Versus, de Ryûhei Kitamura
Aunque pueda resultar evidente, todo movimiento es hacia alguna parte: el estatismo no se orienta, pues se encuentra fijo, y por extensión no tiene dirección de confrontación. Lo estático carece de situación en el espacio, no ve nada más allá de sí mismo —lo cual tiene un ejemplo bastante evidente en el adicto, el cual está estancado en su adicción, no puede ir más allá de ella, y por ello supedita su vida entera a su posición actual: el objeto de su adicción — . Lo que permanece quieto no se encuentra con las demás cosas, ni siquiera cuando éstas buscan colisionar con ello; es imposible que exista algo estático, invariable, que se nos aparezca como parte del mundo. Todo fluye —dijo El Oscuro.
Versus podría entenderse en dos sentidos completamente diferentes, que sin embargo enraízan en una vista común. Por un lado, versus alude al sentido anglosajón en el cual nos habla de una confrontación; por otro lado, versus alude al sentido latino clásico en el cual se nos habla del movimiento de ida y vuelta que produce el labrador al arar la tierra. Lo que tienen en común es que, incluso cuando parece que no tienen nada en común, los dos referencian un estado común de los seres: están yendo hacia algún lugar. Lo interpretemos como una lucha, en cuyo caso sería un encuentro dirigido en ir más allá del otro, o como un movimiento de cultivar el mundo, de coger la tierra del yo para hacerla algo mayor que ella misma, en cuyo caso sería un encuentro dirigido en ir más allá de mi mismo, en ambos casos existe la idea de ir hacia otro lugar. Es una búsqueda de los límites inexplorados del mundo. Por eso toda interpretación de la película de Ryûhei Kitamura pasa, por necesidad, el hecho de comprender hacia donde nos dirige su movimiento, hacia donde nos sitúa su interpretación.