El tiempo, lejos de ser un continuo uniforme de sucesiones de eventos lógicos, es una amalgama caótica de saltos a través de los cuales se va representando el mundo. Así no debería extrañarnos que aquello que ya se consideraba muerto y enterrado, que había descubierto unos herederos que lo sublimaron, pueda volver de un modo directo y brutal ante nuestras atónitas miradas. Un ejemplo es la vuelta del grindhouse en general y del cine de vigilantes en particular con Hobo with a Shotgun.
Como el muy explicativo nombre nos sentencia esta es una historia de un vagabundo que llega a una nueva ciudad donde tiene la posibilidad de hacer una nueva vida, o la tendría si la ciudad no estuviera dominada por el sanguinario empresario Drake. Aun después de su encontronazo contra su omnipresente poder está convencido de iniciar una nueva vida en el lugar después de conocer a Abby, una prostituta de buen corazón que le ayudará en su empresa. Todo cambiará cuando, ya harto de la violencia que corroe de un modo criminal la ciudad, se haga con una escopeta y haga la única justicia valida: la del pueblo armado. Y es que el tiempo no perdona ni a los géneros clásicos y la historia se torna en un cruce entre una clásica historia de vigilantes y un videojuego; es un absurdo tour de force donde el vagabundo tendrá que enfrentarse con enemigos cada vez más duros y brutales. Como en un videojuego tendrá que avanzar paso a paso en un yo contra el barrio para derrocar del poder al cuasi intocable líder de El Mal® que ha corrompido la ciudad.
Pero el tiempo no ha hecho del género solamente intertextual ‑posmoderno dirían algunos- sino que también el resto de elementos han tenido que actualizarse hacia la existencia líquida contemporánea. El protagonista es un pobre hombre en el arrollo que quiere poder trabajar en paz y que se cumplan los prefectos éticos básicos para la convivencia en sociedad. Todo esto se verá impedido por un malvado empresario que a través de su fortuna y los medios que estos le propician sumergirá en el caos el mundo para su amoral diversión. Si antes El Mal® era una cuestión que se discernía en las clases más bajas ahora es precisamente en estas donde se encuentra la lucha contra un mal encarnado en empresario; en plena crisis económica el único enemigo real es el capital. Pero, aun cuando el héroe es de la clase baja que ha evitado su mediatización en su condición de desclasado, no deja de ser un ente mitológico trasnochado. El héroe quiere vivir honradamente trabajando y para eso necesita comprar un cortacesped, cosa que le acaba por resultar imposible ante el corrupto estado de la nación; es el espíritu de América en el arrollo.
El héroe, anteriormente grandilocuente y que podría haber sido cualquiera de nosotros, ha caído en desgracia hasta ser un maníaco pseudo-religioso incapaz de distinguir la realidad de sus ensoñaciones de una sociedad ideal. Así el mesías del siglo XXI se encuentra muy lejos de una clase media incapaz de luchar, mediatizada hasta el esclavismo en los medios, sino que se encuentra en el descastado incapaz de apartar la mirada de lo que ocurre en las calles. La sociedad es un eterno estado de guerra.
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