Ciega al gran ojo disciplinario para vivir. Sobre «Escape Plan» de Mikael Håfström
Al poder le gusta esconderse. Quien ostenta capacidad de sometimiento sobre los otros conoce que enarbolar el palo delante de los demás es un buen modo de ser objeto de ataques, por eso aprenden el arte de delegar y no hacerse notar; los líderes son símbolos, imágenes mentales o meros despachos en la sombra, más que hombres firmes de ideas absolutas e inamovibles de una coherencia infinita. Los hombres mueren, no así las sombras. Con el acto subrepticio por bandera, cuando se quiere hacer ostentación de poder lo mejor es hacer desaparecer a los peligrosos y hacer sentir vigilados a los sospechosos. No hay mejor vehículo para la inacción que la paranoia. Cuando se cree no tener ni un sólo segundo de vida sin monitorizar, se teme emprender cualquier acción; cuando cualquier espacio en blanco en el curriculum es objeto de sospecha, se procura ocupar la vida incluso cuando no tiene sentido o valor particular hacerlo. Al poder le gusta conocerse observando; es imposible luchar contra el sistema cuando observa, o imposible en la medida que creamos no poder cegarlo.
Escape Plan se nos presenta como deconstrucción del héroe de acción de los 80’s, quedando re-contextualizado para habitar un mundo que le es hostil, un mundo post-acción; no sólo de pelotas vive el hombre que pone el ojo de la bala en el corazón del mal, sino que se necesita re-inventarse como algo que va más allá del mero exudar testosterona a través de pertinentes demostraciones musculares. Por eso también cambia la figura de El Mal. Mal aquí representado por el sistema carcelario, represor por definición, que sirve exclusivamente para hacer desaparecer a cualquiera que pueda atentar, del más mínimo modo, contra el status quo. Nada hay de casual en que Ray Breslin, un experto en fugas carcelarias que incluso ha escrito un libro sobre las fallas comunes en las mismas, sea utilizado como parte del engranaje externo del sistema: sirve como operativo semi-oficial, como consultor privado, fruto de la simiente (neo-)liberal —permítanme la diatriva: lo neo-liberal no existe, no existe en tanto cargado de notaciones contradictorias: cuando todo es neo-liberal, nada lo es — , que propicia la externalización en todo grado de su estructura represora. Incluso la represión misma. El estado deja de tener valor intrínseco en favor de la corporación, en las sombras por definición, enemigos invisibles de la humanidad, que se mueven en favor de ese mismo status quo, ya sólo financiero y en ningún supuesto social, que el estado ha dejado de poder defender como un interés común a la sociedad.