Al poder le gusta esconderse. Quien ostenta capacidad de sometimiento sobre los otros conoce que enarbolar el palo delante de los demás es un buen modo de ser objeto de ataques, por eso aprenden el arte de delegar y no hacerse notar; los líderes son símbolos, imágenes mentales o meros despachos en la sombra, más que hombres firmes de ideas absolutas e inamovibles de una coherencia infinita. Los hombres mueren, no así las sombras. Con el acto subrepticio por bandera, cuando se quiere hacer ostentación de poder lo mejor es hacer desaparecer a los peligrosos y hacer sentir vigilados a los sospechosos. No hay mejor vehículo para la inacción que la paranoia. Cuando se cree no tener ni un sólo segundo de vida sin monitorizar, se teme emprender cualquier acción; cuando cualquier espacio en blanco en el curriculum es objeto de sospecha, se procura ocupar la vida incluso cuando no tiene sentido o valor particular hacerlo. Al poder le gusta conocerse observando; es imposible luchar contra el sistema cuando observa, o imposible en la medida que creamos no poder cegarlo.
Escape Plan se nos presenta como deconstrucción del héroe de acción de los 80’s, quedando re-contextualizado para habitar un mundo que le es hostil, un mundo post-acción; no sólo de pelotas vive el hombre que pone el ojo de la bala en el corazón del mal, sino que se necesita re-inventarse como algo que va más allá del mero exudar testosterona a través de pertinentes demostraciones musculares. Por eso también cambia la figura de El Mal. Mal aquí representado por el sistema carcelario, represor por definición, que sirve exclusivamente para hacer desaparecer a cualquiera que pueda atentar, del más mínimo modo, contra el status quo. Nada hay de casual en que Ray Breslin, un experto en fugas carcelarias que incluso ha escrito un libro sobre las fallas comunes en las mismas, sea utilizado como parte del engranaje externo del sistema: sirve como operativo semi-oficial, como consultor privado, fruto de la simiente (neo-)liberal —permítanme la diatriva: lo neo-liberal no existe, no existe en tanto cargado de notaciones contradictorias: cuando todo es neo-liberal, nada lo es — , que propicia la externalización en todo grado de su estructura represora. Incluso la represión misma. El estado deja de tener valor intrínseco en favor de la corporación, en las sombras por definición, enemigos invisibles de la humanidad, que se mueven en favor de ese mismo status quo, ya sólo financiero y en ningún supuesto social, que el estado ha dejado de poder defender como un interés común a la sociedad.
¿Por qué hacer que Ray Breslin, engranaje imprescindible del sistema, acabe en una prisión inexpugnable? Por lo mismo que al arquitecto de las pirámides se le enterraba con el faraón: para impedir la réplica, la posibilidad de contestación, la respuesta en forma de acción contra la unicidad de lo creado. Matarlo es un contratiempo, mantenerlo vivo efectivo; ante la ignorancia de saber cuando habrá necesidad de él, hace más por vivo que por muerto. He ahí la nueva lógica carcelaria, lógica que define todo aspecto de nuestro tiempo, donde es mejor hacer desaparecer que matar a quienes pueden ser un palo en las ruedas del progreso: si mueren, ya son inútiles; si viven inútiles, aún pueden servir para reforzar debilidades futuras del sistema.
El nuevo héroe de acción, héroe anti-sistema, parte del sistema, lo conoce, lo estudia, pero no pertenece a él. Es un freelance de la rebeldía, como lo era del sistema: hoy está en Marruecos, mañana en China, pasado en EEUU; su revolución es nómada, itinerante, combatiendo allá donde se le requiera para desmontar las lógicas del capital que son, al tiempo, itinerantes. Del mismo modo, incluso su identidad lo es: entre Ray Breslin y Emil Rottmayer suman una cantidad obscena de heterónimos, conocidos y por conocer, como método de forzar la ductibilidad del sistema; el sistema nos exige ser flexibles, nómadas, pero con una personalidad constante: quieren nombres y apellidos que cambien según los intereses del sistema, no una panoplia de identidades capaces de adaptarse a las lógicas funcionales de la revolución. Quieren identidades inmóviles de forma flexible, no identidades flexibles de forma flexible. El nuevo héroe de acción está más cerca de Sherlock con músculos que de Rambo con cerebro; escupiendo testosterona en cada fotograma, con una frase ingeniosa siempre en los labios, su combate contra el sistema no nace de una evidente superioridad física sino mental.
Con un guión a medida no sólo de los actores —nos recuerda que Arnold Schwarzenegger es uno de los grandes actores de su generación y, aunque Sylvester Stallone palidece por comparación, se arranca como un perfecto ejemplo de que no hay malos actores, sino directores que no saben conducirlos — , sino de los tiempos, ya que su herencia sherlockiana es la simiente de su lógica combatiba: vive por y para demostrar en como todo se basa en saber mirar de forma adecuada el mundo; sus personajes son inteligentes no porque demuestren erudición, sino porque demuestran saberle darle un uso práctico, que no económicamente útil, al mismo. Asumen el arquetipo básico que representan sus actores para darles la vuelta, demostrando que son reliquias de un tiempo pasado: su concepto de Lo Macho ha trascendido hasta convertirse en una combinación de músculo e inteligencia pura, en un guión que ama la sutileza. Concepto que trasciende ya la lucha abierta, cara a cara, por definición suicida, para penetrar en las tácticas de subversión, del mismo modo, más sutiles.
Son, en tanto no son, héroes de acción clásicos. Aunque ésto parezca una paradoja, sólo lo es desde nuestro paradigma objetivista, ¿por qué la psiquiatría moderna —junto al sistema penitenciario y la educación, el tercer brazo armado común del sistema disciplinario actual; aunque hoy, habría que añadir las compañías de Internet— insiste en que somos uno, y no muchos, hasta el punto de haber influido en nuestra perspectiva de la vida, incluso de escritores, ya que sobre Fernando Pessoa ahora recae la sospecha de esquizofrenia por usar heterónimos? Porque sirve para crear un modelo de control social inexpugnable, agradecido con el sistema. Si la personalidad es una, si Ray Breslin es Ray Breslin y no también Anthony Portos, si no fuera ambos a la vez —Ray Breslin, experto en fugas; Anthony Portos, infiltrado en fuga— su lógica revolucionaria, su capacidad combativa, se desmoronaría: no tratan igual al que saben que existe para fugarse de una cárcel que quien acaba en ella, no se trata igual al que entra en una cárcel para escapar de ella con alguien que quien entra para fugarse solo.
Cuando la revolución debe hacerse nómada, no significa tener que hacerla internacional, o no sólo: significa que tenemos que comenzarla en nuestro interior, en nuestra personalidad, admitiendo la multiplicidad de personalidades y de modos que podemos expresar entre diferentes identidades, identidades dispares entre sí, que nos permitan actuar con libertad en contra de un sistema incapaz de combatir aquello que no puede reducir al unívoco slogan. El gran héroe americano ha muerto, ¡viva el gran héroe de la resistencia!
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