to­da lec­tu­ra va­ría en el tiem­po. Partiendo de esa pre­mi­sa es fá­cil en­ten­der por qué Nicolás Maquiavelo ha si­do tan­to y tan mal leí­do a lo lar­go del tiem­po, pre­ten­dien­do que to­da in­ten­cio­na­li­da de una obra de­be re­si­dir ne­ce­sa­ria y ex­clu­si­va­men­te en aque­llo que nos pre­co­ni­za so­bre sí mis­ma; los li­bros, co­mo las per­so­nas, mien­ten y, por ello, su ver­dad es só­lo re­ve­la­ble en tan­to las trae­mos has­ta nues­tro tiem­po pa­ra po­der des­ci­frar­las en un diá­lo­go en el cual no­so­tros nos ha­ce­mos par­te del tex­to en sí mismo.

Siguiendo es­te es­que­ma po­dría­mos in­ter­pre­tar que el in­te­rés par­ti­cu­lar que po­dría te­ner la fá­bu­la de Belfegor Archidiablo no ra­di­ca en lo evi­den­te, en una cier­ta crí­ti­ca ma­chis­ta ha­cia el pa­pel de la mu­jer —aun cuan­do és­te se tor­na más en un ca­rác­ter pa­ró­di­co, más cer­cano al ám­bi­to del hu­mor que al ata­que abier­to ha­cia un gé­ne­ro par­ti­cu­lar; la mu­jer es ca­na­li­za­dor de una idea, pe­ro no ob­je­to de la mis­ma— por otra par­te pro­pia de la épo­ca, sino en lo sub­ya­cen­te, una ri­ca crí­ti­ca ha­cia los mo­dos y cos­tum­bres de su ama­da Florencia. Y, yen­do un pa­so más allá en la lec­tu­ra pro­fun­da del tex­to, la mu­jer es Florencia.

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