Help Me, Eros!, de Lee Kang-sheng
Cierta clase de espectador espera siempre una tendencia que no está ahí pero quiere verla casi con necesidad para poder justificar sus prejuicios propios que crearon desde el mismo instante que decidieron ponerse ante el artefacto cultural dado del cual sacan unas conclusiones equivocadas. Generalmente esto se produce por una crítica valorativa ‑para bien o para mal, sea fruto del hype o de alguna forma de anti-hype- pero también por una condición geográfica del mismo; por ser de un lugar dado el autor de un artefacto cualquiera cierto público hace una lectura, exigiendo una cierta lectura, que constate los prejuicios que se tienen con respecto de esta. Es por ello que para hablar de Help Me, Eros! lo más importante, al menos para empezar, es desterrar la idea de que es una película que retrata alguna clase de dimensión exclusivamente oriental, que nos enseña exclusivamente un cierto terror taiwanés ‑que, sí, también‑, ya que es un retrato fidedigno de como se dan las relaciones sentimentales en un mundo que ya es globalizádamente capitalista.
Lee Kang-sheng ‑protagonista de El sabor de la sandía, para quien no lo recuerde- no deja espacio a la duda en el retrato melancólico que hace sobre las formas de socialización en la contemporaneidad. La película nos arroja a la cara incesantemente un discurso donde comprobamos como la gente es incapaz de alcanzar unas relaciones sentimentales saludables por lo cual se refugian en una serie de condiciones periféricas del deseo a través de las cuales satisfacer su imposibilidad innata para el amor. Es por ello que la relación que se establece entre los objetos sentimentales en la película son relaciones de sustitución: ante la incapacidad de alcanzar lo que desean (re)dirigen sus flujos deseantes hacia formas periféricas, objetos circundantes cercanos, al auténtico objeto de su deseo.
Hasta aquí podría llegar una lectura superficial que no haría honor al auténtico calado de la película, mucho más rica en una infinidad de detalles a desgranar. Sería de hecho muy imprudente no señalar como ya desde el título se nos insta a mirar como toda la película es una llamada de socorro, un intento de salir a flote, al menos, en dos niveles completamente diferentes. El protagonista, Jie, ha perdido todo su dinero en la bolsa; arruinado y sólo con su plantación de marihuana la búsqueda de una posibilidad de salir de allí, de no acabar con su vida para acabar con la fatalidad, le lleva a iniciar una búsqueda de salida que acaba en una doble iteración: la amorosa y la sexual. En sus llamadas al teléfono de la esperanza se enamorará de la voz de la servicial Chyi que imagina como una diosa de la belleza que podría satisfacerlo sexualmente sin descanso, poco después conocerá a Shin, nueva dependienta del betel nut beauties de debajo de su casa ‑lo cual sería como una especie de tienda de frutos secos con chicas ligeras ropa‑, con la cual mantendrá una relación de romance puro. El problema es que él es incapaz de discernir la diferencia real entre ambas formas de relación cruzando su significación entre sí.
Todo esto se va desentrañando ante nuestros ojos mediante una elección sublime de imágenes que va articulando una auténtica cosmogonía de la pasión en el capitalismo. De éste modo todo cuanto acontece alrededor de Chyi (en la mente de Jie) se da desde una sublimación ideal de lo que acontecerá (en su amor). En las primeras comparsas de la película podemos ver como fantasea con los eróticos contoneos de la que imagina que será ella ‑siempre, como ya he señalado, a través de su voz- a través de los cuales va articulando esa relación de deseo, una relación idealizada del amor, a través de la cual ella, y ninguna otra, será la mujer perfecta de sus sueños. De hecho así es, de sus sueños, ya que en realidad Chyi es una mujer entrada en carnes casada con un hombre incapaz de satisfacerla por una soterrada pulsión homosexual; los sueños de Jie son, precisamente, exclusivamente sueños irreales. Por ello cuando Chyi lo engaña y le hace creer que su compañera de trabajo es ella ‑esta, sí, de una belleza idealizada- él se obsesiona y la espía desde la distancia, quedando siempre encuadrado en paralelo en planos generales que hacen al objeto de su deseo una figura gigantesca en contraposición contra su propia forma minúscula. Es la visión de la fantasía amorosa, la representación de aquello sublime que nos sobrepasa desproporcionadamente.
Aquí alcanzamos el punto donde comprobamos como Jie ha sido, efectivamente, ayudado como el exigía pero no por Eros, Dios del amor romántico, sino por €®O$, Dios del amor capitalista. Bajo esta concepción deberíamos entender que el amor idealizado que siente Jie por Chyi es el mismo que se produce por los productos que se ofrecen en el capitalismo en el más estricto sentido de Guy Debord: toda producto parte de un encantamiento del consumidor para acabar deviniendo en su insatisfacción para obligarle a seguir consumiendo; todo consumo es, por pura necesidad, la conformación de un deseo estancado.
La búsqueda incesante de Jie de esas formas apócrifas de €®O$ se conforman bajo la lógica de seguir consumiendo buscando esa satisfacción absoluta que se da por perdida, sólo que en este caso en vez de dirigirse desde un espíritu espectacular se hace desde uno netamente amoroso. Él articula su mediación con el dinero a través de la marihuana lo cual le conducirá hacia las fantasías amorosas con Chyi que fluctuarán a su vez en el sexo salvaje con dos amigas de Shin, con todo lo que ello conlleva, para acabar de nuevo en el solipsismo de un amor idealizado (e imposible) por Chyi. Pero, como no podría acabar de otro modo, al final su relación con Chyi acaba en el desencantamiento propio del capitalismo en el cual el acontecimiento de La Felicidad® que se nos ha prometido se pierde de una forma ridícula ante la realidad perenne de que nunca se cristalizará ante nosotros a través de nuestras idealizaciones. Las fantasías que originan los productos del capitalismo, y esto incluye las relaciones amorosas articuladas en sus formas, sólo conducen a la imposibilidad de su cumplimiento.
Lo más irónico es que Jie sí fue escuchado de hecho por Eros, como demuestra su relación con la encantadora Shin. Cualquier noción de perdida monetaria, motor auténtico de cualquier relación capitalista, se ve eliminada como un efecto de valor con ella en favor de su felicidad y, es más, este se convierte en un preciado tesoro de un amor tan puro que sobrepasa la lógica económico-social del mundo. Ellos dos captados por una cámara que registra los coches que sobrepasan la felicidad, juntos y felices, asomando sus cabezas por el techo del coche son la representación de un amor tan puro que destruye cualquier sentido mercantilista del amor; en su completa ausencia de fantasías a priori van creando una serie de momentos que ya son suyos como pareja, de hecho ya se han convertido en un sólo objeto con los flujos comunicándose en armonía. Esto es algo tan sutil, tan cercano a nosotros mismos, que Jie da por hecho que eso es así dejándose llevar aun por la necesidad de la ayuda de €®O$ sin darse cuenta que, efectivamente, ya no necesita su ayuda porque ya está de hecho salvado, porque ya no es uno sino dos.
Ante la imposibilidad de los personajes por articularse a través de la gracia de Eros vemos como, lentamente, se destruyen para conseguir las gracias de un €®O$ que siempre se muestra como una fuente perpetua de insatisfacción. En el caso de Jie lo es por la imposibilidad de aceptar a Eros tal y como es lo cual conduce a la posibilidad de Shin para tener una relación amorosa con él, mostrando las dos caras de la misma moneda. Pero €®O$ es como Jano y por eso tiene dos cabezas siendo en este caso, la segunda cabeza, la que tristemente mira a Chyi. Esta, gorda e incapaz de atraer a su marido, se escuda en la comida como método para evitar su profunda insatisfacción amorosa y sexual, más aun cuando descubre que su marido es travestí; su mundo se colapsa lentamente en la decepción perfecta del €®O$, el único hombre que aceptó poseerla lo fue para encubrir sus auténticos deseos. Es por eso que las relaciones amorosas mercantilistas no aceptan al diferente, al que está gordo, al que es feo o que tenga cualquier tara pues no es vendible, no puede prometernos una felicidad perfecta, sino que es el producto defectuoso que nadie quiere o sólo alguien con intereses ocultos acepta. Ese, y no otro, es el otro rostro igual de horrible del mercantilismo sentimental, de este €®O$ desatado.
El irónico triunfo final de Eros se da en decepción de Jie con €®O$ que precipitan los melancólicos momentos finales donde este, totalmente destruido en sus aspiraciones, sólo ve como salida la absoluta aniquilación. Es por ello que la llegada de Shin con unas alas de ángel a la espalda, como la entidad que viene para anunciar el triunfo del amor auténtico se ve correspondida con una lluvia de billetes de lotería; mientras el amor auténtico es capaz de hacer volver a los enamorados tras sus pasos ‑e, incluso, hacerles poseer una reliquia perpetua de su amor en forma de foto- el mercantilismo sentimental sólo es capaz de recordarles, una vez más, que se supone que deberían desear lo que €®O$ decida. Por eso, el amor, es el gran triunfo del hombre sobre el mundo.
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