Black Summer, de Warren Ellis
Quizás lo más irreal de los super-héroes que nos presentan los cómics de forma constante, lo cual incluye los nuevos personajes que se van creando en el tiempo o incluso los indolentes psicópatas de la edad de hierro del cómic, es que tienen sino un código moral sí al menos un código de honor tan estricto e inalterable que resulta impensable en un ser humano común, por idealista que este fuera. La premisa casi sobrenatural del pensamiento heróico, la idea de que toda persona al cual se le concede un poder sobrehumano debe regirse necesariamente por un código inaleanable sea éste cual fuere ‑lo cual nos lleva a que el papel del super-villano también se circunscribe aquí, pues necesariamente éste se rige por su pulsión obsesiva al respecto de un código específico‑, se rige sólo en tanto aceptamos que la existencia de estos no es una proyección de la condición humana en sí misma sino seres autónomos más perfectos (e ingenuos) que los humanos reales. Cuando Stan Lee creó sus héroes no creo arquetipos de seres humanos, sino que creo optimistas retratos de como debería regirse la humanidad.
La idea de Warren Ellis es precisamente subvertir este orden natural de la idealidad heroica, no tornándolos hacia el lado oscuro que repercute en un idealismo equivalente sólo que de un tono más cargadamente oscuro ‑como sería, por ejemplo, el caso de Mark Millar-, haciendo que estos super-héroes sean esencialmente humanos. Esto es algo que nos queda claro de forma tajante desde el minuto uno en Black Scummer, esencialmente, por las dos ideas primeras vehiculadoras de la narración que se nos acaban presentando como una sola y la misma: el asesinato del presidente de los Estados Unidos por crímenes contra la humanidad y la grotesca decadencia de un superhéroe.