A través de los muros, de Eyal Weizman
Si hay una realidad cada vez más patente es que el proyecto de la modernidad ha fracasado en más de un aspecto, siendo uno de ellos la pretensión de la creación de nuevas ciencias pretendidamente autónomas de las demás que pudieran discernirse por y para sí mismas. Hoy cada vez más nos vemos imbricados de una forma más directa en una forma de pensamiento que nos obliga, de una forma ciertamente radical, a pensar cada ámbito de la realidad no sólo desde un punto concreto del conocimiento, sino desde una pluralidad de ellos. Uno de los ejemplos más prodigiosos sería como la filosofía y la arquitectura se complementan hasta conformar una relación imbricada la una con la otra en tanto la arquitectura necesita ser pensada por el condicionamiento que produce en aquello que construye; si un edificio de Le Corbusier tenderá a producir con el tiempo que la zona se vuelva proclive a la criminalidad y uno de Bernard Tschumi hacia revivificar la zona será porque hay una filosofía del espacio arquitectónico-urbanístico que debe ser pensada. La comunión no es forzada, es una exigencia connatural a su necesidad.
Ahora bien, si la filosofía y la arquitectura casan bien en tanto la primera es capaz de explicar como la segunda influencia en la vida de las personas ‑y no sólo eso, también es capaz de explicar a la arquitectura en tanto tal- es obvio que esta relación se podría extrapolar hasta otra clase de relaciones. Es por ello que lo que propone Eyal Weizman en A través de los muros no es más que la evolución lógica esperable a partir de cuando la filosofía, particularmente la filosofía posestructuralista, comienza a preguntarse que ocurre en los espacios vitales y como deberían ser gestionados: el poder dominante en su conformación más brutal y sedentaria, el ejercito, toma nota de estos avances para crear una suerte de filosofía de la arquitectura que pueda ser llevada hacia una nueva práctica interdisciplinar. La arquitectura y la filosofía jugando en favor del poder militar.
Lo más sorprendente a priori no será no como el ejército israelí hace uso de teorías filosóficas y arquitectónicas para combatir las guerrillas palestinas, sino que de hecho hagan uso de dos disciplinas que se les suponen tan alejadas y arcanas a sus propósitos. Por ello la pregunta que cabe hacernos ahora no es cómo hacen uso de ellas, cosa que explica de forma magistral y muy metódica Eyal Weizman en el ensayo, sino por qué se llego a poder hacer tal uso de ellas. Esto es así, simple y llanamente, porque incluso nuestras (oscuras) disciplinas están basados en principios absolutos de realidad pero, por eso mismo, su aplicación se vuelve incluso más obtusa pretendiendo que existe una relación de realidad entre filosofía-arquitectura-realidad. Entonces podríamos afirmar que lo que el ejercito israelí vio antes que nadie fue la posibilidad de integrar un discurso polimórfico en el cual todo discurso ajeno de su propio campo inmanencial no era una forma etérea trascendente con respecto de sí, sino que era otra forma radical de desterritorialización; la aplicación de la filosofía y la arquitectura en la inteligencia militar es la desterritorialización misma de la inteligencia militar que la pone en devenir con respecto de sí misma.
El caso práctico en el cual ahonda de forma sistemática Weizman es el proceso a través del cual los israelís abren agujeros en los edificios privados de los palestinos para así llevar el combate desde el afuera hacia el adentro; asumieron un alisamiento del campo inmanencial para poder asumir una forma rizomática que les permitiera desterritorializar el terreno para poder combatir bajo sus propias condiciones nomádicas. O dicho en palabras más llanas, al destruir las paredes de los hogares de familias palestinas crean un nuevo campo de batalla subterráneo en el cual la lucha se da en un tumulto desorganizado basado en una serie de rutas que se dirigen en todas direcciones y se crean y destruyen de forma incesante. El ejercito hace así uso de conceptos arquitectónicos ‑pues, de no hacerlo, los edificios se vendrían abajo- pero particularmente de la filosofía de posestructuralista para así poder crear un nuevo campo de batalla: al cambiar el modo teórico de combate se crea una sinergia a través de la cual el modo práctico también cambia de forma natural; la mutación de lo teórico se presenta en lo práctico por el devenir mismo de su implantación.
Ahora bien, esto no deja de ser más que un ejemplo de como la filosofía es aplicada al campo de batalla ayudado por conocimientos subsidiarios de la arquitectura pero, ¿cómo aplican una filosofía de la arquitectura a esto? Si tenemos en cuenta que la filosofía de la arquitectura estudia las condiciones de influencia que tiene la arquitectura y la urbanística en los flujos sociales entonces deberíamos estudiar por qué los israelís asumen un trazado arquitectónico como lo hacen. El ejemplo de la reconstrucción de un barrio palestino en el cual deciden devorar parte de las residencias privadas (reducción del campo estriado) para ampliar la carretera (devenir liso el campo de batalla) es una forma de poder introducir en posibles nuevas incursiones tanques (introducción de la máquina de guerra) que puedan apoyar con facilidad los procesos a través de los muros (proceso de enjambramiento) dependiendo de sus circunstancias (planes de contingencia). Así, en este proceso, lo teórico y lo práctico se indiferencian del mismo modo que lo filosófico y lo arquitectónico se indistinguen en una sensual danza en honor del Gran Dios Guerra al cual sirven irónicamente.
¿Y qué fue de todo esto finalmente? Un fracaso. El problema de toda esta teoría es que no deja de ser profundamente anti-estatalista y, aun cuando pretendan asumirla como propia, la teoría posestructuralista nunca dejó de ser pensada como un combate de lo disperso contra lo monolítico, del nómada contra el sedentario. Aun cuando el ejército puede asumir planteamientos propios de la técnica mesetaria, estos no son más que procesos medidos por su eficacia dentro del inmovilismo que le es propio y reconocido al ejercito, pues aun cuando se pretenda éste máquina de guerra nómada, un enjambre bien imbricado, nunca dejará de ser una brutal y pesada máquina de guerra estatal. Y por ello, aun cuando combatan a través de los muros y la disciplinaridad ‑aun cuando invisibilicen los muros de la diferencia creada, de lo que está artificialmente ahí‑, siempre estarán sujetos a la lenta mecánica de las dentadas ruedas del sistema.
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