Por el amor de una chica cualquier hombre es capaz de luchar contra una liga de ex-novios malvados y sus esbirros como si de un beat’em’up real se tratará. Ahora bien, si esta es la premisa del cómic de Scott Pilgrim, entonces queda muy claro cual es el posible salto hacia el videojuego que le resultaría más natural. Así nos acercamos hacia Scott Pilgrim vs. the World, el videojuego.
Con la estructura de beat’em’up y el pixelazo de 8‑bits por bandera nos encontramos con una pieza de hardcorismo al más puro estilo clásico de la mejor Capcom. Ahora bien, ni esto es clásico ni es de Capcom, así que las diferencias son notables. A diferencia de refritos continuistas como Megaman 9 en Scott Pilgrim escoge la estética de la época pero solo su jugabilidad parcialmente. Lo bien pulido de la animación, su jugabilidad férrea y el guardado automático después de cada fase pasada hará sencillo el juego para el jugador moderno, aun a costa de envilecer el juego del jugador que esperaba una experiencia totalmente clásica. Pero es precisamente en los detalles donde se cimienta como un gran juego. La inclusión de niveles y características, que no son anecdóticas, o el guiño en la inclusión de tiendas hacia el perverso Takeshi no Chōsenjō del cual parece heredar ciertos aspectos jugables, pero no su dificultad.
Otra de las inclusiones, aunque esta para nada agradable, es la imposibilidad de jugar en cooperativo con nuestros amigos vía Internet. Aun viéndonos obligados a jugar en una misma consola en cooperativo de hasta cuatro jugadores es cuando la diversión se multiplica exponencialmente pero a costa de la dificultad. El juego se convierte en un paseo, aunque no tiene precio el poder jugar con unos cuantos amigos con las típicas peleas por ver quien acumula más dinero o abate más enemigos. El espíritu clásico está ahí pero quizás le falte un notable aumento en la dificultad para que en cooperativo sea realmente un reto que disfrutar entre varios. Sin él este cooperativo es divertido más por motivos ajenos al propio juego, al estar con amigos, que por una necesidad de un juego estratégico en equipo.
Pero si en lo jugable destaca donde termina por dar el pelotazo es en lo estético. El pixel art detrás de todo el juego es una delicia hecha con un mimo y un cuidado asombroso. La cantidad de enemigos diferentes es ostentosa, los escenarios están cuidados hasta el más nimio de los detalles además de estar llenos de vida. Siempre nos encontraremos montones de personajes y objetos con los que interactuar en cada escenario, por pequeño u oclusivo que sea, llegando incluso al atosigamiento. Esto se debe al excelente trabajo de Paul Robertson que ha conseguido conjugar a la perfección el peculiar estilo pop de Scott Pilgrim con su propio y surreal imaginario. Por ello él no solo reimagina el mundo de O’Malley sino que lo expande y aumenta con su propia y desquiciada visión. Después de jugar al juego es dificil no imaginarse las autopistas subespaciales como un lugar con fallos de código y, sobretodo, montones de huchas de cerdito volando alrededor nuestro.
Ahora bien, si en lo visual escogieron a Robertson para dar su propia visión en lo musical escogieron a los excelentes Anamanaguchi que, por desgracia, hacen una BSO bastante floja para sus cánones. La mayoría de canciones son muy básicas, repetitivas y poco inspiradas lo que puede producir que acaben por hacerse pesadas. En conjunto eliminan este factor, haciendo que su escucha del tirón sea agradable pero no perdure en el tiempo salvo por un par de excepciones. Por un lado Another Winter es una canción llena de color, espectacular y frenética que desarrolla justamente como debería ser cada combate de Scott Pilgrim: una alocada batalla con el poder del amor de nuestro lado. También cabe destacar Scott Pilgrim Theme, un tema de tono épico que nos mete completamente en las anti-punk artie zapatillas de Scott con un chiptune de aires punk que, perfectamente, podría ser una versión 8‑bits de un tema de Sex Bob-Omb.
Con un conjunto irregular pero genial es como luchamos en la reinvención del mundo de Scott Pilgrim. Quizás no sorprenda ni tenga el encanto propio que sí tenía el cómic pero algo desde luego si tiene: un estilo a la vieja escuela modernizado que marca el camino a seguir para los beat’em’up actuales. Todo lo demás es nada más y nada menos que el desatado fervor punk de un adolescente enamorado.
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