No cambies nunca, de David Sánchez
I.
A lo largo de la historia, tanto la mitología como la cultura han sido las principales cronistas de las formas de cambio de la naturaleza y, por extensión, del hombre en tanto tal. El primer caso conocido es el de uno de los clásicos confucianos, el I Ching, podríamos traducirlo como Libro de las mutaciones: en él se nos enseña el presente y se nos demuestra como permutará el futuro según las posibles decisiones que tomemos, ambas de tono completamente opuesto. Por otra parte, como nos demostraría Ovidio en Las transformaciones, la tendencia de los dioses griegos de convertirse en otras entidades para cumplir sus deseos ‑ya sean estos propios o ajenos- es una constante naturalizada, por lo cual se nos presenta como una de las conformaciones de poder primarias del hombre; en la mitología griega toda transformación es el paso previo a la fundación de una nueva rama de la naturaleza del mundo, de la imposición del deseo del que tiene el poder en el mundo como ley. Y por supuesto nuestra cultura conoce de La metamorfosis de Franz Kafka como uno de sus grandes clásicos, la obra donde un hombre se convierte en cucaracha encontrándose en el profundo en un universo de la más absoluta sin razón. La cultura humana es rica en transformaciones porque, de hecho, el cambio es intrínseco a la naturaleza.
Este (breve) recorrido por la historia de los cambios puede parecer un redundar en lo conocido, hacer llover sobre mojado, lo cual sin dejar de ser cierto es falso: incluso lo conocido se transforma en radicalmente nuevo cuando la mano que lo mece es la de David Sánchez. No hay nada en No cambies nunca que sea radicalmente nuevo, que no nos sea siempre familiar, y he ahí su interés radical, pues transforma aquello que nos resulta común, anodino por su repetición constante en el pasado, en una búsqueda constante de un sentido que ya no se encuentra ahí. Hace de lo familiar sorpresivo, de la repetición diferencia.
II.
Mutaciones/Esto es sólo una prueba
La primera de las formas de cambio es la mutación del presente en su propio devenir futuro, es la transformación más natural que todos conocemos y comprendemos. Las personas por las circunstancias de su propia vida viven en un status quo que, en un determinado tiempo, se quiebra y toda su vida cambia; la transformación aquí es la disposición a través de la cual el hombre sufre una serie de fatalidades ‑entendiendo fatalidad como hecho inevitable, pues no necesariamente está cargado de negatividad- que cambian de forma determinante su ser en el mundo. Es posible que un coche sufra un accidente por no atropellar a una mujer mandando al hospital a sus ocupantes, que una pareja deseen desentenderse de su pequeño infante o que un hombre se preste para experimentar con su cuerpo ‑la condición del cambio nos es indiferente, todo cambio que entre dentro de un devenir normalizado en el cual se deba dar una elección lo consideramos como esta. Por tanto deberíamos entender la mutación como aquello que aun está en nuestra elección, sucede una cosa pero podría haber ocurrido la contraria, aun cuando necesariamente ha de producirse una mutación del status quo presente.
En el caso de la mamá de la portada del cómic, ejemplo que tomaremos para cada una de las transformaciones, se nos vuelve evidente cual ha sido su mutación: el elegir tener un hijo, produce una mutación en su ser ‑de no ser madre a sí serlo- que podría haber elegido que no se produjera. Así esta mamá podría haber elegido no tener el bebé pero, entonces, no se habría mantenido el status quo en tanto sería consciente de que ha tenido una responsabilidad hacia otro ser que ha eludido. Aquí la elección no era de sí tenía que cuidar o no de la criatura, sino como aceptaría el cambio psicológico que sufriría con respecto de ésta bajo las dos posibilidades polarizadas que tenía ante sí.
Transformaciones/Hueles a serpiente
La segunda de las forma de cambio es la transformación del deseo personal en una realidad presente. Aquí hay una proyección no de futuro en el presente, como sería el caso de la mutación, sino que sería una proyección de futurabilidad en el presente; existe un futuro que deseamos que ocurra y, por extensión, hacemos que ocurra ese futuro en sí mismo. Esta futurabilidad puede ser tanto la condición deseante de poseer amorosa o sexualmente a la persona amada en la misma medida que puede ser el deseo de descubrir la cura para extraña enfermedad o ver como finaliza una serie de televisión. Siguiendo de nuevo el ejemplo de la maná de la portada podríamos dirimir que aquí la transformación es del pecho enjuto y que no puede amamantar el hijo al paso futurible del crecimiento de estos y la adopción de la capacidad de dar leche; el deseo de poder alimentar al bebé, de poder amamantarlo, es la condición que permite la transformación que concede la posibilidad de hacerlo.
Metamorfosis/Enciéndeme, hombre muerto
La tercera y última de las formas de cambio es la metamorfosis del cuerpo hacia una nueva condición de sí mismo. Aquí los ejemplos son mínimos porque, de hecho, sólo hay uno que ocurra de forma natural: la muerte. La única transformación que le suponemos connatural al hombre es la que se sucede en la muerte ya que su cuerpo se metamorfosea en su propia descomposición, haciendo de ser algo un ser nada, lo cual produce por extensión el terror hacia la metamorfosis ‑por eso nos resulta terrorífico La Metamorfosis o No cambies nunca, porque hay un cambio de ser humano hacia ser otra cosa. Pero esto también explica el temor hacia la enfermedad en tanto esta se nos define como el paso hacia lo desconocido, la metamorfosis que hace nuestro cuerpo un ente ajeno pues, en último término, la condición de naturaleza del cuerpo (funcionar bien) se metamorfosea bajo la condición de la enfermedad. En el caso de nuestra mamá podríamos afirmar que la metamorfosis hacia la muerte es el proceso que define su propia metamorfosis cambiante; el proceso de muerte es la metamorfosis que produce el radical cambio físico pretendido por esta.
III.
¿Qué ocurriría si hubiera un cambio radical en el mundo que afectara en las tres esferas del cambio al unísono ‑mutación, transformación, metamorfosis? Según el filósofo esloveno Slavoj Žižek si algo así como una enfermedad mortal de origen alienígena atacara la tierra entonces la filosofía, ocupación última de toda cultura y mitología, no tendría ningún sentido con respecto de ella. La filosofía se nos mostraría el mundo como sin sentido, sin aportarnos soluciones ni respuestas más allá de la elucubración misma ante el desconocimiento de como lidiar con respecto de un proceso más allá de nuestra posibilidad de controlar el cambio. Según el esloveno lo que necesitaríamos entonces es ciencia, buena ciencia, que encontrara una vacuna a través de la cual poder protegernos de los cambios que pueden inducir esa enfermedad en la naturaleza misma de nuestro mundo, de nuestro microcosmos llamado humanidad; la ciencia es la vacuna contra el cambio para sí, mientras la filosofía sólo es la narración de como se produce el cambio en sí. Cualquier pretensión de que la filosofía ‑y, por extensión, el arte, la cultura o la mitología- nos aporten soluciones definitivas al respecto del cambio es como pedir a la ciencia que pretenda explicarnos aquello que sólo puede ser aprehendido en el cambio en su propio acontecer.
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