Este artículo se publicó originalmente el 17 de agosto de 2017 en Canino Magazine. Por desgracia, ha resultado ser mucho más premonitorio y acertado de lo que nunca hubiera deseado, así que ahora, siete años después, lo rescato aquí, en mi blog, para que se pueda seguir accediendo a él en la forma más óptima posible. Que este ejercicio de archivística sirva para recordar que ya lo vimos venir. Y que aún es posible pensar en presente
Un breve recenso sobre la situación en la que nos encontramos
Vivimos, y a la actualidad más reciente nos remitimos, un terrorífico auge de políticas de extrema derecha. Y por encima de esvásticas y calvas, hay una nota estética común entre los distintos grupos de nazis: los avatares de anime ¿Acaso el otaku es de derechas por definición? Para contestar estas preguntas volamos hacia Japón y nos adentramos en su política y su Internet. Y lo que encontramos allí, es el germen, hace diez años, de lo que hoy estamos viviendo en occidente.
Japón siempre ha sido un país con una gran impronta nacionalista. Desde la figura del samurái hasta la divinidad del emperador, pasando por su papel en sendas guerras mundiales y su aspiración de ser la máxima fuerza colonial a principios del XX, su identidad ha estado vinculada a menudo con ostentar una superioridad nacional innata sobre los países de su entorno. Y si bien tienen en su haber varias de las masacres y violaciones de los derechos humanos más terribles de la historia del siglo XX, es algo más bien poco conocido tanto dentro como fuera de sus fronteras. Entre otras cosas, porque el gobierno japonés se niega a reconocerlas.
Esa ocultación tuvo como consecuencia que, durante las décadas de los 70s y los 80s, hubiera un fuerte auge de la izquierda en el país. Algo que también se tradujo en el ámbito del manga y el anime. Ya sea Mobile Suit Gundam y su oda antibélica o Akira y su defensa de un nacionalismo del pueblo, todas las obras del medio que hoy son consideradas clásicas no guardan ninguna simpatía con las aspiraciones imperialistas del país. Que aun hoy están lejos de haberse desvanecido.
Y es que no sólo Europa y EEUU luchan contra el auge del fascismo. También Japón lo está haciendo. Y desde hace bastantes más años. Porque, cuando en los 00s vivimos el auge del moe —término japonés para designar personajes, generalmente femeninos, de comportamiento adorable y aspecto fetichizado — , la (extrema)derecha encontró en la estética del manga y el anime su nuevo campo de batalla comunicativo.
Cultura contemporánea para el colonialismo político del mañana
A pesar de que los nuevos medios como el manga, el anime y el videojuego llevan décadas imponiéndose lentamente por todo el mundo, el gobierno japonés rara vez les ha dado mayor importancia. Tratándolos como una industria más, a lo largo de los años la atención del gobierno a la hora de vender las bondades del país siempre han recaído por los elementos más tradicionales de su cultura. Aquello que venden como su orgullo nacional inmemorial. De ahí que la imagen de Japón como el reino de las geishas, los samuráis y las artes marciales no hayan cambiado en más de dos siglos de apertura al exterior: es la imagen que el propio gobierno del país ha buscado proyectar.
Hasta que algo empezó a cambiar recientemente. Algo que cristalizó de forma evidente cuando fue elegido por segunda y tercera vez el actual primer ministro de Japón, Shinzō Abe.
Shinzō Abe, del conservador Partido Democrático Liberal, es un político controvertido. Admirado por sus defensores por sus políticas económicas —basadas, a grandes rasgos, en subir los impuestos al consumo, devaluar el valor de la moneda y recortar los impuestos a las grandes fortunas en un ejemplo de economía liberal de manual que han tenido a bien bautizar como abenomics— y por sus políticas reformistas tanto en el ámbito educativo como en el militar. Una postura controvertida cuando en el pasado ha apoyado la reforma de los libros de texto para hacer desaparecer cualquier mención de las varias masacres que practicó el país a lo largo del siglo XX en China y Corea o, ya en el gobierno, cuando ha intentado con más bien poco éxito refundar las fuerzas de autodefensa del país en un ejército capaz de intervenir en el exterior. Algo cuya Constitución prohíbe tras los funestos sucesos de la Segunda Guerra Mundial, intervención de EEUU mediante.
Si bien nada de lo anterior parece marinar demasiado bien con la promoción de cualquier clase de cultura que no tenga un fuerte corte nacionalista, eso no significa que gobiernos anteriores no cimentaran la promoción de esa clase de política exterior. No siempre han gobernado los conservadores. Y así y con todo, los conservadores encontraron el modo de anotarse el tanto.
Eso vino a través del Yomiuri Shimbun, el periódico de mayor tirada de Japón y el periódico conservador de referencia asociado de forma poco disimulada con el Partido Democrático Liberal. En una editorial incendiaria de principios de 2010, el periódico mostró su disconformidad con las políticas del gobierno al respecto de la explotación y promoción de la cultura pop del país. Algo para lo cual se valió del ejemplo de Corea del Sur. País que siempre ha ido a rebufo de Japón, sin una identidad cultural o subcultural tan fuerte como la nipona, pero que, en términos de poder blando, le estaban ganando el pulso gracias a la sistemática promoción de su producción cinematográfica y televisiva, y muy especialmente del k‑pop, por parte de su gobierno.
A causa de esta editorial, o no, en junio de 2010 se llegó a un punto de inflexión. El entonces recién elegido Naoto Kan, primer ministro del socio-liberal Partido Democrático de Japón, tomó como una de sus primeras medidas crear la oficina de promoción de industrias creativas, un organismo independiente con el que «coordinar diferentes funciones del gobierno y cooperar con el sector privado». En otras palabras, se decidieron a potenciar la marca japonesa con ayudas y promociones públicas a través de lo que, en el exterior, se percibía como el Japón contemporáneo: tecnología, manga, anime y cultura pop.
Pero los gobiernos socialistas no tuvieron ni tiempo ni ganas de hacer nada. Naoto Kan duró poco más de un año en el cargo, dimitiendo a causa de la nefasta gestión gubernamental de la crisis de Fukushima, y su sucesor, Yoshihiko Noda, duraría poco más de un año también, siendo derrotado de forma fragante por un Shinzō Abe. El mismo Shinzō Abe que, sólo cinco años antes, había tenido que dimitir de su puesto como Primer Ministro a causa de su impopularidad entre el pueblo japonés por varios casos de corrupción en su gobierno y una política exterior que incluyó la intervención directa en Afganistan. Algo que tampoco cambió demasiado el escenario político japonés, ya que el Partido Democrático parecía guiar sus actos más por los editoriales del Yomiuri Shimbun que por alguna clase de interés en la democracia o el socialismo.
Cool Japan, o la problemática de usar la cultura como arma política
Es por esto que quien ha tenido el tiempo y la oportunidad para explotar este concepto y sus frutos es Shinzō Abe. Y con él los conservadores. Haciendo uso de la cultura contemporánea del país para cosas tan cuestionables como promocionar el Ministerio de Defensa a través de mangas comisionados con dinero público o el hecho de que las tres ramas de las fuerzas armadas tengan sus propias personificaciones, o mascotas, en forma de tres encantadoras y muy sexys chicas anime animándote a alistarte en la marina, el ejército de aire o el de tierra, según procedan tus gustos en la moeficación. Pero también lo han utilizado para motivos menos problemáticos. Véase al primer ministro Abe apareciendo con la gorra de Super Mario en la ceremonia de clausura de los juegos olímpicos de Rio, prometiéndonos una mezcla de la cultura japonesa clásica y contemporánea como referencia para las Olimpiadas de Tokio de 2020. Y si bien es posible poner pegas a un uso tan proactivo de la cultura por parte del estado, no es menos cierto que resulta, al menos en parte, beneficioso a la propia industria.
Una industria que no tiene problemas en coquetear con controvertidos temas políticos. Especialmente, en lo que corresponde a uno de los juegos más populares en Asia, y que en Occidente apenas conocemos.
Kantai Collection, más conocido como KanColle, es un videojuego de navegador lanzado en abril de 2013 donde construimos escuadrones de barcos que después tenemos que enviar a diferentes misiones para defender Japón de una amenaza alienígena indeterminada procedente «del oeste». Hasta aquí nada raro. Nada que se salga del canon del videojuego. Pero lo extraño llega cuando consideramos que todas las tropas son encarnaciones humanas de barcos del bando del eje, tanto japoneses como nazis, en forma de chicas moe. Donde el tamaño de su pecho y aspecto, generalmente sexualizado, va en relación con la propia potencia de cada uno de los barcos. Barcos que combaten un enemigo procedente de occidente, alienígena y tentacular, que guarda más que sospechosos parecidos con las flotas de las fuerzas aliadas.
Dada la combinación del factor coleccionismo, al tener que conseguir todas las chicas-barco, con el hecho mismo de la fetichización de los personajes, al convertir esos mismos barcos en chicas monas con toda clase de uniformes, no es extraño que el juego tenga una gran popularidad tanto dentro como fuera de las fronteras de Japón. Algo que ha levantado no pocas ampollas. Porque, para muchos, Kan Colle es el ejemplo perfecto de la política cultural exterior no sólo de Abe, sino de todos los gobiernos japoneses de las últimas dos décadas: revisionismo histórico y militarismo.
Dada la combinación del factor coleccionismo, al tener que conseguir todas las chicas-barco, con el hecho mismo de la fetichización de los personajes, al convertir esos mismos barcos en chicas monas con toda clase de uniformes, no es extraño que el juego tenga una gran popularidad tanto dentro como fuera de las fronteras de Japón. Algo que ha levantado no pocas ampollas. Porque, para muchos, Kan Colle es el ejemplo perfecto de la política cultural exterior no sólo de Abe, sino de todos los gobiernos japoneses de las últimas dos décadas: revisionismo histórico y militarismo.
A finales de 2013, pocos meses después de su publicación, el Hankook Ilbo, importante periódico surcoreano, fue el primer medio en abrir fuego contra KanColle. Y lo hizo con un editorial donde argüía que la extrema popularidad del juego, tanto en Corea como en Japón, podía transmitir ideas equivocadas a los jóvenes sobre el papel del Emperador y la armada japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Una crítica que ha encontrado no poca resonancia en la red y que se ha hecho notar, aún hoy, especialmente entre los blogueros coreanos aficionados al manga y al anime, donde es fácil encontrar referencias al hecho de cómo KanColle no sólo glorifica los actos japoneses durante la guerra, sino que también hace controvertidas representaciones en general. Ya sea haciendo desaparecer el territorio coreano del juego o sumando numerosos barcos de la Alemania en diversas actualizaciones, el juego ha ido sumando polémica tras polémica por su falta de tacto y sensibilidad. Como si, de hecho, no fuera ya lo suficientemente problemático que uno de los personajes más queridos, y una de las tropas más poderosas del juego, sea una chica estoica y orgullosa llamada Kaga, figuración moe del portaviones Kaga, pieza fundamental del Kido Butai: las fuerzas detrás del ataque de Pearl Harbor. Algo que logró levantar ampollas incluso en EEUU, país donde el juego no está publicado y, en teoría, ni siquiera es jugable.
Si bien desde Corea y, en menor medida, EEUU, se ha considerado KanColle como otro ejercicio de revisionismo histórico por parte de Japón, en el propio país nipón no se piensa de la misma manera. En The Japan Times alegaron que las acusaciones del Hankook Ilbo carecían de todo fundamento, que el diseño del juego no pretende transmitir ningún tipo de reflexión política y que ese argumento ya se usó en los setenta para atacar el anime, hoy clásico, Space Battleship Yamato. El cual, por lo demás, no produjo ninguna clase de auge de la extrema derecha en el país por usar el nombre de un famoso acorazado de guerra japonés. De forma similar, el Asahi Shimbun, segundo periódico en ventas de Japón de ligeras tendencias izquierdistas, defiende que de hecho el videojuego transmite un mensaje positivo. Dado que sus mecánicas son duras, permitiendo que las naves se hundan permanentemente tras un combate desgraciado, eso puede ayudar a los jugadores a comprender los horrores de la guerra y cuán indeseable sería que el país volviera a encontrarse en una situación con tantas perdidas materiales y humanas.
Dilucidar cual de las partes tiene razón es imposible. Siendo un tema sensible, es obvio que en Corea o EEUU no va a despertar simpatía alguna la glorificación del ejército japonés. Pero también es cierto que el Asahi Shimbun ha sido un periódico que, durante décadas, ha luchado por hacer llegar al público general los actos criminales que el país cometió durante la guerra tanto en China como en Corea, especialmente en lo relacionado a las violaciones masivas para alivio sexual de los soldados.
En cualquier caso, parece dudoso que los creadores de Kan Colle quisieran transmitir mensaje alguno con su juego. No, al menos, un estatuto político en favor del Emperador y la esfera de coprosperidad de la gran Asia oriental, el plan colonialista japonés para unificar Asia bajo su mando en contra de Occidente. Y esa es la clave más importante aquí. Que las intenciones entre industria y agentes políticos difieren enormemente.
Pero que el autor no tenga cierta intención no significa que no pueda transmitirla de forma inconsciente. O en el peor de los casos, que no se utilicen sus herramientas para transmitir otras ideas.
Más allá del estado o la industria: Internet como germen de un nuevo fascismo
En realidad el uso del manga y el anime para promover una agenda de derechas es algo que tiene mucho más tiempo que los intentos de Shinzō Abe por seguir tapando las atrocidades del país durante la Segunda Guerra Mundial o su intención de reformar el ejército. Ya no digamos de los hipotéticos lazos filofascistas de un juego tan problemático, pero aún disfrutable, como Kan Colle. Para rastrear las raíces de este hecho, deberíamos acudir a Internet. Y dentro de Internet, al grupo que se hace llamar Netto-uyoku.
Lejos de los métodos del uyoku dantai, término utilizado para agrupar a todos los grupos japoneses de extrema derecha —cuyos métodos pasan desde el clásico furgón negro con propaganda que emite consignas filofascistas hasta los actos de puro y duro terrorismo— que sirven como uno de los muchos paraguas políticos para la yakuza, los netouyo, surgidos en la década de los 90’s con la gran recesión de la economía japonesa, han centrado todos sus esfuerzos en escribir artículos para Internet, generar comunidad y crear una combinación de contenido ultra-nacionalista, interés por la cultura japonesa contemporánea y el uso más básico y primitivo de la sexualidad humana.
Pero no adelantemos acontecimientos. Los netouyo no surgieron de la nada. Y es que esta nueva extrema derecha, espoleada por la recesión económica y las respuestas fáciles culpabilizando a China y Corea de todas sus desgracias, encontró en Internet su medio predilecto de comunicación, pero no sería hasta 1999 cuando se formalizaría de forma obvia. Porque el 30 de mayo de 1999 abriría sus puertas 2channel.
2channel, también conocido como 2ch —no confundir con 2chan.net, más conocido como Futaba Channel, surgido dos años después y con un tráfico eminentemente menor y más marcadamente otaku—, es un agregador de textos creado por Hiroyuki Nishimura, que sería el origen de otros agregadores de texto más conocidos en occidente, como lo es el hoy infame 4chan. Que actualmente pertenece también a Nishimura. Y es que todo el encanto de 2ch, como en el caso de su primo americano, reside en tres claves esenciales: lo efímero de los textos, lo rápido del intercambio de las intervenciones y el anonimato con el que se realizan.
Algo que ha valido para crear enormes comunidades capaces de generar cantidades ingentes de contenido sobre toda clase de hobbys, más memes de los que el Internet de uso cotidiano puede hacerse cargo y, también, un grupo reducido, pero significativo, de individuos que aprovechan el anonimato para llevar más allá sus agendas políticas. Generalmente, de extrema derecha. Que sería el caso de los netouyo.
De hecho, las estrategias de los netouyo, surgirán del cruce entre estos tres mundos. Al juntarse la afición por el manga, el anime y los videojuegos, la facilidad para generar memes con estos medios y la presencia mínima, pero significativa, de miembros de extrema derecha, que estos últimos vieran un caldo de cultivo perfecto para transmitir su mensaje a través del medio sólo era cuestión de tiempo. Y ese tiempo, para nosotros, es ahora.
El único problema que tiene 2ch a la hora de ejercer de plataforma de distribución es que, si bien es un sitio excelente para generar contenido, su propia idiosincrasia impide cualquier clase de comunicación exterior efectiva. Al favorecer la respuesta rápida y la difusión por multiplicación, es como un foco infeccioso contenido: si no existe una masa crítica de personas ejerciendo de focos de infección en puntos clave de distribución, la viralización del contenido es prácticamente imposible. Y dado el perfil del consumidor de contenidos de 2ch, concebir a uno de ellos como líder de masas, o siquiera como alguien con influencia social, suena, como poco, risible.
Ya que el común de los mortales no tiene tiempo físico para seguir ni todo ni una mínima parte de lo que ocurre en 2ch, su popularidad hizo que surgieran otros medios por los cuales hacer llegar los contenidos más relevantes al gran público. E igual que 2ch fue el caldo de cultivo de la cultura meme, su transmisión se produjo en el influjo mutuo entre agregadores, páginas web que actualizan entre veinte y treinta veces al día con pequeñas noticias y memes, y redes sociales. Porque donde los agregadores legitimaron una cultura del meme al ordenarla y mezclarla con trazas de humor, política y erotismo, las redes sociales fueron el lugar donde convertir en virales cualquiera de sus contenidos.
Dicho de otro modo, para entender cómo surge el comportamiento de los netouyo es necesario acudir allí. A su fuente de difusión.
No por casualidad, entre los agregadores más famosos en Japón están las páginas Itai News y Alfalfa Mosaic. Si bien es cierto que la primera ha ganado popularidad con respecto a la segunda, el contenido de ambas procede del mismo lugar: 2ch. Y Alfalfa Mosaic resulta más significativa como representación de los netouyo. Especialmente, cuando tienen todos los elementos que asociamos con la esfera cultural de extrema derecha actual: avatares de anime, una cruzada patente contra el feminismo y más que obvias tendencias filofascistas.
A primera vista, Alfalfa Mosaic podría pasar por la clásica página de cultura otaku. Y si bien la fijación por animes con Precure —famosa serie de magical girls, al estilo de Sailor Moon o Revolutionary Girl Utena, con un público objetivo femenino y menor de diez años— resulta desconcertante, todo adquiere un tono bastante siniestro cuando nos fijamos en cuáles son los otros contenidos habituales de la página: noticias sobre política, generalmente atacando cualquier medida que garantice el sistema de bienestar o que enfoque de modo positivo las políticas de China o Corea del Sur, y noticias sobre mujeres y sexo, siendo o bien notas muy específicas sobre las medidas y preferencias de idols jóvenes con pechos grandes o bien críticas brutales hacia mujeres adultas o que se han autodefinido como feministas. Todo ello entre no pocos artículos exaltando las virtudes de series originalmente concebidas para niñas menores de edad.
Nada de eso nos resulta extraño. El mejunje que combina el interés por las mujeres jóvenes y turgentes con los animes para niñas, la política de extrema derecha y el desprecio por las garantías sociales de cualquier clase es algo que cualquiera mínimamente activo en redes sociales ha visto. Especialmente en la esfera anglosajona de Twitter.
Porque los netouyo no se acaban en Japón. Pues sin su ejemplo tal vez nunca hubiera existido la alt right.
Avatar de anime. Comentarios misóginos. Encendidas defensas de Donald Trump. Abogar por medidas proteccionistas. Culpar de todos los males del mundo contemporáneo al socialismo y el feminismo mientras gritan «¡nos comen los que no tienen la piel tan clara como nosotros!». Ese es el modus operandi del individuo con afiliación de extrema derecha en Twitter. Sea japonés, americano o español (esa devoción por el anime del CM del Twitter del PP). Algo que nos cabe agradecer a los netouyo. Porque todo lo que ha ocurrido en relación a 4chan no es sino el reflejo de lo que ocurrió antes, con mayor intensidad pero menor escala, en Japón con 2ch.
Ya sea el Donald Trump will make anime real o el meme de Asuka Langley, personaje de Neon Genesis Evangelion, llevando una gorra en apoyo de Donald Trump, la asociación entre extrema derecha y anime, tanto en Japón como en el resto del mundo, parece no tener vuelta atrás. Al menos no a corto plazo.
Ni los otakus ni la industria japonesa es de derechas: lo son quienes los utilizan para comunicar veladamente su mensaje
De todos modos, eso no significa que la industria del anime esté politizada de algún modo. O que quienes creen estos memes sepan nada sobre anime. Algo que se hace notar en cosas como que detrás de utilizar el personaje de Asuka para apoyar a Donald Trump hay una elección de diseño tan endeble como que es un personaje reconocible y que es de origen nipón-alemán, asociación absolutamente pueril con la cual se pretende relacionar las políticas de Trump con unas políticas nacionalsocialistas que sus partidarios más acérrimos ven como deseables. O al menos eso nos quieren hacer creer. Porque igual que es obvio que utilizan el manga y el anime como herramienta sin ningún conocimiento real del mismo, sólo por su actual auge, tampoco es posible descartar que, para muchos de estos individuos, el espolear el odio y la inseguridad de otras personas no sea nada más que un juego. Algo con lo que reírse sin pensar en las consecuencias.
Porque al final la clave no es el anime. Ni el manga. Ni siquiera la pobre rana Pepe, otra víctima, esta con peor destino que Asuka, del antisemitismo pro-Trump. Es el peligroso juego entre personas estancadas en una perpetua infancia mental jugando a ser malotes por hacerse pasar por neo-nazis, a los que se suman auténticos neo-nazis aprovechando esa coyuntura para hacer llegar su mensaje a generaciones jóvenes e influenciables.
A fin de cuentas, el anime es atractivo y popular. Su estética es reconocible. No hay dificultad alguna en viralizar sus imágenes. Entonces, ¿qué es más fácil? ¿Aprovechar un contenido ajeno y que no tiene nada que ver con tu ideario, pero atractivo y reconocible para el público, para convertirlo en un meme que permita hacer permear en la sociedad ideas de extrema derecha, o hacer leer a los jóvenes libros densos, aburridos y, por lo general, mal escritos, sobre las bondades del conservadurismo más pasado de vueltas?
El anime tanto como su industria no tienen la culpa del auge de la extrema derecha. No cuando son gente como Shinzō Abe, los asesores de Donald Trump o la seguidilla que suponen 2ch y 4chan, entre el juego irónico y el verdadero intento de apoyar medidas de extrema derecha, los que utilizan una estética, unos modos y una lógica que, incluso teniendo sus propios problemas en términos sociales, no pretende comunicar ninguna clase de ideología perniciosa.
Es sólo el signo de los tiempos. Una herramienta. El desgraciado accidente que otros utilizan para fines más oscuros, o para sus juegos más perversos.
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