No existe concepto absoluto de lo heroico. Aunque es evidente que la definición de héroe cambia con el tiempo y las cultura, ya que el paradigma del mismo siempre variará según la experiencia del momento, no es menos cierto por menos evidente que tampoco se puede comprender su quintaesencia a través de algún entendimiento unívoco e invariable del mismo; si bien qué es un héroe varía, también lo hace el significado de la palabra «héroe». Si Superman, Kanye West y Aquiles son héroes —por erróneo que nos pueda parecer concebir heroísmo en alguno, si es que no en todos — , siendo que no sólo comparten ningún rasgo sino que tampoco puede considerarse que compartan categoría común, entonces debemos poner en cuarentena incluso qué entendemos cuando hablamos de heroísmo. Porque no sólo cambia el contenido del término con el tiempo y el espacio, sino también su forma.
Si hablamos de Beowulf, el relativismo al respecto de lo heroico se hace patente no por el hecho de que no narre hazañas que puedan considerarse dignas de elogio —porque no es así: sus hazañas son heróicas en grado sumo — , sino por su personaje protagonista. Puede ponerse en cuarenta el heroicismo de Beowulf. Éste, que parece más interesado en su propia gloria eterna que en distinguirse como un ser humano, funcionaría al tiempo como paradigma y parodia del arquetipo mismo de héroe: no existe duda sobre su destino, de igual modo que su convicción al respecto del mismo se sostiene por una soberbia que tiene poco de heróica. Beowulf es pura hibris. El interés que se demuestra en presentarlo como un hombre de convicción y honor, haciéndolo más próximo al idealismo trastornado de un super-héroe bravucón que al heroísmo humanizado de las leyendas greco-romanas, consigue presentarnos ya de entrada un hombre que más allá de su heroísmo parece vacío de cualquier sentimiento u objeción ante el destino. Como el popular Caballero del Cisne, parece vivir apartado de toda convicción humana. Parece.
Nada de ésto significa que Beowulf sea un personaje deshumanizado, un héroe sin humanidad. Se nos presenta como un arquetipo que se sabe tal para reforzar el progreso natural hacia su humanización, que nace precisamente como aquello opuesto al heroísmo: cuando más próximo está de las concepciones humanas, más alejado se encuentra de lo heróico —lo cual sí tiene un evidente eco greco-romano, pues el héroe es aquel mortal que tiene sangre divina fluyendo por sus venas — . Cuando acepta la espada de Unferth es cuando más patente se hace, ya que al aceptarla asume una premisa humana tácita, hacer honor de la generosidad, que acaba en un fracaso absoluto, pues se rompe en el primer golpe asestado. Cuando asume su humanidad, parece alejarse de su heroísmo.
En tanto parece alejarse de lo humano, la única asociación que pudiera hacerse de lo heroico sería con aquellas amenazas que combate: el héroe está entonces más próximo al monstruo que al hombre. No puede nacer heroísmo sin oposición, ya que entonces incluso el más bravo de los héroes no pasaría de ser un hombre gris o, en el peor de los casos, un enfermo que ve amenazas en la nada. No es el caso que nos ocupa. En tanto humano, demasiado humano, buscar la trascendencia —para lo cual tanto vale la religión como que canten nuestras gestas, siendo éste segundo el valor buscado por Beowulf— es el atributo esencial que le ancla con respecto de lo humano; Grendel, en tanto antítesis del héroe y paradigma de los monstruos por venir, no tiene nada de humano: su complexión, como su visión —mirada que se asemeja a la de un aparato militar de última generación, con reminiscencias a predator; nada casual la elección, en cualquier caso: Grendel, como el militar, como el héroe, vive y muere para la muerte del otro — , tiene la estructura de un peligroso depredador más allá de todo entendimiento. No existe nada salvo lo inmediato para éste: comer, matar, follar. Nada más lejos de lo humano.
Monstruo y héroe están unidos por su urgencia, por su comportamiento en la confrontación: decidido, brutal, sin concesiones. Ahora bien, si hay algo que los une más allá de la conexión tradicional es su mirada, la forma de observar el mundo. El equivalente a la mirada de monstruo, son los recuerdos de Beowulf que, lejos de sostenerse como una narración vivida, alegre, como el rememorar sus primeras gestas capaces de crear una serie de hitos que le permiten sostener hoy la posibilidad del heroísmo, parece como si fueran una rémora donde asistiera a su propia deshumanización. Hay algo siniestro en sus recuerdos.
Sus recuerdos, nacidos de la acusación de casi conseguir haber matado a su amigo Breca por una apuesta estúpida, parecen tamizados por una incapacidad patente por dar respuesta a la acusación. Es una narración nacida de una memoria borrada de sentimientos. La historia de Breca siempre permanece en el oscuro silencio que perturba la paz de Beowulf: nos la narra, pero evita de forma consciente lo que nos han hecho saber al respecto de la historia: que Breca casi muere por el reto que éste lanzó. Sabemos de sus labios que casi muere —no sin añadir la cuota de heroísmo necesario, ya que mató a seis ballenas para impedirlo — , pero no qué ocurrió a Breca. Nunca nos narra su verdad. ¿Por qué? Porque eso haría que fuera un personaje más próximo a un carácter humano que, entonces, el héroe no se puede permitir; no hubo nada malo en el encuentro con Breca, ya que el que casi muere es él. Por eso incluso sus recuerdos se perpetúan como una interesada fuente de heroicismo.
¿Significa entonces que Beowulf carece de toda humanidad? Como ya hemos visto, no. Au contraire: éste nos insinúa que Breca casi muere por su reto, aunque nunca explicite qué es lo que ocurrió. No es necesario que lo haga. Una de las cualidades de los hombres, algo que suele olvidarse en las narraciones, es que rara vez se habla abiertamente de los sentimientos, aún menos de aquellos que acabaron en el fracaso. Por eso no habla de su amigo, de su compañero. Hablar de él no sería sólo asumir un fracaso que podría invalidardo como héroe de cara hacia quienes deben cantar sus gestas sino que, más importante, podría ponerle en cuestión como persona; demuestra humanidad por su incapacidad para articular sus deseos. Quizás por eso su memoria recuerda a una forma más elaborada que la visión de Grendel: donde el monstruo sólo ve carnaza, éste ve también una caterva de sentimientos humanos: concentración, duda, sorpresa, tristeza, odio; para Grendel sólo hay carne, músculos y nervios. Esa es la diferencia radical entre ambos, ya que donde uno ve el mundo como un esbozo de lineas básicas el otro ve toda una panoplia de matices por interpretar.
La misma portada del libro es significativo al respecto de la relación entre «héroe» y «bestia»: Beowulf y Grendel son dos aspectos comunes de una misma historia. En su aspecto más prosáico, lo son porque es imposible que exista un héroe sin el monstruo a derrotar; en su aspecto más profundo, quizás incluso existencial, porque no existe una distancia real entre ambos: Beowulf es Grendel tanto como Grendel es Beowulf ya que buscan algo propio de su naturaleza, que enraíza con un sentir profundo. Persiguen sus deseos, no algo así como un arquetipo de heroísmo impuesto por ética o moral alguna, y, por ello, alcanzan ese arquetipo de forma perfecta. Lo que los distancia es como los esgrimen, ya que en Beowulf es oculto aquello que en Grendel es exhibición.
Es esa humanidad bastarda, que se nos presenta como tal en tanto no se necesita subrayarla, la que define el conjunto de la historia. No existe en él ninguna razón para mostrarse como más allá de un arquetipo por el cual encarna una humanidad auténtica, una humanidad con dudas y rupturas que es imposible externalizar en tanto sus grietas definen su ser. Por eso, aunque el conjunto se basa en una evidente oscuridad, los contrastes sutiles son aquellos que definen el fondo a través de la forma. La introducción de ciertos rasgos de humor perfilan con firmeza esa humanidad latente entre leyendas tenebrosas: monstruo y héroe son seres vivos, capaces de errar y, por ello, sujetos al fracaso humorístico. El carácter heroico de Beowulf le permite ser más humano, fracasar, sin perder su halo de en el proceso; como El Cid, que falle una estocada o que le cueste ponerse la armadura no es considerado fracaso, es la demostración de como la genialidad es un valor costoso incluso para los genios. Le hace más humano y, por ello, más heróico si cabe: no es divino, no está hecho para las proezas, es un humano sobreponiéndose a sus límites para alcanzar la gloria.
Su última confrontación contra el dragón es la que le convierte en un héroe, más allá que derrotar a los monstruos anteriores fue lo que le convirtió en rey. En esta no sólo le cuesta ponerse la armadura, es quemado varias veces o incluso acaba sucumbiendo ante los embistes brutales del dragón, sino que también se descubre por primera vez como humano. Tiene dudas, incluso miedo; esgrime una cólera funesta como arma; y demuestra piedad, porque antes que derrotar al enemigo debe inspirar al amigo. Por eso morir ante el dragón no le hace menos heroico. Aunque pueda parecer que ésto le hace quedar por debajo de Sigfrido, lo cual es reforzado por su insistencia hacia el bardo en que repita una y otra y otra vez las gestas del mismo, incluso dudando de que estará por encima de éste, si queda por encima es precisamente por lo humano de su derrota: no sólo muere luchando, sino que salva e inspira a un héroe que sostendrá su corona una vez él haya partido.
Todo ello se refuerza por el espectacular dibujo de David Rubín, que nos muestra los punteos de la acción a través de planos detalles en forma de pequeñas viñetas insertas en otras más grandes, permitiéndose resaltar en cada instante los efectos de cada causa: las diferentes formas de ver el mundo de los personajes, las mandíbulas que se abren a la par que una espada se intenta sacar del suelo —aquí, con evidentes resonancias artúricas— o la duda entre violar o matar al enemigo dormido. Nunca son elecciones banales en tanto refuerzan tanto las acciones, un espadazo contra Grendel que se torna decapitación de un guerrero, como los sentimientos, un Beowulf estupefacto con cinco contrapuntos en forma de guerreros aterrados, consiguiendo dotar al conjunto de esos detalles nimios que confieren un sentido icónico más fuerte a las acciones; no necesita narrarlas con palabras, porque las muestra. En los humanos, expresan sentimientos; en los monstruos, sólo sus tendencias asesinas. Aunque el héroe es el rostro humano que viste el monstruo, sólo se torna tal cuando asume aquella humanidad que anida oculta en su corazón. Porque el cazador de monstruos es siempre un hombre cuya vida ha sido puesta en suspenso.
Sigfrido tuvo miedo ante el dragón, Beowulf tuvo miedo ante el dragón, Wiglaf tuvo miedo ante el dragón: su cualidad heróica no fue derrotarlo, sino sobreponerse al terror eligiendo la muerte antes que la huida. Eligiendo la huida antes que fallar al rey, a la patria, a los compañeros. Por eso si morir antes que huir es la labor del guerrero, lo es siempre que éste tenga un sentido: se muere por un sentimiento, no por una orden. Ese es el verdadero heroísmo del hombre.
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