A Totally Fun Thing That Bart Will Never Do Again, de The Simpsons
Una de las problemáticas que más nos preocupan y que resultan más arcanas para el filósofo medio es el tema de la diversión ‑lo cual, por otra parte, no debería extrañarnos: el filósofo medio es un sujeto igualmente arcano para la diversión. Quizás por ello toda reflexión sobre la diversión que se ha hecho hasta el momento radica más desde la crítica o ensalzamiento del ocio, siempre como antítesis o continuación alienante del trabajo que por algo con interés por sí mismo; parece ser imposible concebir a la diversión en un factum propio. Quizás el caso más extremo sea el de Blaise Pascal al afirmar que el hombre pierde su vida en la diversión ya que con eso lo único que hace es obnubilar su mente para no pensar en la muerte, lo cual le lleva a perder el tiempo que podría haber aprovechado de un modo productivo. ¿Qué es la vida cómo existencia productiva? Las matemáticas o la teología, nos diría Pascal, porque de hecho el único sentido para la vida en esta visión de la diversión ‑que, no se dejen engañar, es la predominante en nuestra sociedad- es ser productivos, hacer lo correcto en tanto normativamente adecuado.
Es por ello que Los Simpson tienen mucho que decir en tanto no sólo radiografía de la sociedad, sino brújula ética de como vivir una vida buena en el espíritu hedonista más puro de Montaigne. La familia amarilla de América, a día de hoy, es el puntero exacto de las filias y fobias, de lo mejor y lo peor, de una sociedad que nos resulta mimética a toda la occidentalidad y, por extensión, no dejan de ser un retrato donde nos vemos reflejados con una constancia sistemática; si en algún lado quisiéramos ver fehacientemente como es la vida de nuestro tiempo satirizando todo ello hasta llevarlo a un terreno de lo absurdo donde nos enseñen por qué son estúpidos esos pareceres, es en Los Simpson. Sólo en la familia más famosa de Springfield, por su extensa mitología, hay una caracterización de lo real que sobrepone lo real mismo para hacerse sugerencia ética sin caer en la moral.
Es por eso que se nos hace interesante el capítulo; donde el libro original de David Foster Wallace insiste en hacer una radiografía del aburrimiento ‑y, por extensión, de la condición de deseo de muerte constante del autor- en el contexto de un crucero que promete diversión, el capítulo se nos muestra como su antítesis: no pretenda demostrar el aburrimiento, sino la diversión ‑y, por extensión, de la condición de deseo de vida constante del protagonista. Esto es algo con lo que los guionistas ya juegan de entrada, pues donde la historia de DFW sería Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer ‑arrancando toda diversión del hecho del supuesto haciendo, en el proceso, una invitación hacia el aburrimiento- el capítulo de Bart se torna como un contrario con el cual comparte sólo la mitad de su premisa Algo totalmente divertido que Bart nunca volverá a hacer. Es por ello, que ya desde la mera concepción nominal, tenemos vendida toda la reflexión: donde DFW ve el aburrimiento que le invita a no volver a hacer algo, Bart ve la diversión que ya nunca más conocerá. Ahora bien, las conclusiones son tan dispares con respecto de un análisis primero de los títulos como lo son entre sí; analicémoslo detenidamente:
Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer
- DFW opta por situarnos en la suposición, en la posibilidad y promesa de que sea (o de que debio ser) divertido, por lo cual nos sitúa en mitad de la problemática de la decepción vital que nos confina hacia el nihilismo vacío de todo sentido existencial. En tanto no merece pero debería haber merecido la pena, la decepción nos lleva hacia un completo vaciamiento ulterior del sentido de aquello que hemos vivido ‑y, por extensión, es una experiencia que nos produce angustia vital en tanto hemos perdido parte de nuestra vida en ella. - DFW sufre en sus propias carnes este padecer, pues nos cuenta la experiencia vital que de hecho ha vivido en un pasado que suponemos como inmediato en su carácter de remoto con respecto de nuestro tiempo: su angustia vital es. - La desesperación de DFW se cristaliza en la visión del mal congénito que supone a todas las actividades que son aceptadas de un modo arbitrario por el contexto social en el que se sitúa. Nada podría satisfacerle más que el hecho de que le permitieran aislarse dentro de su mundo vital ‑en este caso, la literatura- como exorcismo del aburrimiento producido por el crucero se adhiere a la piel como una capa de mugre inducida por el viento marítimo. - DFW quiere que el crucero acabe lo antes posible, por eso está dispuesto a escribir sobre lo fraudulento de su experiencia por, aunque no para, ello. - En lo único que puede pensar DFW es en la muerte. Siempre pondera su aburrimiento a partir del abismo vital de saberse ante la situación de estar perdiendo el tiempo a cada instante. |
Algo totalmente divertido que Bart nunca volverá a hacer
- Los guionistas de Los Simpson nos sitúan en la certeza, en el hecho constatado de que es algo divertido, por lo cual esto nos sitúa en el puro factum de la diversión. El problema es que en tanto no hubiera merecido la pena ser vivido es posible que ya no haya otra cosa en la vida que merezca ser vivido, que la mediocridad cotidiana le lleve al más absoluto vaciamiento nihilista de su pretensión vital ‑y, por extensión, es una experiencia que nos produce angustia vital en tanto deslegitima el resto de nuestra vida. - Bart sufre en sus propias carnes este padecer, pues nos cuenta la experiencia vital que en potencia el esperar vivir con respecto de las posibilidades vitales que se le abren a partir de aquello que ha vivido: su angustia vital pudiera ser. - La desesperación de Bart se cristaliza en la visión del mal congénito que supone por la no aceptación actividades que son pensadas para cada persona en su singularidad única que poseen. Nada podría satisfacerle más que el hecho de que le permitieran aislarse dentro de su mundo vital ‑en este caso, el crucero- como exorcismo del aburrimiento producido por la vida diaria que se adhiere a la piel como una capa de corrosivo smog. - Bart no quiere que el crucero acabe nunca, por eso está dispuesto a engañar a todo el crucero con una pandemia mundial por, y también para, ello. - En lo único que puede pensar Bart es en la muerte. Siempre pondera su aburrimiento a partir del abismo vital de saberse ante la situación de estar perdiendo el tiempo a cada instante. |
Lo que tienen en común ambos casos es bastante obvio después de hacer un análisis de lo que contienen cada uno de ellos dentro de sí. Aunque cada uno de ellos decide mostrarse dentro de su propio modus vivendi conocido ‑la angustia en DFW, la diversión en Bart- la conclusión para ambos se sitúa precisamente en como la ausencia de toda diversión, el aburrimiento, es la antítesis de lo que se debería considerar una buena vida. Así lo que Pascal consideraría una buena vida, una vida útil, quizás encontraría reminiscencias en DFW sino fuera porque escribir no es útil ‑o, al menos, no es útil como proceso productivo que genere riquezas o beneficios sociales en el que lo hace (de hecho se podría afirmar que es más bien al contrario)- pero de hecho no encontraría razón alguna en Bart, pues precisamente aquello que es útil (la escuela, la criminalidad, el comer con moderación; lo que produce ciertos beneficios) es lo que produce el angst existencial que lleva a la familia Simpson a un crucero donde éste pueda vivir la mejor semana de su vida.
Ahora bien, volvamos a la pregunta que nos ocupa, ¿qué es la diversión entonces? Sigamos la idea de DFW o la de Bart llegaríamos a la misma conclusión única, que sería a su vez la de Pascal, y es que la diversión es aquello que nos hace no pensar en la necesidad última de la muerte. Pero estos no propondrían vivir la vida en lo útil, lo cual no funciona en tanto en teoría el crucero es lo útil ‑ya que, en último término, el crucero era trabajo para DFW y para Bart sólo es fuente de angustia vital en tanto percibe que es pasajero, mera ilusión‑, sino que nos dirán que sólo se puede vivir en aquello que no nos es útil, que no nos hace mejores personas, que no nos hace más ricos o más populares: lo no-útil, lo divertido, escribir o lanzarse por un tobogán con las personas queridas, es el auténtico fin último de toda vida que merezca la pena ser vivida. Porque ante la muerte nadie es nada ni nadie, ni su dinero o su valía social significan nada ahora, pero toda la diversión cristalizada en felicidad que resguardan en su memoria es el paisaje de haber pasado una vida que merece la pena, una vida que deja un testamento de su propio ser en forma de todo aquello que no les hizo ni más ricos, ni más guapos ni más populares, ni más sanos, pero les hizo vivir una vida plena en y para sí misma.
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