Afirmar que la prensa no tiene interés por lo real, o no más allá de los monetarios, es un aspecto extrapolable al respecto de casi cualquier profesión; la total ausencia de compromiso con la verdad o la calidad, siendo compromisos correlativos, es una de las más lúgubres problemáticas de nuestros días. No hay análisis, hay sensacionalismo. Cualquier información viene mediada siempre por auto-censura como entendimiento tácito donde no decir nada que pueda incomodar a los poderes fácticos, asumida por constante cultural —política o religiosa, tanto da — , e incluso invirtiendo recursos en manipular la realidad. Nada es verdad, todo está permitido: el problema es que la apropiación de la verdad se ha producido, violando la posibilidad de verdad, por parte de verdugos que se afirman cronistas. Toda realidad ha devenido sensacionalismo en la óptica periodística.
Si existe género contaminado por excelencia, siendo el periodismo caldo de cultivo perfecto para cualquier forma subrepticia o descarada de hacer del medio modo de mutar el mensaje, ese es la crónica negra en su tendencia hacia la lectura sensacionalista, hacia el juicio superficial que busca nada más que crear un estado de alarma social a través de originar amenazas invisibles que creen la necesidad de leer periódicos. Lo que hacen los estados por poder, pero con los aún más discutibles fines de ganar dinero. No es el caso de Señores del Caos, crónica negra que aborda con profundidad sistemática los hechos que conducen hacia sus abominables consecuencias; lo fácil hubiera sido retratar el black metal desde su presunción maligna: fácil en tanto resulta sencillo embadurnar de amarillo o rosa las páginas escritas sobre sucesos funestos, especialmente cuando escalan hasta lo mortal o lo terrorista, ya no digamos cuando además se mueven en el terreno organizado; cada pequeña adhesión es un punto más hacia el tratamiento sensacionalista. Su mérito es no dejarse llevar por la tendencia sensacionalista, o no hacerlo en exceso, desmontando en el proceso gran parte de las arquitramas conspiratorias creadas por el hambre amarillista de las noticias.