Gyo, de Junji Ito
Cualquier acercamiento hacia la obra de Junji Ito siempre se encuentra con las más variadas, si es que no directamente descorazonadoras, dificultades que podemos imaginar: perteneciente a ese raro reducto entre el terror y el ero-guro, y con tendencia hacia la crítica político-social árida, su particular tono extra-humano se torna en un tremendo escoyo para comprender de forma profunda sus propuestas tan excesivas como radicales. Las formas del terror que nos presenta nunca son convencionales, jamás se nos presentan como acontecimientos achacables dentro de un canon de espíritus/monstruos o el mal hábito de una sociedad corrupta, sino que siempre dan la vuelta y circunvalan brevemente en estos —porque la sociedad se ve impelida en los aspectos más negativos de su existencia por los márgenes del terror que explota, en la mayoría de los casos— para orillar en la presencia de lo real como una fagocitación de todo orden imperante previsible. Si las obras de Junji Ito son profundamente desasosegantes es porque aunque estén protagonizadas por seres humanos estos no son más que un elemento más dentro del universo, sin necesariamente una importancia radical, siendo sólo un medio a través de los cuales narrar el colapso constante del orden de lo real.
En el caso particular de Gyo, donde a los peces les surgen unas patas mecánicas que les permiten invadir las costas de Japón, esta circunstancia de lo humano se explota de forma incansable. Durante la mayor parte del manga se acusa de forma taxativa al ejército, particularmente a la dictadura imperialista en su ocupación de Manchuria, la creación de monstruosidades tales que han provocado que la propia naturaleza se valga de ellas para vengarse de la humanidad; no hay nada en el mundo que no sea obra o culpa del ser humano, o al menos eso parecen querer decirnos sus personajes. La cuestión es que Ito hace a sus personajes inconscientes de que esa naturaleza siempre es externa de ellos pues, a pesar de que siempre fundamenten la culpa sobre la propia presunción humana de tal acontecimiento —como que culpen a Remina en el manga homónimo de atraer el meteorito de igual nombre hacia la Tierra — , en realidad todo el mal acontece siempre no como un mal en sí, no como una suerte de nivelación kármica del acontecimiento —que de todos modos sería una estupidez, el karma se paga a posteriori de la vida — , sino como un acontecimiento caótico.
El hombre existe en lo real, e incluso en ocasiones crea las nociones de lo real, pero dentro de esa realidad a veces surgen variaciones imprevisibles basados en la pura contingencia caótica que producen contaminaciones de la realidad estática: cuando el hipercaos despierta de su estatismo consciente, la realidad se retuerce en infinitas formas de lo posible. No hay ninguna realidad necesaria que diga que los peces no puedan tener patas o que las máquinas tengan que ser creadas por el hombre, si la fuente de caos es lo suficientemente poderosa cualquier acontecimiento es posible por inverosímil y extraño que este sea —así, por ejemplo, por muy necesaria que consideremos la ley de la gravedad esta podría no existir en un mundo posible donde el caos actuara de otro modo posible: sin gravedad. Si el universo es hipercaótico, entonces carece de sentido que pretendamos que nuestras leyes son necesarias en todo mundo y realidad posible.
Ahora bien, aunque esto parezca algo que sólo es aplicable en sí cuando hablamos de un otro mundo posible —o, lo que es lo mismo, de cualquier otra posibilidad de como podría haber sido nuestro mundo sino fuera como de hecho es o cualquier mundo basado en la ficción— y, por tanto, no pasa de ser una especulación teórica sin valor en lo real, la verdad es que si el mundo es hipercaótico significa tanto que el mundo es en origen de un modo infinito de posibilidades como que también podrá ser de esa misma cantidad de maneras posibles si se colapsara su orden. Aquí entraría en juego un materialismo raro, el cual produciría que aunque sea imposible que a un pez le salieran patas mecánicas sin intervención del hombre, el único ser conocido capaz de crear maquinaria, de hecho aparecieran en él como por encanto; la realidad material podría elaborar a partir de una evolución de sí misma cualquier convención, por surrealista o extraña que nos parezca, en tanto fuera una construcción posible de lo real. Es inverosímil que la materia produzca una serie de máquinas de vapor que funcionan a través de los cuerpos muertos de los peces como método para conquistar la tierra, pero en tanto es concebible como posible (en este caso, por Junji Ito) es un acontecimiento posible en sí mismo (aun cuando esa posibilidad sea sólo en un mundo posible ajeno a nuestra realidad en sí).
La labor del artista entonces se construye como la del creador de mundos posibles donde, a través de la verosimilitud de lo concebible, crea variaciones a partir de una base de lo que es y lo que es posible para edificar una historia sobre como podría haber sido nuestro mundo a través de la conformación de otro mundo que es, de hecho, de ese determinado modo. El hipercaos entonces no sería sólo una convención teórica, una especulación filosófica de cierta belleza capaz de dar alas a ciertas disciplinas científicas, sino que también tendría un uso radical para el ser humano en sí: concebir como podría ser nuestro mundo si hubiera sido de otro modo; el artista es, en cierto sentido, un espeleólogo del acontecimiento posible: explora y nos presenta del modo más sencillo, claro y evidente los límites de lo pensable en algún estricto nivel de lo real. Es por ello que toda obra de arte nos habla siempre, con necesidad, de aquello que ocurre en nuestro mundo, pues aunque del mundo que nos hable jamás sea nuestro propio mundo —aun incluso en el caso de que sea un mundo exactamente igual al nuestro— lo que ocurre en ese otro mundo, en esa ficción, nos afecta en el nuestro propio. Esto es la hiperstición.
¿Qué es la hiperstición? La hiperstición es la creencia (real) de una ficción, un mundo posible, que invade la realidad para tornarse real en sí misma; una idea hipersticial es aquella que nace como una ficción pero acaba siendo real, como cuando Julio Verne fabula la existencia futura de la televisión: la idea de la televisión es una hiperstición en tanto nació como una ficción pero, de esa misma ficción, se buscó el modo de traerla a la realidad. ¿Pretende entonces Ito conseguir la posibilidad de que en la realidad se creen máquinas de vapor movidas por cadáveres? No, o esperemos que no, sino que lo que pretende es crear una idea de como podría ser el mundo si siguiéramos una dinámica perniciosa con la lógica connatural de la naturaleza —que es, al fin y al cabo, la que asesina al menos de dos formas diferentes y correlacionadas a la humanidad en el contexto de su manga — , pero también de como nuestro mundo está siempre al borde del abismo sin que nosotros nos demos cuenta. La base de lo real, pero también de lo ficticio, es el (hiper)caos a partir del cual puede surgir cualquier cosa, pero por eso mismo nuestro deber es impedir dar pie a la naturaleza para que esta pueda inducir aun más calamidades a través de ese sinsentido que es el caos de las cuales ya de por sí produce —porque un tifón es un efecto caótico inevitable, pero la mutación de los peces por los productos químicos lanzados al mar es un efecto caótico evitable — ; aquí no hay una hiperstición en sí, sino más bien una hiperfecía, una profecía —y, por tanto, una visión de carácter metafórico y no literal— de lo que se habría de evitar de traer a partir del caos.
La obra de Ito en general, pero Gyo en particular, se nos presenta como la profecía metafórica de cuales pueden ser las consecuencias últimas de nuestros actos dentro del contexto de un universo que es ya de por sí contingente y, por extensión, proclive hacia el cambio caótico. Por supuesto esto puede no llegar a ocurrir nunca, u ocurrir igualmente aunque nosotros no hagamos nada en tanto el caos reina el mundo, pero cuanto más apostemos por inducir modificaciones en la realidad más posibilidades habrá que toquemos una fibra sensible que haga restallar el látigo del hipercaos. Es por ello que Ito nos absorta a procurar evitar las formas más perniciosas que nos evoca la materialidad, incluso cuando esta misma puede darse a sí misma las formas más terribles, pues la materia conoce su fin en sí mismo y esta se construye a partir de evocar en nosotros las ideas de como puede ser modificada, porque igual que el átomo evocó la hiperstición de las maravillas de la energía de las centrales nucleares también lo hizo con el terror de las bombas nucleares. No confiéis en la suerte de evitar u olvidar los males de traer a lo real toda fantasía posible desde el caos, porque entonces será cuando estos aprovecharán vuestra espalda para devorar toda existencia.
Deja una respuesta