
Creo que estamos en un camino irreversible hacia más libertad y democracia. Pero las cosas pueden cambiar
George W. Bush

Creo que estamos en un camino irreversible hacia más libertad y democracia. Pero las cosas pueden cambiar
George W. Bush

«¿Qué estrella cae sin que nadie la vea?»
—William Faulkner
La estrella es un acontecimiento alejado del tiempo por definición, al menos en tanto alejada del espacio. Aunque las más brillantes parecen vivir una eternidad, del mismo modo que según su intensidad las creemos más próxima: las estrellas que más brillan son las que parecen nos acompañarán siempre, son éstas las que antes se consumen. Del mismo modo, la proximidad de las estrellas es siempre una ficción, ya que apenas sí vemos destellos muertos; la mayor parte de nuestro cielo nocturno es un cementerio de otro tiempo y espacio, de otro lugar olvidado, que niega por sí mismo cualquier concepción que podamos tener sobre la física de la existencia. Las estrellas que hoy nacen o viven tardarán décadas o siglos en llegar, lo que nos llega es la luz de las estrellas más próximas o más muertas. Quizás por eso el arte, como la historia, sea el momento de las estrellas. No existe tiempo. Aquello que vemos ya hace tiempo que está muerto. Por eso en el tiempo lo único que nos queda es la luz de una estrella distante que se repite una y otra vez en el universo.
Entender Estrella distante pasa por hacerlo con sus estrellas. Cualquier intento de aproximarse a la novela renunciando a pensar de forma metódica la figura de Carlos Wieder —aquí la etimología es importante: Carlos de Nuevo o, en interpretación mejor ajustada al texto, Carlos Una y Otra Vez—, entendimiento que pasa por conocer La literatura nazi en América: no es sólo que la historia sea una repetición de la allí contenida, sino que también expande los acontecimientos que quedaron desdibujados en favor de una síntesis mayor. Wieder es tanto una constante en la vida del narrador, Arturo Belano —alter ego de Roberto Bolaño—, como una constante en la vida de Chile, al ser la demostración de como la historia del país es un eterno retorno de lo mismo: la violencia, el caos, el sinsentido; también la poesía y la búsqueda de justicia, nacidas de lo más oscuro.

Un problema común del marxismo en particular, pero de casi toda corriente de la izquierda en general, es su actitud combativa ciega: descuidan cualquier noción de lógica ante el combate; eluden la necesidad de no combatir siempre. Como cualquier buen estratega sabe, al menos desde Sun Tzu, no toda batalla puede ser ganada ‑de un modo equivalente a que no todo conocimiento puede ser conocido; en ocasiones se debe renunciar a uno menor por uno mayor, o dos son mutuamente excluyentes aunque válidos- y estas se ganan incluso antes de poner un sólo píe en el campo. Es por eso que se hace necesario mentalizarse de que, en primera instancia, no podemos ganar todos los combates y, en consecuencia, en ocasiones hay que saber hacerse elegantemente a un lado y brindar nuestro apoyo al “rival”. ¿Pero por qué hacer esto si va contra cualquier noción de lucha de clases, al menos aparentemente? Porque no vivimos en una realidad idílica donde El Bien y El Mal ‑lo que está bien y lo que está mal, si queremos ser moralmente exactos- esté articulado en realidades objetivas inaprensibles.
En éste sentido Detective Dee y el Fantasma de Fuego, una adaptación de las populares novelas de Robert van Gulik, es casi un paradigma de esta lucha más sustentada en un honor que en vacías categorías morales ajenas al mundo. Cuando algunos de los sirvientes más leales de la próximamente coronada emperatriz Wu Zetian comienzan a morir incinerados en circunstancias inauditas deben encontrar un modo de parar estar muertes y evitar el más que probable asesinato político que se dará antes de su coronacion, pero sólo hay una persona que pueda hacerlo: el infame Detective Dee.