Etiqueta: Cine

  • Poética del suicidio. Sobre «Suicide Club» de Sion Sono

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    ¿Cómo ha­blar de aque­llo que no se pue­de ha­blar, de la muer­te, del sui­ci­dio sin mo­ti­vo o de ab­sur­do mo­ti­vo? Hay quien nos di­ría que de lo que no se pue­de ha­blar es me­jor ca­llar, ya que no exis­ti­ría nin­gu­na ver­dad a tra­vés de la cual des­ve­lar ver­dad al­gu­na. Aunque no le fal­te ra­zón, po­dría­mos ar­güir una pro­ble­ma al res­pec­to: pre­su­po­ne que nos sa­tis­fa­ce no sa­ber. El hom­bre, co­mo ani­mal cu­rio­so an­tes que po­lí­ti­co, ne­ce­si­ta co­no­cer las ra­zo­nes es­pe­cí­fi­cas de su exis­ten­cia, ¿qué sen­ti­do tie­ne la vi­da? —pre­gun­tó el pri­mer ho­mi­ni­do al va­cío, y cuan­do des­cu­bre que no hay res­pues­ta, pues el mun­do ca­lla, en­ton­ces se arro­ga en en­con­trar res­pues­tas. No ca­lla, sino que pre­gun­ta más; no ca­lla, sino que crea el lenguaje.

    La pa­sión de Sion Sono por los ar­te­fac­tos pop, con su tras­cen­den­cia cons­trui­da en su con­di­ción po­pu­lar, ha­ce de su na­rra­ción al­go an­ti­pá­ti­co de pe­ne­trar si se es­pe­ra una dis­po­si­ción ex­clu­si­va­men­te pop: su con­di­ción poé­ti­ca vue­la li­bre a lo lar­go de to­do el re­la­to. No ve dis­tan­cia, ni icó­ni­ca ni efec­ti­va, en­tre la cul­tu­ra de ma­sas y la poe­sía. Aunque pue­da pa­re­cer una im­pos­tu­ra, su mé­ri­to es con­se­guir au­nar am­bos ele­men­tos co­mo una ma­sa co­mún de tra­ba­jo sin dis­tin­cio­nes ni fron­te­ra; lo poé­ti­co, co­mo lo pop, es tra­ba­ja­do en la mis­ma ban­ca­da con di­li­gen­cia equi­va­len­te: no se so­bre­po­ne nin­gún ma­te­rial so­bre el otro por una au­to­ri­dad im­pos­ta­da. La ba­se del re­la­to se sos­tie­ne ba­jo la cons­tan­te de un gru­po de idols (muy) me­no­res de edad, un gru­po de te­rro­ris­tas sa­li­dos de la men­te de David Bowie y una dis­po­si­ción poé­ti­ca de aque­llo que ocu­rre de ver­dad tras los sui­ci­dios en ma­sa; con­di­ción poé­ti­ca en tan­to asu­me un con­te­ni­do que de­sa­rro­llar, pe­ro lo dis­po­ne tras me­tá­fo­ras que ex­pli­ci­tan su sig­ni­fi­ca­do al ocultarlo.

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  • Contra las costumbres, sentido común. Sobre «Demon Pond» de Takashi Miike

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    Aunque no sea­mos cons­cien­tes has­ta que pun­to es cier­to, exis­te una dis­tan­cia in­fi­ni­ta en­tre tea­tro y ci­ne: am­bos ne­ce­si­tan de ac­to­res, di­rec­to­res, es­ce­na­rios y guio­nes, lo cual les ase­me­ja en una (fal­sa) pro­xi­mi­dad que nos ha­ce creer en la fa­ci­li­dad de su tras­va­se; en ver­dad, sus ele­men­tos no pue­den sus­ti­tuir­se li­bre­men­te: el sal­to de lo tea­tral a lo ci­né­fi­lo, no di­ga­mos ya al con­tra­rio, ra­ra vez da usu­fruc­tos. Son dos me­dios di­fe­ren­tes y di­fe­ren­cia­dos; no re­sul­ta nin­gún mé­ri­to ha­ber si­do ac­tor de tea­tro pa­ra abor­dar la ta­rea del ci­ne, cuan­do las cua­li­da­des ne­ce­sa­rias pa­ra ca­da uno de és­tos son di­fe­ren­tes en­tre sí. Si pen­sa­mos el tea­tro de­be­mos ha­cer­lo de for­ma aje­na al ci­ne, igual que no pen­sa­mos el ci­ne des­de el tea­tro, pa­ra po­der elu­cu­brar así te­sis que sean con­sis­ten­tes con la úni­ca reali­dad pa­ten­te que de­be in­te­re­sar­nos en tan­to tal: la ac­tua­ción en un espacio-tiempo en es­ca­la, sin montar.

    Encontrarse con Takashi Miike ya no de­trás de las cá­ma­ras —que tam­bién, pe­ro de for­ma se­cun­da­ria: es un com­ple­men­to, no ba­se, del pro­yec­to — , sino de­trás de las cor­ti­nas tie­ne al­go de ca­tár­ti­co. Catártico por­que tie­ne al­go de res­pues­ta. Demon Pond es un clá­si­co del tea­tro ni­pón que nos cuen­ta una his­to­ria muy que­ri­da en su país, una his­to­ria de amor y res­pon­sa­bi­li­dad que ha te­ni­do ya de­ce­nas, sino cien­tos, de re-lecturas; un clá­si­co que ha­ce en­fren­tar­se al ja­po­nés con­tra un guión ya mil ve­ces tri­lla­do, del que na­da epa­tan­te pue­de in­tro­du­cir­se: sus tru­cos de chi­co es­pec­ta­cu­lar o bien no fun­cio­nan o son ya co­no­ci­dos en la obra: si con­se­guía lle­var a buen puer­to la pro­duc­ción es por­que ha­bía al­go más apar­te de sen­ti­do ex­qui­si­to pa­ra la bou­ta­de. Lo había.

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  • Un cierto momento del tiempo. Análisis de la objetividad y la subjetividad a través del plano secuencia

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    Cuando ha­bla­mos al res­pec­to del ci­ne, uno de los ele­men­tos que atrae­rán de for­ma sis­te­má­ti­ca la mi­ra­da de Gilles Deleuze es el de plano se­cuen­cia Ahora bien, ¿qué es el plano se­cuen­cia? Para sa­ber­lo lo me­jor se­rá acu­dir a las pa­la­bras del maes­tro del plano se­cuen­cia, a la sa­zón uno de nues­tros ob­je­tos de es­tu­dio a tra­vés del cual vis­lum­brar al­gu­na cla­se de con­clu­sión con res­pec­to de la obra de Deleuze, Pier Paolo Pasolini:

    Observemos el film de 16 mm. que un es­pec­ta­dor, en­tre la mul­ti­tud, ro­dó so­bre la muer­te de Kennedy. Se tra­ta de un plano-secuencia; y es el más ca­rac­te­rís­ti­co plano-secuencia.

    El espectador-operador, en efec­to, no eli­gió án­gu­los vi­sua­les: fil­mó sim­ple­men­te des­de don­de se en­con­tra­ba, en­cua­dran­do lo que su ojo —me­jor su ob­je­ti­vo— veía.

    El plano – se­cuen­cia ca­rac­te­rís­ti­co es, por lo tan­to, una to­ma «sub­je­ti­va»PASOLINI, P.P., Discurso so­bre el plano-secuencia o el ci­ne co­mo se­mio­lo­gía de la reali­dad, Problemas del Nuevo ci­ne, Alianza, Madrid, 1971, p. 61, En li­nea: http://estafeta-gabrielpulecio.blogspot.com.es/2009/11/pier-paolo-Pasolini-discurso-sobre-el.html.

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  • No hay nada más oscura que el final pretérito del mundo

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    Incluso la fies­ta in­fi­ni­ta de­be co­no­cer fin, por­que el in­fi­ni­to de to­da pro­pues­ta par­te del he­cho de la cons­cien­cia de su re­pe­ti­ción. Este es­pe­cial de Halloween a si­do par­ti­cu­lar­men­te es­plen­do­ro­so, tre­men­do y bru­tal, gra­cias de for­ma par­ti­cu­lar a unas co­la­bo­ra­cio­nes que han es­ta­do ra­yano con la más ab­so­lu­ta de las ge­nia­li­da­des —y en al­gu­nos ca­sos, que ca­da cual ten­drá que de­ci­dir cua­les son, in­clu­so la su­pe­ran. Por eso es tris­te des­pe­dir tan be­llo acon­te­ci­mien­to, al­go que nos ha en­se­ña­do y he­cho cre­cer en el te­rror has­ta el pun­to de ne­ce­si­tar alar­gar­lo más pa­ra po­der con­te­ner to­do lo que acon­te­ció en­ton­ces, pe­ro no que­da más re­me­dio que ce­rrar la puer­ta de es­ta ca­sa de los ho­rro­res has­ta el año que vie­ne. La fi­ni­tud ex­pec­tan­te de nues­tra exis­ten­cia se apli­ca, del mis­mo mo­do, a lo que po­de­mos ha­cer y, pa­ra no ago­tar­lo de­fi­ni­ti­va­men­te, se­rá me­jor des­can­sar el te­rror co­mún ba­jo nues­tras ca­be­zas has­ta la pró­xi­ma evo­ca­ción del in­fi­ni­to, has­ta la pró­xi­ma con­fa­bu­la­ción sa­gra­da, has­ta la pró­xi­ma fiesta.

    Índice de Halloween.

    El len­gua­je es la ca­sa del ser (in­clu­so cuan­do és­ta es­tá en­can­ta­da) (Sobre Killer, de Salem)
    La cul­tu­ra es el ar­te que se ex­pan­de a tra­vés del en­ci­clo­pe­dis­mo po­pu­lar (Sobre Cabin in the Woods, de Drew Goddard se­gún Henrique Lage)
    Cada cli­ma se pien­sa a sí mis­mo en sus con­di­cio­nes de des­truc­ción (Sobre Déjame en­trar, de John Ajvide Lindqvist)
    Caramelo en­ve­ne­na­do. La au­tén­ti­ca his­to­ria del hom­bre que arrui­nó Halloween (La his­to­ria de Ronald Clark O’Bryan por Noel Burgundy)
    La mú­si­ca es la ci­ru­gía sónico-cerebral que se apro­pia del sen­ti­do del mun­do (Sobre steel­ton­gued, de Hecq)
    La ne­ga­ción de la du­da. La pe­sa­di­lla co­mo el mie­do más real a ima­gi­nar (Una re­fle­xión so­bre las y sus pe­sa­di­llas se­gún Jim Thin)
    El apo­ca­lip­sis se da en la ce­rra­zón del de­seo. Tres za­ra­ban­das, una pro­fe­cía y una te­sis au­sen­te (Sobre Treehouse of Horror XXIII, de Los Simpson)
    El de­seo es­tan­ca­do es el mons­truo­so en­gra­na­je del te­rror (Sobre Livide, de Alexandre Bustillo y Julien Maury se­gún Rak Zombie)
    La du­da ab­so­lu­ta es aque­lla que só­lo es­con­de el va­cío de­trás de sus ves­ti­dos (Sobre Love Sick Dead, de Junji Ito)
    Minuto terro-publicitario. O por qué acu­dir a la lla­ma­da de un ami­go cuan­do te ne­ce­si­ta (Anuncio de co­la­bo­ra­ción en el blog)
    La co­mo­di­dad va­cía es la sa­la de es­pe­ra de la pul­sión de muer­te (Sobre Time to Dance, de The Shoes y Daniel Wolfe se­gún Pantalla Partida)
    La ex­pe­rien­cia in­te­rior se da en el in­tro­du­cir al dios ex­te­rior en mi mun­do (Sobre Marebito, de Takashi Shimizu)
    ¿Qué pa­só con Halloween? Todo cam­bia pa­ra que to­do si­ga igual (Tira có­mi­ca de Mikelodigas)
    Un mon­tón de ho­jas muer­tas. Un te­rro­rí­fi­co cuen­to de oto­ño. (Un cuen­to de Andrés Abel)

    Índice de Halloween-Zombie.

    La ca­sa de los 1001 ca­dá­ve­res. Un os­cu­ro epí­lo­go de Xabier Cortés
    To all tomorrow’s par­ties. Una lec­tu­ra crí­ti­ca de Nacho Vigalondo
    Proyecciones pa­ter­nas en Halloween. Un es­bo­zo de ge­nea­lo­gía de Álvaro Arbonés

  • La (re)significación de la cultura. El montaje y el montage como composición de realidades artísticas.

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    En to­da for­ma ar­tís­ti­ca o cul­tu­ral, aun cuan­do tie­ne un pe­so de­fi­ni­ti­vo más fuer­te y di­rec­to en el ci­ne en par­ti­cu­lar y en las con­for­ma­cio­nes na­rra­ti­vas en ge­ne­ral, el mon­ta­je es un he­cho de­ter­mi­nan­te pa­ra com­po­ner un dis­cur­so ‑es­té­ti­co, fi­lo­só­fi­co, his­tó­ri­co o de cual­quier otra clase- en la obra que es­ta­mos cons­tru­yen­do. Por ello, es ló­gi­co que en el ci­ne ‑sal­vo con­ta­das ex­cep­cio­nes co­mo Dogma 95, pro­yec­to pa­ra cap­tar la au­ten­ti­ci­dad del ci­ne se­gún la vi­sión de és­te de Lars von Trier y Thomas Vinterberg, o el ci­ne pri­me­ro, aun sin ha­ber teo­ri­za­do la ne­ce­si­dad del montaje- no se gra­be nun­ca en un só­lo plano cons­tan­te, o si­quie­ra en el or­den que se le su­po­ne ló­gi­co con res­pec­to del guión, to­da gra­ba­ción se ha­ce siem­pre de for­ma caó­ti­ca aprehen­dien­do só­lo pe­da­zos de imá­ge­nes en mo­vi­mien­to en­cap­su­la­das en un tiem­po y un or­den es­pe­cí­fi­co aun por es­pe­ci­fi­car. Ahora bien, es­to no de­ja de ser igual en otras for­mas cul­tu­ra­les pues, en la es­cri­tu­ra, un no­ve­lis­ta o en­sa­yis­ta no co­mien­za es­cri­bien­do des­de la pri­me­ra pa­la­bra has­ta la úl­ti­ma de una for­ma cons­tan­te y, de pa­so, sin sen­ti­do; la es­cri­tu­ra, co­mo to­da for­ma de cul­tu­ra, pre­su­po­ne el dar sal­tos ló­gi­cos ade­lan­te y atrás, re­com­po­nien­do des­pués las for­mas dis­cur­si­vas a tra­vés de su montaje.

    Ahora bien, aun­que el mon­ta­je es­tá pre­sen­te en to­da for­ma cul­tu­ral en ma­yor o en me­nor me­di­da, no to­das es­tas con­for­ma­cio­nes ha­cen una alu­sión co­mún con res­pec­to de su com­pro­mi­so con la reali­dad; to­da for­ma cul­tu­ral pre­su­po­ne que pue­de exis­tir una con­for­ma­ción no ne­ce­sa­ria­men­te de cap­ta­ción de lo real: la cul­tu­ra y el ar­te pue­den mos­trar­nos un am­plio es­pec­tro que va des­de lo real y ve­ro­sí­mil has­ta lo fic­ti­cio e in­ve­ro­sí­mil pa­san­do por to­da una gra­dua­ción cons­tan­te en­tre am­bos ex­tre­mos de la mis­ma. Con es­to se pre­su­po­ne en­ton­ces que, ade­más de una fun­ción pu­ra­men­te cons­truc­ti­va de la for­ma, el mon­ta­je pue­de ser­vir pa­ra una fun­ción de cons­truc­ción del dis­cur­so; en pa­la­bras de Benjamin Buchloh el mon­ta­je es la apro­pia­ción y el bo­rra­do del sen­ti­do, la frag­men­ta­ción y la yux­ta­po­si­ción dia­léc­ti­ca de los frag­men­tos y la se­pa­ra­ción del sig­ni­fi­can­te y el sig­ni­fi­ca­doBUCHLOH, B., «Allegorical Procedures: Appropiation and Montage in Contemporary Art», Artforum, vol. XXI/1, p. 44, 1982.

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