1. Aunque la mayoría preferirían poder olvidarlo por pura conveniencia, hubo un tiempo en que el cielo era rosa; no un tiempo pasado, un tiempo donde se podía respirar la noche durante el día. Aunque todos consigan olvidarlo, nosotros no olvidamos; la humanidad puede lanzarse al unísono a las vías del progreso, nosotros aún abrazamos los últimos estertores del día para imbuirnos en el congestionado rosa que aún titila en el mundo.
2. Amamos la violencia, la destrucción, el movimiento de obliteración. No tenemos cuitas, salvo los ríos de sangre y las vísceras recorriendo las calles; no tenemos órganos, sino cuerpos: no somos zombies, porque no encontramos alimento en la aniquilación ajena. En la autonegación del yo, de la vida, del mundo. Destruimos sólo para volver a crear, herimos sólo para sanar. (más…)
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Sólo el fin de la virtud media es actuar conforme al bien

Chronicle, de Josh Trank
I.
¿El mal nace o se hace? Cuando alguien actúa de una forma malévola, ¿lo hace con tan tal intención, lo hace sin percatarse de ello o lo hace exclusivamente por mediación externa de sí mismo? Esto son algunas de las preguntas clásicas de la filosofía moral las cuales, a pesar de la infinidad de respuestas que se les han concedido a todas ellas, no se han podido clarificar de una forma plenamente satisfactoria. Quizás la perspectiva más interesante con respecto de la ética, aunque sea alejarse un paso de la moral per sé, sería la visión de Aristóteles: toda actividad humana tiende hacia algún bien; todo fin es en sí mismo una forma de bien y todo bien es un fin en sí mismo. Aunque esto nos problematiza de forma espantosa el conseguir alguna forma de bien tangible ‑o, al menos, sería espantosa para los adalides de una moral absoluta- si seguimos con Aristóteles nos daremos cuenta, por pura inferencia lógica, que existen tres clases de fines: el fin medio o imperfecto, el fin final o perfecto y la felicidad o eudaimonía. El como se desarrollan y que consecuencias tienen cada uno de estos fines se puede discernir con una perfección casi prosaica en Chronicle; cada uno de los personajes de la película es el arquetipo de la búsqueda de cada uno de las clases de fines.
Ahora bien, antes de pasar al análisis exhaustivo de la película de Josh Trank, para Aristóteles la felicidad sería el Bien Supremo por lo cual, ¿cómo podríamos definir entonces ese bien supremo? A través de la búsqueda del punto medio. La Felicidad es saber actuar en cada ocasión con la sabiduría propia de no caer en ninguno de los dos males, el exceso y el defecto, mostrándose siempre en una perfecta mediación en la que se muestra uno saciado pero jamás sobrepasado o limitado; el punto medio se da en el seno del equilibrio entre la satisfacción y la insatisfacción, donde los deseos se tornan en una marisma incuestionable de virtud. A través de esta búsqueda del punto medio encontraremos el bien como forma suprema, como felicidad. Y esto es así en tanto toda persona busca la felicidad y, por tanto, en las acciones de todo hombre se podrá discernir, en mayor o menor medida, esa búsqueda o desprecio de la virtud que les llevará hacia la felicidad.
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El (super)heroísmo es la puerilidad ciega de su felicidad

Super, de James Gunn
¿Por qué no existen los superhéroes en la realidad? A parte de la obvia inexistencia de gente con poderes sobrehumanos de cualquier clase, la presencia de dioses entre los hombres o siquiera las especiales visitas de compañeros de más allá de Saturno para alegrarnos el día, su existencia podría radicar perfectamente en el carácter de justiciero enmascarado; Batman no existe, pero podría existir en tanto sólo es alguien con el tiempo y el dinero como para permitirse enfocar una neurosis particular machacando (físicamente) criminales. El problema de la existencia particular de vengadores disfrazados devienen en lo ridículo del proceso en, al menos, tres sentidos: el estético ‑la probabilidad de que criminal alguno se tome en serio a un tipo disfrazado es, en el mejor de los casos, ridícula-; el temporal, es dudoso que nadie tenga el tiempo y/o el dinero para dedicarse a combatir el crimen de forma autónoma y eficiente; y el físico-mental, pues la preparación para combatir el crimen ‑estando, siempre presente, la posibilidad de acabar herido o muerto- pero fuera de la ley excede lo razonable de cualquier persona en su sano juicio.
Precisamente en su sano juicio es la antítesis de lo que podemos encontrar entre el superhéroe medio. Egomaniacos estancados en la adolescencia, quejicas hombres de edad madura incapaces de aceptar el destino que intentan cambiar el mundo pero sin el mundo; los superhéroes de cómic no son más que otra forma de nepotismo sólo que aquí, en vez de ilustración, habría venganza. Por eso Super se define como una perfecta síntesis de que supone ser un superhéroe: Frank D’Arbo, el protagonista, es un hombre con sólo dos recuerdos buenos y, cuando le arrebatan uno de ellos, la psicosis se ceba en él hasta convertirlo en un vengador enmascarado.

