Lo humano sólo puede ser apre(he)ndido entre los dos extremos de los corazones de la locura
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad
Aunque el mundo se nos presente por la ciencia ‑o las doctrinas con pretensiones cientificistas como un lugar ordenado de forma más o menos radical, como si de hecho toda existencia estuviera mediada por una mano invisible que dirige toda lógica ulterior, la realidad es que estamos atados al más profundo de los caos desde la estructura misma de la existencia. Todo cuanto existe no sigue un orden pre-establecido, una noción necesaria de como debe ser, sino que sigue la estela caótica de un intento de ordenamiento que siempre tiende hacia la probabilista posibilidad, no hacia la realidad en sí del acontecimiento puro. EL mundo es más oscuro y extraño de lo que nunca podremos admitir, porque a pesar del metódico trabajo de Walt Disney por hacernos creer que la naturaleza es nuestra amiga, la única realidad es que más allá de los cuatro muros de la civilización se encuentra sólo lo desconocido y la barbarie.
Para encontrarnos con esto no hay nada mejor que acudir a la época colonial, la época donde el hombre después de encerrarse dentro de su propio territorio y destruir cualquier noción maligna de lo natural ‑de hecho, exaltándola de forma flagrante de mano de los romanticistas- decide tomar la naturaleza para su bandera. Para ello la caza del marfil en África que nos retrata Joseph Conrad es una augusta mirada hacia el auténtico terror que se esconde en lo natural. Más allá de la polis, entendiendo por esto tanto la ciudad estado de la cual dependían las colonias como las ciudades donde el hombre se ha aislado de la naturaleza de forma absoluta, el hombre se encuentra en una desolación absoluta que responde sólo ante la imposibilidad de comprenderla; lo que retrata Conrad en la novela no es la maldad inherente del hombre, como de hecho muchos han querido leer en una suerte de pretensión anti-belicista de la misma, sino el articular un discurso que nos haga ver como la guerra última ‑y que, necesariamente, siempre hemos perdido de antemano- es contra la naturaleza en tanto esta siempre nos será hostil. ¿Cómo puede enfrentarse el hombre contra una oscuridad tan profunda, una noche tan espesa, que en ella se encuentra tanto las joyas que dan sentido a la civilización como la más absurda de las trampas mortales?