Etiqueta: Álvaro Mortem

  • No hay risa capaz de agotar el horror

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    Después de una in­ten­sa se­ma­na de es­pe­cial de Halloween, és­te ha lle­ga­do a su fin. Por su­pues­to aún que­da la par­te más im­por­tan­te, que si­gan dis­fru­tan­do con to­dos los con­te­ni­dos que he­mos ge­ne­ra­do, y que pa­sen una es­tu­pen­da no­che don­de se de­jen lle­var por sus pul­sio­nes más da­das a la su­ges­tión es­ca­to­ló­gi­ca; no ma­ten a na­die, pe­ro dé­jen­se asus­tar co­mo si les fue­ran a ma­tar. Como una se­ma­na de con­te­ni­dos que se han ex­ten­di­do más allá del blog dan pa­ra mu­cho, val­ga es­ta en­tra­da co­mo mo­do de dar­les las gra­cias por es­tar ahí pe­ro, tam­bién, co­mo su­ma­rio de to­dos los con­te­ni­dos: des­pués de la re­ca­pi­tu­la­ción de to­das las en­tra­das del es­pe­cial, en­con­tra­rán al­gu­nos links más ha­cia co­sas que ten­gan que ver con el te­rror que ha­ya­mos he­cho es­tos días —bá­si­ca­men­te, el es­pe­cial de Studio SuicideProsa Inmortal—. Disfruten.

    Sumario:

    Especial de Halloween en The Sky Was Pink

    Especial de Halloween en Studio Suicide

    Otras co­sas ha­llo­wee­nes­ca en las que es­ta­mos involucrados

    • Prosa Inmortal. Revista li­te­ra­ria mo­no­grá­fi­ca de pe­rio­di­ci­dad se­mes­tral de áni­mo re­vul­si­vo con una mi­ra­da par­ti­cu­lar ha­cia la li­te­ra­tu­ra de género.
  • Del montaje al montage de la identidad. Robocop como creación autoral universal.

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    I. Introducción. La iden­ti­dad de Robo/Cop

    Donde co­mien­za y don­de aca­ba la iden­ti­dad de un ob­je­to da­do es una de las pro­ble­má­ti­cas más com­ple­jas que ca­be plan­tear­se an­te cual­quier aná­li­sis, que se pre­ten­da más o me­nos ri­gu­ro­so, de la reali­dad. Delimitar que es un hu­mano y que es un ro­bot es in­creí­ble­men­te com­ple­jo, pe­ro en reali­dad no de­ja de ser­lo me­nos que la de­li­mi­ta­ción que in­ten­ta dis­cer­nir en que si­tua­ción se si­túa la re­la­ción autor/seguidor, creador/receptor, obra/derivado o cual­quier otro bi­no­mio, siem­pre ar­ti­fi­cial, que que­ra­mos sos­te­ner en una se­pa­ra­ción ne­ta más o me­nos es­tric­ta a par­tir de los cua­les ser es­tu­dia­dos. Pero es­to es así en la me­di­da que to­da es­ta se­pa­ra­ción de la iden­ti­dad se ba­sa en un no­mi­na­lis­mo frá­gil, uno que nun­ca alu­de stric­to sen­su a las con­for­ma­cio­nes ma­te­ria­les que nom­bran; si en­tre el di­cho y el he­cho hay un tre­cho, co­mo di­ce el cas­ti­zo di­cho po­pu­lar, po­de­mos de­cir que en­tre la de­no­mi­na­ción y la iden­ti­dad, también. 

    Es por ello que aquí, por una vez, no me li­mi­ta­ré a mi­rar la iden­ti­dad úni­ca de un de­ter­mi­na­do fe­nó­meno sino que, al más pu­ro he­ge­liano, in­ten­ta­ré sin­te­ti­zar el es­pí­ri­tu ab­so­lu­to que ani­da den­tro de sí: es­to es el (in­ten­to) de una sín­te­sis de la reali­dad ul­te­rior que se sos­tie­ne más allá de Robocop. Para ello, co­mo en cual­quier buen ejer­ci­cio de sín­te­sis, me de­ja­ré lle­var por lo que en ca­da obra va­ya pro­du­cien­do re­mi­nis­cen­cias pa­ra in­ten­tar ar­ti­cu­lar es­te dis­cur­so to­tal, aun­que no to­ta­li­za­dor ‑pues pa­ra que se die­ra tal to­ta­li­za­ción ne­ce­si­ta­ría­mos dis­cer­nir to­dos y ca­da uno de los sub­pro­duc­tos de Robocop, co­sa que se nos pre­sen­ta, en el me­jor de los ca­sos, co­mo un imposible‑, a tra­vés del cual po­da­mos co­no­cer el es­pí­ri­tu ab­so­lu­to del po­li­cía ro­bot. O, al me­nos, lo más pa­re­ci­do a un hi­po­té­ti­co es­pí­ri­tu ab­so­lu­to que, pro­ba­ble­men­te, só­lo exis­ti­rá en la men­te de los he­ge­lia­nos. Y, pa­ra ello, plas­ma­ré la evo­lu­ción la iden­ti­dad de una obra de fic­ción a tra­vés de los vai­ve­nes que su­fre en su có­pu­la con otras iden­ti­da­des (reales o no) en su trán­si­to su­ma­rial por los abrup­tos ca­mi­nos de la cul­tu­ra humana.

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  • Devenir visible en lo invisible, o como robamos el saber al tiempo

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    No se pue­de co­men­zar un post co­mo és­te sin ha­cer una bre­ve re­ca­pi­tu­la­ción de las ra­zo­nes pa­ra ello; eso es­toy ha­cien­do des­de es­te mis­mo ins­tan­te. Ya se ha con­ver­ti­do en una tra­di­ción que ca­da año con­vo­que a un gru­po de se­lec­tos ca­ba­lle­ros y se­ño­ri­tas pre­dis­pues­tos pa­ra anun­ciar a los cua­tro vien­tos que es aque­llo que, en el año que de­ja­mos atrás, no de­be­rían ha­ber­se per­di­do ja­más. ¿Por qué? Porque, ya que vi­vi­mos abo­tar­ga­dos de in­for­ma­ción, ca­da día más es ne­ce­sa­rio una mano ami­ga que guie la mi­ra­da per­di­da en­tre le ma­re­mag­num auto-perpeutizante de la ma­sa de­ve­ni­da ca­da vez más ve­loz­men­te. Precisamente co­mo eso es lo que ha­cen los in­di­vi­duos in­vi­ta­dos ‑o, al me­nos, lo ha­cen la mayoría- prác­ti­ca­men­te de dia­rio es­to es, a la vez, un re­cen­so de cua­les son los ar­te­fac­tos cul­tu­ra­les que de­ben se­guir se­gui­dos y púl­pi­to des­de el cual po­ner en co­mún las men­tes más pre­cla­ras que fir­man en Internet, siem­pre pa­ra un ser­vi­dor. No to­dos los in­vi­ta­dos han par­ti­ci­pa­do, ni to­dos los que vi­nie­ron el año pa­sa­do han vuel­to pe­ro, eso sin lu­gar a du­das, to­dos los pre­sen­tes es­tán en­tre los me­jo­res en su campo.

    Las ins­truc­cio­nes pa­ra par­ti­ci­par fue­ron va­gas: tres pá­rra­fos, tres ar­te­fac­tos cul­tu­ra­les; los ex­ce­sos en con­te­ni­do, for­ma o ex­ten­sión son al­go co­mún y de­sea­do en la se­rie de in­ter­ven­cio­nes ‑in­cluí­da la ca­be­ce­ra de Mikelodigas- que, den­tro de unas po­cas li­neas, po­drán ca­tar, y esa era la in­ten­ción ini­cial. Aunque era ne­ce­sa­rio po­ner cor­ta­pi­sas pa­ra man­te­ner un tono co­mún ca­da uno ha lle­va­do a su te­rri­to­rio, y ha in­ter­pre­ta­do co­mo le ha da­do la real ga­na, las ins­truc­cio­nes que les han si­do da­das. Y eso es­tá bien.

    Con res­pec­to de las in­ter­ven­cio­nes en sí po­dría­mos de­cir que el 2011 ha si­do par­ti­cu­lar­men­te he­te­ro­gé­neo pe­ro con al­gu­nos pun­ta­les par­ti­cu­la­res que han con­se­gui­do la una­ni­mi­dad del res­pe­ta­ble. Portal 2, Drive o Black Mirror han de­mos­tra­do ser al­gu­nos de los even­tos más ex­tra­or­di­na­rios del año, pe­ro no más de otros tan cons­tan­te­men­te re­sal­ta­dos, aun­que más in­di­rec­ta­men­te, co­mo lo han si­do las re­vuel­tas que co­men­za­ron con La Primavera Árabe. Pero igual que les di a ca­da uno tres pá­rra­fos pa­ra que se ex­pla­ya­ran yo no to­ma­ré más de lo mis­mo pa­ra ha­cer es­te (bre­ve) pró­lo­go así que, sin más di­la­ción, les de­jo con lo me­jor del 2011 se­gún los me­jo­res de la blo­go­co­sa. Gracias a to­dos los in­vo­lu­cra­dos, por sus es­fuer­zos siem­pre bien in­ten­cio­na­dos. Y a us­te­des, nues­tros fie­les lec­to­res, es­pe­ro que les gus­te tan­to co­mo nos ha gus­ta­do a no­so­tros com­po­ner tan mas­to­dón­ti­ca pie­za. Siempre por (y pa­ra) ustedes.

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  • creo que mi amigo dijo: no olvides la sonrisa

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    Los cum­plea­ños tie­nen una cier­ta im­por­tan­cia den­tro de la cul­tu­ra hu­ma­na co­mo for­ma de ve­ne­ra­ción de la exis­ten­cia; es una ce­le­bra­ción de ín­do­le so­cial don­de de­cla­ra­mos nues­tra fe­li­ci­dad de ha­ber na­ci­do. Pero to­do cum­plea­ños ne­ce­si­ta el com­po­nen­te so­cial, el re­co­no­cer­me co­mo vi­vo a tra­vés de que otros de­cla­ren en mi ese es­ta­do de vi­ve­za, o lo que es lo mis­mo, que me fe­li­ci­ten el cum­plea­ños. Y pa­ra eso es­ta­mos hoy aquí, pa­ra ce­le­brar el se­gun­do cum­plea­ños de es­te blog.

    ¿Como va­mos a ha­cer tal co­sa? Se me ocu­rrie­ron mu­chas co­sas, al­gu­nas alo­ca­das e im­pen­sa­bles, otras tí­pi­cas y abu­rri­das, pe­ro fi­nal­men­te me de­ci­dí por ha­cer lo que peor y me­jor se ha­cer: di­bu­jar y po­ner en el cen­tro de aten­ción a los de­más. Así van a ver a to­dos aque­llos que ha­cen es­te blog po­si­ble di­bu­ja­dos ‑em­pe­zan­do por mi mis­mo en­ca­be­zan­do el post- re­cor­dan­do cua­les han si­do sus atri­bu­cio­nes al mis­mo. Que, aun­que no siem­pre sean evi­den­tes o si­quie­ra vi­si­bles pa­ra na­die que no sea yo mis­mo ‑per­ma­ne­cien­do des­co­no­ci­das al­gu­nas in­clu­so pa­ra ellos mismos‑, son mu­chas y con mu­chí­si­mo peso.

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  • la noche de las estrellas, el día de las apuestas

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    Esta mis­ma no­che son los Oscar y por ello no es­ta­ría de más ha­cer una qui­nie­la pe­ro, real­men­te, ¿quien quie­re ver la enési­ma qui­nie­la? Pues una vez más, imi­tan­do aque­lla lis­ta de lo me­jor del 2010, he in­vi­ta­do a al­gu­nas plu­mas pa­ra vi­si­tar al­gu­nos de los pre­mios más im­por­tan­tes de la no­che de las es­tre­llas. Por su­pues­to no es­tán to­dos los que son pe­ro si son to­dos lo que es­tán, así que te­ne­mos la ines­ti­ma­ble ayu­da de Henrique Lage, Noel Ceballos, Mikel Álvarez ‑el cual tam­bién ha he­cho la im­pre­sio­nan­te ilus­tra­ción de cabecera‑, Jaime Delgado y yo mis­mo, Álvaro Mortem ‑por par­ti­da cuá­dru­ple además- pa­ra ame­ni­zar es­tas ho­ras an­tes de sa­ber en que que­da­rá to­do. Por eso yo ya só­lo pue­do re­co­men­dar­les aco­mo­dar­se, dis­fru­tar de la lec­tu­ra y re­cri­mi­nar­nos nues­tros fa­llos só­lo tan­to co­mo ce­le­bra­re­mos nues­tros acier­tos es­ta mis­ma no­che. El ci­ne en oca­sio­nes pro­du­ce es­pec­tácu­los aje­nos al pro­pio cine. 

    El Oscar pa­ra la me­jor pe­lí­cu­la es para…

    The so­cial net­work de David Fincher (se­gún Henrique Lage) 

    Vale, to­dos co­no­ce­mos los clá­si­cos tó­pi­cos a los que ce­ñi­mos las pe­lí­cu­las “os­ca­ri­za­bles”; aque­llas que se nu­tren de bio­pics y/o his­to­rias de su­pera­ción y/o acom­pa­ña­das de re­den­ción y/o con­sa­gra­ción de mi­tos. Hay po­co mar­gen pa­ra el pe­si­mis­mo, el des­crei­mien­to, la frus­tra­ción o, en otras pa­la­bras, hay mie­do a no re­com­pen­sar al es­pec­ta­dor con un ca­ra­me­lo fi­nal; se in­fra­va­lo­ra a la au­dien­cia y se bus­ca, co­mo siem­pre, agra­dar. Es por ello por lo que la pe­lí­cu­la de Fincher es la ma­yor ra­ra avis en­tre las diez can­di­da­tas: es una pe­lí­cu­la in­con­clu­sa, tan pro­pia del pre­sen­te que se en­cuen­tra aún en mo­vi­mien­to. Una pe­lí­cu­la que ha­bla de al­go cu­yas im­pli­ca­cio­nes aún nos son ma­yo­ri­ta­ria­men­te des­co­no­ci­das. No es al­go ajeno a los Oscars: los de­ve­ni­res del azar en No es país pa­ra vie­jos o la in­cer­ti­dum­bre de En tie­rra hos­til son, a mi pa­re­cer, dos es­ta­tui­llas acer­ta­das con los tiem­pos que co­rren. Aunque ten­ga cier­tos re­ce­los a la con­di­ción de pro­duc­to amor­fo e irre­gu­lar que es­tá pre­sen­te en The so­cial net­work, ten­go que ce­der an­te la ha­bi­li­dad pa­ra cons­truir re­la­tos don­de la na­rra­ti­va se im­po­ne por en­ci­ma de to­do, in­clu­so de los pro­pios per­so­na­jes, y que con­si­gue aña­dir re­le­van­cia a lo ni­mio de su tra­ma sin caer en la abu­rri­da so­lem­ni­dad y re­sul­tan­do su­ma­men­te es­qui­va. The so­cial net­work no es só­lo una pe­lí­cu­la de nues­tro pre­sen­te his­tó­ri­co o de nues­tros mo­dos de vi­da ac­tua­les, si no que, co­mo ya en­sa­yó Fincher en Zodiac, es una pe­lí­cu­la que per­te­ne­ce a la vi­gen­te ma­ne­ra de en­ten­der el re­la­to: un ejer­ci­cio ac­ti­vo, des­preo­cu­pa­do y exi­gen­te; y es es­to lo que la ha­ce ver­da­de­ra­men­te distinguida.

    El Oscar pa­ra el me­jor di­rec­tor es para…

    Tom Hooper por King speech (se­gún Álvaro Mortem)

    La ca­te­go­ría de me­jor di­rec­tor siem­pre tien­de a dar­nos unas bas­tan­te pe­cu­lia­res sor­pre­sas en tan­to que las elec­cio­nes ra­ra vez son tan ob­vias co­mo la ló­gi­ca nos dic­ta. En es­ta oca­sión el de­ba­te pa­re­ce ser, ¿pre­mia­ran la fle­ma pu­ra­men­te in­gle­sa de Hooper o ba­rre­rán pa­ra ca­sa con el in­ne­ga­ble buen cri­te­rio de Fincher? No ol­vi­de­mos que hay otros no­mi­na­dos, cla­ro, así que mi­re­mos an­tes que te­ne­mos que de­cir de ellos an­tes de di­ri­mir en es­ta lu­cha cul­tu­ral por la su­pre­ma­cía an­gló­fo­na. Los her­ma­nos Coen con­si­guen en True Grit ha­cer una pe­lí­cu­la só­li­da y que es­qui­va to­dos los fa­llos de guión, pe­ro no de­jan de ser unos Cohen me­no­res que po­co im­pre­sio­na­rán a los aca­dé­mi­cos. Con The Fighter lo úni­co que ha con­se­gui­do Russell es de­mos­trar una ab­so­lu­ta fal­ta de in­ge­nio y se­rias di­fi­cul­ta­des pa­ra sa­ber con­tro­lar un guión o la di­rec­ción de ac­to­res; no com­pren­do que ha­ce aquí. Por su par­te Darren Aronofski ha con­se­gui­do di­vi­dir tan­to a pú­bli­co co­mo a crí­ti­ca al­re­de­dor de su Black Swan pe­ro pa­ra la aca­de­mia no es pre­ci­sa­men­te san­to de su de­vo­ción por lo que es­tá le­jos de te­ner al­gu­na po­si­bi­li­dad. Volviendo a la con­fron­ta­ción pa­rri­ci­da con la que nos en­con­tra­mos en­tre los fa­vo­ri­tos me que­do con Hooper; el Oscar de Fincher es­tá aun muy cer­cano y ade­más, el gran re­co­rri­do de pre­mios y su le­jano es­treno jue­ga en su con­tra. Después del amo ame­ri­cano, es ho­ra del dis­cur­so del rey inglés.

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