«¿Qué estrella cae sin que nadie la vea?»
—William Faulkner
La estrella es un acontecimiento alejado del tiempo por definición, al menos en tanto alejada del espacio. Aunque las más brillantes parecen vivir una eternidad, del mismo modo que según su intensidad las creemos más próxima: las estrellas que más brillan son las que parecen nos acompañarán siempre, son éstas las que antes se consumen. Del mismo modo, la proximidad de las estrellas es siempre una ficción, ya que apenas sí vemos destellos muertos; la mayor parte de nuestro cielo nocturno es un cementerio de otro tiempo y espacio, de otro lugar olvidado, que niega por sí mismo cualquier concepción que podamos tener sobre la física de la existencia. Las estrellas que hoy nacen o viven tardarán décadas o siglos en llegar, lo que nos llega es la luz de las estrellas más próximas o más muertas. Quizás por eso el arte, como la historia, sea el momento de las estrellas. No existe tiempo. Aquello que vemos ya hace tiempo que está muerto. Por eso en el tiempo lo único que nos queda es la luz de una estrella distante que se repite una y otra vez en el universo.
Entender Estrella distante pasa por hacerlo con sus estrellas. Cualquier intento de aproximarse a la novela renunciando a pensar de forma metódica la figura de Carlos Wieder —aquí la etimología es importante: Carlos de Nuevo o, en interpretación mejor ajustada al texto, Carlos Una y Otra Vez—, entendimiento que pasa por conocer La literatura nazi en América: no es sólo que la historia sea una repetición de la allí contenida, sino que también expande los acontecimientos que quedaron desdibujados en favor de una síntesis mayor. Wieder es tanto una constante en la vida del narrador, Arturo Belano —alter ego de Roberto Bolaño—, como una constante en la vida de Chile, al ser la demostración de como la historia del país es un eterno retorno de lo mismo: la violencia, el caos, el sinsentido; también la poesía y la búsqueda de justicia, nacidas de lo más oscuro.
¿Con quién sería más próximo entonces Carlos Wieder? Con Augusto Pinochet: roba los textos de los otros y sus formas siempre caballerosas, gusta del asesinato político y sus posturas próximas hacia el fascismo, de forma paralela al dictador chileno. Obviando lo más evidente: el militarismo, el complejo de inferioridad, el mesianismo. Del mismo modo que Arturo Belano es Roberto Bolaño, Carlos Wieder es Augusto Pinochet. Aunque los primeros no huyeron de Chile por aquello que les hicieran los segundos, éstos eran los fantasmas que dominaron la política, o la cultura, militar de Chile entero. Sin sitio para los primeros, por lo tanto.
Esa idea parece acompañar al hecho de por qué Wieder compone unos poemas tan violentos, tan viscerales: demuestra hasta que punto éste más que una persona es una personificación del tiempo asesino. Él es la luz muerta de una estrella; Pinochet encontró la personificación artística de aquello que es no según ascendió al poder, no en los mediocres poetas conservadores, sino en un poeta que escribía sus textos sobre el eterno lienzo del cielo: del mismo modo que Pinochet cultivaba la muerte arrojando a sus opositores desde un avión, Wieder cultivaba la muerte haciéndola visible desde un avión. Por eso aunque personaje antropomórfico, persona y no alegoría, tampoco es absurdo declararlo personificación: sus ademanes suaves, su intrusión sutil y su sangre fría no deja de ser una evocación de la naturalidad con la que llega, y se acepta, el fascismo en una nación cualquiera. O no sólo el nazismo, o no sólo Pinochet, sino también la muerte del prójimo.
Pinochet/Wieder es el punto omega a partir del cual no se puede vivir más allá en Chile. Son el fin último de toda su existencia, la estrella próxima que quema más que ilumina sus días. Como príncipes de sus respectivos campos, nada escapa al influjo de su poder; si todo se repite constantemente, es por esa imposibilidad misma de poder actuar renunciando a las injerencias externas que acontecen más allá de la vida: entre el 73 y el 90, todo cuanto se pudiera hacer dependía de los caprichos de un hombre que impuso una dictadura a su medida. Si se llamaba Pinochet o Wieder, es algo irrelevante. Bien sea el fascismo o la muerte —siendo ésta una forma profunda de fascismo, en tanto consiste en arrancarnos aquello libertad que creíamos consustancial a la vida — , no nos cuesta comprender que existen una serie de límites que no podemos atravesar: el fascismo es siempre la amenaza que se esconde al acecho cuando andamos en búsqueda de la libertad. Corsi e ricorsi: la historia de los países hispanos —porque si bien es una historia de Chile, valdría también para España: aquí Carlos Wieder no escribiría poemas en el cielo, los mandaría construir en piedra sobre los muertos de la guerra provocada— es una historia de ciclos, donde toda paz parece siempre preludio de la sangrienta represión subsiguiente.
Nada es casual en las estrellas, menos aún en Estrella distante. Toda luz que emite no es sólo una confirmación de su existencia, sino también indicación de meridionales que halló en su camino hacia nuestro encuentro: un mínimo desvío, una pérdida de intensidad o de tiempo en su radiación podría decirnos tanto como el hecho mismo de saber sobre su existencia. Nada casual hay en sus actos.
¿Por qué no hay nada casual? Porque la elección de escribir poesía con un avión no lo es: representa el avance de la técnica, la dominación del hombre sobre el mundo, y también una representación marcial: el avión no sólo es el símbolo de aquel que sobrepasa los límites humanos, sino también de aquel que en tanto sobrehumano tiene derechos sobre el resto —por ejemplo, para lanzar a quienes no estén de acuerdo desde ellos — ; tampoco lo son las referencias literarias que maneja: cuando nos habla de Pierre Menard no es casualidad, menos aún boutade, por aquello que tiene de clarificador: toda narración es una repetición de los acontecimientos que ocurren sino en la realidad fáctica de nuestro mundo —como Menard copiando El Quijote, que ya es otro—, al menos sí en la del mundo posible del libro, como si fuera el destello que nos llega incluso una vez muerta la estrella que lo emitía; tampoco lo es la muerte: todos aquellos que mueren en la novela, entendiendo la desaparición y el exilio como formas poéticas de muerte, están conectados a un mismo sentido: la muerte de la actriz italiana, los desaparecidos por el régimen de Pinochet, el exilio de Belano (y de Bolaño) y el psicótico tour de force de Wieder tienen un aspecto común: el cambio, la muerte, la renuncia de una patria, bien sea la vida o el lugar de nacimiento, del cual se debe renunciar por imposición exógena que arrastra más allá del hogar. Porque el fascismo no tiene nada de casual, ya que éste siempre se infiltra en la vida incluso en los gestos más pequeños o aparentemente alejados de lo político.
Incluso aún en estado de extinción, es imposible huir de la atracción gravitatoria que tiene una estrella. Salvo que nuestra fuerza sea aún mayor. Como rara vez las estrellas son pequeñas o débiles, porque esos tintineos tímidos apenas sí somos capaces de presenciarlos, huir de nuestro eterno vagar entre los modos de la existencia física parece una utopía: quizás nuestro destino sea descansar con las estrellas próximas. Las estrellas tan distantes.
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