Según Heráclito toda la naturaleza existe en honor de pares; todo aquello que tenga un valor estará siempre asociado de forma irresoluble y vital a su contrario. Sólo cuando vemos las facetas de la realidad en su conjunto, en su harmoniosa comunión, podremos entender la intrincada relación a través de la que se mueve el mundo. Alguien que siempre ha entendido esto muy bien es Marlon Dean Clift y esta vez, además, ha conseguido materializarlo de forma perfecta en Þingvellir.
Þingvellir es una zona de Islandia con tres peculiaridades: una histórica, una geológica y otra geográfica. En el año 930 se creo ante este precioso pasaje el alþingi, el primer, y aun en uso, parlamento político de la historia de la humanidad; es el lugar exacto donde convergen la placa tectónica euroasiática y norteamericana; y, además, se puede ver la aurora boreal desde el propio valle. Como en la canción las fuerzas convergen con furia en un eterno fluir cíclico, pero no circular, se sitúa siempre como una conformación en espiral; desde su inicio hasta el final sólo podemos presenciar la evolución lógica de hechos que no se pueden dilucidar en su comienzo. En un subrayado continuo, tremendamente ágil, lo que no es más que aquello que siempre estuvo ahí en la voluntad de los pares nos concede la visión de la singularidad de un momento. Se da un devenir en el otro, en reconocer al otro como en mi propio ser, en el que no hay ni principio ni final sino el viaje en sí mismo; todo se configura en la pura constatación de que siempre los destinos estuvieron unidos. Y he ahí que sea imposible ver hasta el final, en su conjunto completo, que no ha habido cambio alguno sino que fueron aflorando diferentes aspectos que parecían ocultos: sólo se puede ver aquello que es real ‑bien sea el amor, la política, la geografía o la música- desde la distancia que confiere el poder ver el paisaje de la aurora, nunca sólo la tierra.
Y al final sólo queda esa sensación de haber visto algo único, especial en el mundo, que jamás se volverá a repetir porque en cada ocasión es diferente porque todo par, aun cuando los mismos, siempre supone una singularidad única. Pues no hay nada más allá del yo, ni nada más cercano del otro, que no se pueda explicar a través de todo aquello que se configura como el devenir en la necesidad de la dualidad. Þingvellir, tierra de sueño y vigilia.
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