Durante la formación de las gotas de agua, estas son sostenidas por corrientes de aire. Cuando son suficientemente grandes, su peso es mucho mayor que la fuerza ejercida por la corriente, por lo que caen. Las gotas de lluvia van creciendo sistemáticamente de tamaño a través de una creciente coalescencia por la cual gotas de mayor tamaño configuran dentro de sí otras de tamaño menor. A partir de cierto crecimiento, a partir de los 2mm de diámetro, las gotas de lluvia tienden a perder su forma esférica en favor de un cierto achatamiento conformando una suerte de elipsis; ovaladas. El porque o como se configuran gotas gigantes, a partir de unos 8mm las más grandes registradas, es uno de los misterios que la física contemporánea aun no ha podido contestar. Pero, en cualquier caso, estas jamás dejan de configurarse como un eterno retorno; como una figura elipsoidal donde no existe un principio ni un final espacial definido al cual aferrarse. ¿Qué sería en tal caso, si seguimos la última canción de New Album de Boris, conducir a través de espirales?
En primera instancia sería seguir una inercia lógica donde sistemáticamente vamos adquiriendo una aceleración ante la cual no podemos ejercer en momento alguno un cese de esta misma. Pero todo está conectado con todo, no hay un principio ni un final así que, ¿a donde vamos? A ser en el juego de la aceleración. Como si se tratara de un juego ‑porque lo es- sistemáticamente vamos avanzando mientras se va definiendo el paisaje cada vez más nítido y complejo a nuestro alrededor a través de nuestra adquisición de una aceleración continuada. Y aquí cabría dos posibilidades de como vivir esta carrera (de ratas): o bien podemos aceptar las reglas y seguir el trazado aceptado o con aire de suficiencia crear nuestro propio trazado. En el primer caso, sin correr ningún riesgo, pasará sin pena ni gloria acotando en lo máximo de lo posible el ascenso revolucionario hasta acabar en un lento devenir agónico. En el segundo, el que nos ocupa e interesa, se vive al límite desafiando todos los límites del juego; se desafían los límites del recorrido para reconfigurarlos en un trazado más estimulante. En éste segundo caso no hay placidez que valga pues siempre le depara una caída estrepitosa y brutal; el choque ballardiano que le defina como el auténtico conductor que desafía los límites de las espirales.
En éste crearse constante a través de los diferentes flujos, ya sean moleculares o no, en ocasiones nos deparará la naturaleza aun cuando sea sin quererlo algunos estrepitosos choques. Como gotas de agua acabamos siempre en coalescencia ya sea con otras personas o con eventos que superan nuestra importancia como individuo único en el mundo. La caída, tenga una connotación positiva o no la tenga en absoluto, es siempre una definición del momento que nos producirá un cambio de ritmo en el eterno surfear las espirales. Y esa es la magia de las gotas de lluvia, la misma que impregna a Looprider, su existencia no se define por el choque, sino por el trayecto de la caída; por ser en el juego.
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