El super-hombre nietzschiano es como el niño que mira inocente las ruinas de la moral, siempre permeable hacia el mundo que tiene ante sí. La peculiaridad de esto es que el niño no vive estrictamente en la realidad, ya que siempre tendrá cierta tendencia hacia retrotraerse hacia la fantasía; la ensoñación. Y es aquí donde daría comienzo la inmensa historia El Mundo Perfecto de Dylan Dog.
En esta historia el diligente Dylan Dog ha perdido la memoria encontrándose en una mansión donde la que dice ser su hermana pequeña lo lleva hasta la misma y le informa de que ha vuelto a sufrir de uno de sus graves casos de amnesia. Así nuestro héroe va reconstruyendo su vida paradisíaca en la mansión familiar con una continua sensación de extrañamiento; con la sensación de saberse ajeno a la realidad construida a su alrededor. Incapaz de asumir su rol en el juego irá desentrañando que hay detrás de esta, nunca mejor dicho, casa de muñecas imposible. Sumergiéndose cada vez más en el sueño desentrañará la realidad de todo sólo en el momento en el cual es capaz de asumir la perspectiva desde fuera de ese mundo. Sólo puede juzgar que no es real esa realidad desde el extrañamiento del mismo; desde el mirar más allá de los propios límites de la razón imperante en ese particular mundo en juego.
Al final sólo presenciamos como todo no eran más que las ruinas de la moral re-edificadas en un mundo armonioso y perfecto por la fuerte convicción de una niña. El carácter onírico, aunque coherente, del mismo hace de él una suprarealidad más allá de toda comprensión, incluso la del investigador de lo oculto; detrás de todo se esconde el carácter edificante del paraíso que nunca fue perdido. El mundo perfecto sólo puede ser concebido a través de los ojos inocentes de un niño.
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