Un problema común del marxismo en particular, pero de casi toda corriente de la izquierda en general, es su actitud combativa ciega: descuidan cualquier noción de lógica ante el combate; eluden la necesidad de no combatir siempre. Como cualquier buen estratega sabe, al menos desde Sun Tzu, no toda batalla puede ser ganada ‑de un modo equivalente a que no todo conocimiento puede ser conocido; en ocasiones se debe renunciar a uno menor por uno mayor, o dos son mutuamente excluyentes aunque válidos- y estas se ganan incluso antes de poner un sólo píe en el campo. Es por eso que se hace necesario mentalizarse de que, en primera instancia, no podemos ganar todos los combates y, en consecuencia, en ocasiones hay que saber hacerse elegantemente a un lado y brindar nuestro apoyo al “rival”. ¿Pero por qué hacer esto si va contra cualquier noción de lucha de clases, al menos aparentemente? Porque no vivimos en una realidad idílica donde El Bien y El Mal ‑lo que está bien y lo que está mal, si queremos ser moralmente exactos- esté articulado en realidades objetivas inaprensibles.
En éste sentido Detective Dee y el Fantasma de Fuego, una adaptación de las populares novelas de Robert van Gulik, es casi un paradigma de esta lucha más sustentada en un honor que en vacías categorías morales ajenas al mundo. Cuando algunos de los sirvientes más leales de la próximamente coronada emperatriz Wu Zetian comienzan a morir incinerados en circunstancias inauditas deben encontrar un modo de parar estar muertes y evitar el más que probable asesinato político que se dará antes de su coronacion, pero sólo hay una persona que pueda hacerlo: el infame Detective Dee.
El imperio de Wu Zetian es un auténtico estado policial donde el esclavismo y las medidas de la policía secreta ‑con asesinatos políticos incluidos- son algunas de las formas de mantener el orden social en el lugar; un modo de hacer retornar a China hacia su unificación. Por contraste el Detective Dee era la mano derecha del antiguo emperador que fue asesinado por la actual futura emperatriz y el acusado de alta traición contra la corona. Como defensor de la maza del emperador intentará descubrir quien es el asesino de la emperatriz para pararlo, cueste lo que cueste. ¿Y por qué alguien que es completamente opositorio al poder establecido se puede aliar con él para perpetuarlo? Para preservar su propio ideario. Una guerra civil entre los adeptos del antiguo régimen y la nueva emperatriz sería una masacre que no puede permitir; sus valores políticos están por debajo de su necesidad de conceder el mejor de los mundos posibles a sus súbditos. Y es ahí donde está el auténtico honor de Dee ‑honor que algunos personajes le acusarán de haber mancillado- en el hecho mismo de ser capaz de poner por encima sus ideales a sus deseos políticos.
Esta es una importante lección que siempre olvidamos: las ideas nos tienen que llevar hacia un mundo mejor, independientemente de que camino vengan. Reconocer los avances ‑o la menos mala de las posibilidades- y no iniciar una guerra cruenta cuando puede haber una solución mejor meditada en ceder el testigo al rival, el saber cuando huir de la batalla, es la auténtica demostración de sabiduría política, y personal. Porque aunque vivamos en la guerra perpetua, o precisamente porque vivimos en ella, es necesario constituirnos con la sabiduría del estratega. Nadie puede ganar todas las luchas, sólo retrasar sus derrotas para no aceptar cierta razón en su rival.
Deja una respuesta