Etiqueta: chiptune

  • el climax se encuentra en el retrato del muro (de pollas)

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    Cuando al­go es­tá pro­fun­da­men­te arrai­ga­do en la opi­nión co­lec­ti­va has­ta el pun­to de dar­se una na­tu­ra­li­za­ción de ese he­cho se ha­ce ne­ce­sa­rio abor­dar­lo des­de to­dos los fren­tes y ni­ve­les po­si­bles. El pro­ble­ma del tra­to de la mu­jer por par­te del hom­bre, del fe­mi­nis­mo, no de­be ser só­lo co­pa­do por las ac­cio­nes de las ins­ti­tu­cio­nes, los gru­pos fe­mi­nis­tas y la cul­tu­ra ofi­cial, tam­bién es ne­ce­sa­ria una de­fen­sa en los már­ge­nes. Ante una cons­ti­tu­ción só­li­da en pre­jui­cios, es ne­ce­sa­rio tam­bién di­na­mi­tar des­de den­tro los mis­mos; abrir una fi­su­ra en el mu­ro pe­ne­tran­do en el mis­mo. Y The Taint de Drew Bolduc y Dan Nelson cum­plen es­te pa­pel ex­ce­len­te­men­te a to­dos los po­si­bles niveles.

    Por cul­pa de la con­ta­mi­na­ción del agua de la ciu­dad los hom­bres se con­ta­gian de una po­ten­te dro­ga que les ha­cen te­ner un pe­ne eter­na­men­te erec­to y, ade­más, un odio cie­go con­tra las mu­je­res. En es­ta si­tua­ción el pro­ta­go­nis­ta Phil O’Ginny jun­to con su res­ca­ta­do­ra Misandra tra­ta­rán de pa­rar la lo­cu­ra que se es­tá des­atan­do por cul­pa de lo que de­fi­nen co­mo la man­cha. Y aun­que el guión no bri­lle en par­ti­cu­lar­men­te por su ge­nia­li­dad, con­tan­do la his­to­ria me­dian­te flash­backs mon­ta­dos en un or­den pe­cu­liar, la pe­lí­cu­la es­tá muy le­jos de ser un fra­ca­so. Con 6.000 do­la­res de pre­su­pues­to y una gran par­te de go­re ar­te­sa­nal nos con­ce­de una de las pe­lí­cu­las más há­bi­les y bru­ta­les que nos ha da­do el un­der­ground en los úl­ti­mos tiem­pos. Sería de­ma­sia­do fá­cil em­pa­ren­tar el tra­ba­jo de Bolduc, que se des­cu­bre ade­más co­mo un ge­nial ac­tor pro­ta­go­nis­ta, con el de John Waters pe­ro, si uno ve la pe­lí­cu­la sin pre­jui­cios, The Taint va mu­cho más allá que cual­quie­ra de las pe­lí­cu­las del pa­dre del trash.

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  • los juegos de la infancia son los sueños de la madurez

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    Por el amor de una chi­ca cual­quier hom­bre es ca­paz de lu­char con­tra una li­ga de ex-novios mal­va­dos y sus es­bi­rros co­mo si de un bea­t’e­m’up real se tra­ta­rá. Ahora bien, si es­ta es la pre­mi­sa del có­mic de Scott Pilgrim, en­ton­ces que­da muy cla­ro cual es el po­si­ble sal­to ha­cia el vi­deo­jue­go que le re­sul­ta­ría más na­tu­ral. Así nos acer­ca­mos ha­cia Scott Pilgrim vs. the World, el videojuego.

    Con la es­truc­tu­ra de bea­t’e­m’up y el pi­xe­la­zo de 8‑bits por ban­de­ra nos en­con­tra­mos con una pie­za de hard­co­ris­mo al más pu­ro es­ti­lo clá­si­co de la me­jor Capcom. Ahora bien, ni es­to es clá­si­co ni es de Capcom, así que las di­fe­ren­cias son no­ta­bles. A di­fe­ren­cia de re­fri­tos con­ti­nuis­tas co­mo Megaman 9 en Scott Pilgrim es­co­ge la es­té­ti­ca de la épo­ca pe­ro so­lo su ju­ga­bi­li­dad par­cial­men­te. Lo bien pu­li­do de la ani­ma­ción, su ju­ga­bi­li­dad fé­rrea y el guar­da­do au­to­má­ti­co des­pués de ca­da fa­se pa­sa­da ha­rá sen­ci­llo el jue­go pa­ra el ju­ga­dor mo­derno, aun a cos­ta de en­vi­le­cer el jue­go del ju­ga­dor que es­pe­ra­ba una ex­pe­rien­cia to­tal­men­te clá­si­ca. Pero es pre­ci­sa­men­te en los de­ta­lles don­de se ci­mien­ta co­mo un gran jue­go. La in­clu­sión de ni­ve­les y ca­rac­te­rís­ti­cas, que no son anec­dó­ti­cas, o el gui­ño en la in­clu­sión de tien­das ha­cia el per­ver­so Takeshi no Chōsenjō del cual pa­re­ce he­re­dar cier­tos as­pec­tos ju­ga­bles, pe­ro no su dificultad.

    Otra de las in­clu­sio­nes, aun­que es­ta pa­ra na­da agra­da­ble, es la im­po­si­bi­li­dad de ju­gar en coope­ra­ti­vo con nues­tros ami­gos vía Internet. Aun vién­do­nos obli­ga­dos a ju­gar en una mis­ma con­so­la en coope­ra­ti­vo de has­ta cua­tro ju­ga­do­res es cuan­do la di­ver­sión se mul­ti­pli­ca ex­po­nen­cial­men­te pe­ro a cos­ta de la di­fi­cul­tad. El jue­go se con­vier­te en un pa­seo, aun­que no tie­ne pre­cio el po­der ju­gar con unos cuan­tos ami­gos con las tí­pi­cas pe­leas por ver quien acu­mu­la más di­ne­ro o aba­te más enemi­gos. El es­pí­ri­tu clá­si­co es­tá ahí pe­ro qui­zás le fal­te un no­ta­ble au­men­to en la di­fi­cul­tad pa­ra que en coope­ra­ti­vo sea real­men­te un re­to que dis­fru­tar en­tre va­rios. Sin él es­te coope­ra­ti­vo es di­ver­ti­do más por mo­ti­vos aje­nos al pro­pio jue­go, al es­tar con ami­gos, que por una ne­ce­si­dad de un jue­go es­tra­té­gi­co en equipo.

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  • la violencia del chiptune

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    La aso­cia­ción del chip­tu­ne con la mú­si­ca 8‑bits, siem­pre me­lo­dio­sa y vi­deo­jue­guil, es una de esas odio­sas cons­tan­tes que se dan en la blo­gos­fe­ra. Por eso tie­ne que ve­nir un gru­po de hard­co­re co­mo Horse The Band y aña­dir li­neas de chip­tu­ne co­mo si se tra­ta­ran de gui­ta­rras pa­ra que nos de­mos cuen­ta que hay mun­do más allá de los 8‑bits.

    En su dis­co The Mechanical Hand van po­co a po­co des­ho­jan­do una per­fec­ta com­bi­na­ción en­tre los so­ni­dos más or­to­do­xos del hard­co­re con una sen­si­bi­li­dad chip­tu­ne en­co­mia­ble. Las re­fe­ren­cias con­ti­nuas a Super Mario Bros (Birdo, The House of Boo) no ha­cen sino en­fa­ti­zar la bro­ma, ha­cen mú­si­ca ins­pi­ra­da en los vi­deo­jue­gos, no mú­si­ca de vi­deo­jue­gos. Así lo de­jan pa­ten­te en sus can­cio­nes: por un la­do por el vi­deo­jue­go con Lord Gold Throneroom, una es­pe­cie de fa­se de vi­deo­jue­go ba­sa­do en el ba­jis­ta del gru­po; por otro, por lo mu­si­cal, con The Black Hole, una can­ción de una téc­ni­ca su­bli­me en la cual el sin­te­ti­za­dor es uno más de los ins­tru­men­tos y no la ba­se de to­do el so­ni­do. Y así, en al­go más de cin­cuen­ta mi­nu­tos, con­si­guen crear un ma­ni­fies­to vi­vo de que de­be ser, ade­más, es­te es­ti­lo de música.

    Llegados es­te pun­to al­guien te­nía que en­se­ñar los dien­tes y dar un pu­ñe­ta­zo so­bre la me­sa pa­ra de­mos­trar lo que se pue­de ha­cer con el chip­tu­ne. A par­tir de hoy Boo y Birdo po­drán dor­mir con cal­ma sa­bien­do que Lord Gold ve­la por ellos. Y por nosotros.

  • cociendo a bach

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    Abordar una re-interpretación de Bach es en el me­jor de los ca­sos una la­bor du­ra y mas si es en cla­ve elec­tró­ni­ca, la lu­cha con­tra los pu­ris­tas de to­da cla­se se­ra en­car­ni­za­da. Así es­ta es la­bor pa­ra un ja­po­nes con los su­fi­cien­tes re­da­ños co­mo pa­ra en cla­ve de chip­tu­ne ha­cer una re-interpretación de Bach en tono noise.

    Scotch Bach de DJ Scotch Egg es una pa­ta­da en la bo­ca al aca­de­mi­cis­mo. Una vez mas el hom­bre que lan­za hue­vos co­ci­dos so­bre sus es­pec­ta­do­res, a gol­pe de chip­tu­ne, crea una pe­que­ña obra de ar­te qui­zás mas cer­ca de la bru­ta­li­dad de Bong-Ra que del ama­ble so­ni­do de YMCK. Un de­li­rio que par­te de una so­na­ta a rit­mo de Game Boy has­ta una bru­tal oda rui­dis­ta ar­ti­cu­la­da por el te­rro­ris­ta del KFC.

    El rui­do os de­vo­ra­ra en­tre la mag­ni­fi­cen­cia barroca.