Filósofo es aquel que consigne capturar la sensibilidad que le es propia a su tiempo y, por ello, por filósofo no conocemos, o no deberíamos conocer, sólo al profesional que ha estudiado filosofía, sino aquel que piense el presente de una forma radical: todo pensar filosófico es siempre una apuesta por cartografiar el presente. Es por ello que J.G. Ballard, escritor inglés doblemente alejado del pensamiento de su época por escritor inglés y por inglés, no es a priori el candidato más fidedigno para cartografiar el presente —y no lo es no por capricho propio, sino porque, de hecho, su pensamiento se vería encorsetado a priori por la perspectiva analítica de la filosofía por un lado y exento de la familiaridad de la cultura americana de la época que fundamenta la experiencia de vida del presente por la otra— aunque, sin embargo, finalmente se nos acabara mostrando como uno de los más brillantes cartógrafos del deseo como un flujo absolutamente liberado que, en su absoluta libertad, produce una profunda angustia en el hombre ante las posibilidades infinitas de elección para su propio ser; Ballard leyó en las lineas de los coches la angustia del hombre ante las infinitas posibilidades de su elección.
Como un Marqués de Sade de la era cibernética, lo que nos propone Ballard es no tanto una novela de ciencia ficción como una sofisticada novela erótica donde los cuerpos heteronormativos se han visto volatilizados en favor de todas las posibilidades en las cuales pueden devenir los cuerpos; el cuerpo vivido de los personajes ballardianos es siempre un cuerpo desorganizado, carente de órganos, porque están constantemente generando nuevos órganos con los cuales confrontar el mundo: ya no hay un interés radical por los pechos, las vaginas, los culos, las pollas, pues todo interés se torna hacia el cuerpo como la posibilidad de un accidente, como extensión del metal fundiéndose en la carne — lo cual nos remite de una forma natural hacia los cuerpos lesbianos de Monique Wittig, aquellos cuerpos que disfrutan de una lógica que va más allá del binarismo pene-vagina al erotizar toda carne, todo el cuerpo en sí mismo, haciendo que todo cuanto ocurra en él sea parte sexual.