Military!
Hiroshi Kimura
2015
Ella era primera teniente del ejército de Krakozhia y venía a protegerme. Me sedujeron sus formas suaves, su aspecto redondeado, sus ojos grandes, su Remington M 700 con el cual me abrió un tercer orificio nasal después de derribar la cuarta pared de mi casa con un tanque: ella era primera teniente del ejército de Krakozhia y era una lolita. En menos de un minuto estábamos hablando de las bragas estampadas de su compañera, segunda teniente del ejército de Krakozhia. Eran adorables. Su conejito nos miraba desde su culo en pompa sin ningún motivo más allá del fanservice, un panty shot gratuito que me cegó durante algunos segundos, suficiente para ponerme en situación de recibir un disparo de un lanzacohetes AT‑4 a la altura de la zona inguinal. Durante algunos segundos perdí el color de mi cuerpo.
Ellas eran lolitas del ejército de Krakozhia y venían a protegerme. Ellas eran pequeñas y colegialas y tenían tendencia a enseñar las bragas y tocarme el paquete y hacer chistes sucios impropios de niñas, como era impropio que cargaran con armas o sacaran tanques de la nada o que el ecchi inundara nuestras vidas como las cataratas de testosterona mal enfocadas inundan los sueños del mundo otaku. Aquello era lolicon. Era lolicon, pero parecía la fantasía picante de un adolescente introvertido obsesionado con las armas de asalto yendo de speed en medio de una rave donde un grupo de lolitas de diez años juegan al paintball con pintura fluorescente. Rápido, duro, incomprensible. Cuando su guerra de tanques destruyó el puesto de fanzines paramilitares del comandante de algún ejército desconocido, lloré en silencio por la muerte de la actitud crítica de los cadáveres —ahogados en testosterona, arrojados al océano por olas de testosterona, aplastados y vapuleados y martirizados por un kraken monstruoso compuesto exclusivamente de testosterona— que llevaban colgado un cartel luminoso al cuello donde ponía «productores». Antes de poder reponerme, recibí 370 disparos de una AG Strojnica ERO que habían escondido en las manos de un dibujante presto.
Ellas eran tenientes del ejército de Krakozhia y lolitas y veían a protegerme, pero no paraban de dispararme. No sangraba, pero no podía dejar de mirarlas. Infantiles, bobas, sin motivo, se arremolinaban alrededor de la ausencia de discurso crítico para dispararme humor hueco, una guerra contra cualquier «-ismo» que atentara contra el statu quo de una guerra que decían que no iba con ellas. Pero disparaban. Vivían felices en la moeficación de sus días, disparándome a pesar de que no sangraba y no podía dejar de mirarlas y me sentía sucio de algún modo por hacerlo.
Ellas eran moe y venían a entretenerme. Y entonces les dije «¿sabes cómo llamo al entretenimiento vacío? Tumor existencial» y ellas respondieron «ya, ¿y a mí qué?» antes de dispararme con una IMI Desert Eagle que no me hizo sangrar, pero me hizo perder el color de mi cuerpo durante unos segundos.
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