No podrás salir, de Damien Wake
Cabría preguntarse si el pulp, literatura de evasión barata, tiene sentido en una época como la nuestra en que la literatura ha quedado finalmente relegada a un segundo plano ‑uno que, admitámoslo, siempre estuvo ahí; leer siempre ha sido un lujo- entre las posibilidades de entretenimiento. Cuando la literatura ha sido arrinconada hacia el mundo del bestseller ‑campo muy alejado del espíritu pulp- y el sibaritismo conductal parece que no existe un espacio definido para una literatura barroca, evasiva y sin mayores virtudes que su truculencia. Sin embargo el pulp clásico ha encontrado grandes mensajeros en nuestros días, haciéndose un hueco a través de una meticulosa criba a través de lo cual sólo nos han llegado los adalides de las mejores virtudes de su cosecha; el tiempo, en su sentido más darwiniano, ha seleccionado lo mejor del género que nos ha llegado, previa supervivencia entre círculos puristas, hasta hoy.
Si el pulp clásico tiene un cierto sentido darwinista en su supervivencia nos cabría otra pregunta, ¿cabe el pulp hoy? Desde luego Damien Wake, pseudónimo anglosajón mediante, cree que sí. Por eso nos regala una nouvelle truculenta, visceral, donde hace un recorrido constante por las formas más brutales del género. Ahora bien, su problema es parecer que está infinitamente más empapado de los clásicos de terror cinéfilos que de una verdadera cultura (literaria o no) del terror: el libro se sitúa constantemente como una construcción de arquetipos, clichés baratos, historias manidas ad nauseam, una escritura francamente deficiente y callejones sin salida en la historia metidos porque sí, porque esto es pulp. Pero volvamos a lo cinéfilo.
La historia, que no deja de ser un remiendo más o menos pasable de La Matanza de Texas, Las colinas tienen ojos y, en general, el cine de terror de rednecks anomalamente psicóticos, parece siempre defendida desde una postura cinematográfica. Si las constantes referencias cinéfilas, generalmente metidas a calzador, no son suficientes en general toda su estructura está pensada como un clásico slasher adolescente. Las víctimas asesinadas mientras tienen sexo ‑o disfrutan de él, sin más- se suman al terror del bosque, de la naturaleza desatada, que parece ser el slasher. Algunos intentos tímidos por combar esto ‑el cambio de personajes continuo en su masacre, dejando sólo de forma continuada al externo agente de policía- no sólo no consiguen levantar el vuelo de la narración sino que lo hunde más; la narración sólo funciona como un exploit de tercera fila del cine de monstruos caníbales del monte. Más allá no aporta absolutamente nada.
Como un Jack Ketchum wannabe Damien Wake intenta, pero no puede hacer, una narración brutal, ultra-violenta, que grabe imágenes devastadoras en la incomodada mente del lector. Su problema es que él no es Ketchum y no lo es porque, en último término, le falta su cultura (y oficio) literaria a sus espaldas. Y, lo que quizás sea más importante, el pulp debe palpitar de maravilla; una novela sólo es pulp si explora lo inexplorado.
¿Es posible que se pueda seguir haciendo hoy literatura pulp? Por supuesto que sí, y Damien Wake abre una interesantísima vía para ello: dotar de un sentido y ritmo narrativo cinemático al relato, un tránsito hacia una imagen-tiempo; sólo que el no aprovecha como debería esta misma vía. Tal día como hoy, en el que la literatura parece cada vez más restringida por elección hacia un público determinado, no puede permitirse desaprovechar buenas ideas como esta brevísima novela, que podría atraer a un público nuevo alejado de los libros, con ignomiosas ausencia de estilo y, lo que es peor, un total desapasionamiento por el relato, por el buen relato escrito. Todo lo demás son deseos, virtudes y esperanzas de un futuro en el que por fin surgirá de nuevo una literatura, española, evasiva y de calidad para el nuevo público contemporáneo.
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