Etiqueta: filosofía

  • «Nadie parece advertir los aspectos filosóficos de mi música». Entrevista con Marlon Dean Clift

    nullEl ar­tis­ta au­tén­ti­co es aquel que no se rin­de ja­más an­te la ad­ver­si­dad. Por eso Marlon Dean Clift, pu­bli­can­do to­dos los años no me­nos de un par de re­fe­ren­cias en Bandcamp, es un no­ta­ble ejem­plo de lu­cha por la su­per­vi­ven­cia ar­tís­ti­ca: a los már­ge­nes de la in­dus­tria, lu­cha ca­da día pa­ra ha­cer­se oír sin nun­ca per­mi­tir­se ha­cer con­ce­sio­nes al ten­di­do. Su me­lan­có­li­co es­ti­lo folk rock, in­clu­yen­do sus in­cur­sio­nes elec­tró­ni­cas más pró­xi­mas al am­bient y el dro­ne, le co­lo­can co­mo un mú­si­co a se­guir de cer­ca por su ex­cep­cio­nal pro­duc­ti­vi­dad, que nun­ca se en­cuen­tra re­ñi­da con la ca­li­dad fi­nal. Y aho­ra, ha sa­ca­do nue­vo dis­co. Celebrando la oca­sión ha­bla­mos de Farewell, Star, su úl­ti­mo tra­ba­jo has­ta el mo­men­to que se pue­de es­cu­char y com­prar en Bandcamp, pa­ra abor­dar las cla­ves ocul­tas no só­lo de­trás del mis­mo, sino tam­bién de to­do su trabajo.

    A. Aunque ha­blar de tu mú­si­ca es ha­blar de una cons­tan­te ló­gi­ca, cual­quie­ra que se acer­que a Farewell, Star no­ta­rá cier­tas di­fe­ren­cias con res­pec­to de tus an­te­rio­res tra­ba­jos. Es qui­zás me­nos ci­ne­ma­to­grá­fi­co, me­nos pai­sa­jís­ti­co, abra­zan­do y des­pren­dién­do­se al tiem­po de un es­ti­lo más pró­xi­mo al ini­cia­do en Spleen: di­rec­to y emo­cio­nal, «un hom­bre a so­las con su gui­ta­rra» —po­dría­mos de­cir. ¿Cómo has vi­vi­do esa evolución?

    M. No di­ría evo­lu­ción, es más, el grue­so de can­cio­nes del dis­co lo es­cri­bí en ve­rano de 2013. De he­cho pro­si­gue la na­rra­ción que ini­cié en Blonde On The Tracks y que hi­zo es­ca­la en Spleen II. Las can­cio­nes de Farewell, Star son can­cio­nes de adiós, de uno re­sig­na­do. Abordarlas des­de lo acús­ti­co y lo des­nu­do es ple­na­men­te de­li­be­ra­do, me pa­re­cía el for­ma­to más na­tu­ral pa­ra con­tar esas historias.

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  • Pascal (Brutal) I. Sobre «Artículo XXV. Pensamientos diversos: LXIV» de «Pensamientos»

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    La teo­lo­gía es una cien­cia, pe­ro al mis­mo tiem­po ¡cuán­tas cien­cias con­tie­ne! Un hom­bre es una uni­dad, pe­ro si se le exa­mi­na ana­tó­mi­ca­men­te se­rá la ca­be­za, el co­ra­zón, el es­tó­ma­go, las ve­nas, ca­da ve­na, ca­da par­te de ve­na, la san­gre, ca­da hu­mor de la sangre.

    Una ciu­dad, un cam­po, de le­jos es una ciu­dad y un cam­po; pe­ro a me­di­da que nos acer­ca­mos son ca­sas, ár­bo­les, te­jas, ho­jas, hier­bas, hor­mi­gas, pa­tas de hor­mi­ga, has­ta el in­fi­ni­to. Todo eso es­ta­ba den­tro del nom­bre de campo.

    Blaise Pascal

    Para ha­blar de Blaise Pascal acu­di­re­mos, de en­tra­da, al ri­co re­fra­ne­ro es­pa­ñol: «que los ár­bo­les no te im­pi­dan ver el bos­que». Lo que pre­ten­de afir­mar el re­frán es bas­tan­te evi­den­te, que uno no de­be ob­ce­car­se en los de­ta­lles ob­vian­do, en el pro­ce­so, lo que ocul­ta la ima­gen ge­ne­ral; en sen­ti­do con­tra­rio, la pro­pues­ta de Pascal va des­de lo ge­ne­ral has­ta lo par­ti­cu­lar: pa­ra po­der ver el ár­bol pri­me­ro de­be­mos co­no­cer el bos­que, por­que pri­me­ro lo ve­mos des­de le­jos y só­lo po­de­mos ver­lo co­mo to­ta­li­dad, y al acer­car­nos lo ve­mos en sus par­ti­cu­la­res, apre­cian­do en­ton­ces lo más cer­cano: los ár­bo­les. Hasta aquí, na­da que no sea evi­den­te pa­ra cual­quie­ra con me­mo­ria y per­cep­ción es­pa­cial. El pro­ble­ma lle­ga cuan­do de­be­mos pen­sar­lo a tra­vés de la idea de pers­pec­ti­va. Para ver el bos­que de­be­mos ale­jar­nos y ob­viar el de­ta­lle del ár­bol, del mis­mo que el ár­bol nos im­pi­de ver el bos­que por­que no exis­te dis­tan­cia real su­fi­cien­te pa­ra apre­ciar­lo en su to­ta­li­dad; no exis­te, por tan­to, po­si­bi­li­dad de que nues­tra vis­ta que­de blo­quea­da por los ele­men­tos cons­ti­tu­yen­tes: es un pro­ble­ma de pers­pec­ti­va personal.

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  • Decir es también lo que no se dice. Sobre «Palabras» de Shinkichi Takahashi

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    No to­mo tus palabras
    sim­ple­men­te co­mo palabras.
    Estoy ale­ja­do de eso. Escucho
    lo que te ha­ce decirlas—
    lo que ellas quie­ren ser—
    escucho.

    El re­to de la poe­sía es de­cir aque­llo que no pue­de de­cir­se, traer al mun­do aque­llo que exis­te a pe­sar de no po­der ser nom­bra­do. En tan­to ar­te esen­cial de la me­tá­fo­ra, y par­tien­do de que to­do con­cep­to an­tes de ser uní­vo­co y co­no­ci­do ha si­do por ne­ce­si­dad una me­tá­fo­ra que evo­ca su sen­ti­do, la poe­sía tie­ne la fun­ción de crear el len­gua­je de lo in­nom­bra­ble; to­do lo que no se pue­de de­cir, por­que no exis­ten las pa­la­bras o la po­si­bi­li­dad de ar­ti­cu­lar­las, es lo que de­be de­cir el poe­ta. El poe­ta es el más ba­jo de los dio­ses y el más al­to de los hom­bres. Aquel poe­ta que con­si­gue di­na­mi­tar su tiem­po y lle­gar más allá, en­ten­dien­do por poe­ta cual­quie­ra que se apro­pie de la me­tá­fo­ra co­mo ca­sa y ca­mino de aque­llo que no pue­de ex­pre­sar, es el que ha lo­gra­do ha­cer de su ar­te al­go que tras­cien­de la gro­se­ría de pre­ten­der de­cir lo que to­dos sa­be­mos con pa­la­bras equí­vo­cas. Poeta es quien di­ce al­go ocul­to en las pa­la­bras co­rrien­tes, quien nos mues­tra aque­llo que no sa­be­mos escuchar. 

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  • Cultura sin relativismo. Sobre «El crisantemo y la espada» de Ruth Benedict

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    El prin­ci­pal pro­ble­ma que en­con­tra­mos en la mun­dia­li­za­ción no es que ex­ter­mi­ne las par­ti­cu­la­ri­da­des pro­pias de ca­da cul­tu­ra, sino que se im­po­ne ig­no­ran­do su exis­ten­cia. Las po­lí­ti­cas económico-sociales no pue­den ser las mis­mas en Japón y Estados Unidos, en España e Inglaterra, por la sen­ci­lla ra­zón de que la idio­sin­cra­sia de ca­da uno de los paí­ses re­sul­ta, en úl­ti­ma ins­tan­cia, aje­na a las de­más; pue­den exis­tir pa­ra­le­lis­mos y pun­tos en co­mún, pe­ro to­da po­lí­ti­ca de­be­ría adap­tar­se a la cul­tu­ra del lu­gar y no al re­vés. Cosa que tan ape­nas sí ocu­rre. ¿Cómo de­be­ría en­ton­ces bus­car­se ha­cer una po­lí­ti­ca co­mún a más de una zo­na cul­tu­ral sin que por ello se im­pon­gan so­bre las cos­tum­bres y mo­dos de vi­da de las de­más? Comprendiendo no só­lo aque­llos ras­gos que se com­par­ten, sino tam­bién en­ten­der có­mo se ve la vi­da des­de sus ojos.

    El cri­san­te­mo y la es­pa­da es una ra­re­za por su mo­do de abor­dar el pen­sa­mien­to ja­po­nés, sis­te­má­ti­co y des­de den­tro, pe­ro tam­bién por có­mo lo ex­po­ne, sin ne­gar­se los arre­ba­tos lí­ri­cos o las re­fe­ren­cias cons­tan­tes ha­cia el pa­pel de la cul­tu­ra, la po­lí­ti­ca y la eco­no­mía en la pro­duc­ción del pen­sa­mien­to. Ruth Benedict si­gue la evo­lu­ción his­tó­ri­ca del país, los cam­bios que se pro­du­cen en su sis­te­ma político-social, los vai­ve­nes eco­nó­mi­cos y mi­li­ta­res, pa­ra en­con­trar pun­tos en co­mún que, a pe­sar de los cam­bios, nun­ca cam­bien; su pri­me­ra con­clu­sión es evi­den­te, que los ja­po­ne­ses no tie­nen la mis­ma con­cep­ción que los es­ta­dou­ni­den­ses so­bre los va­lo­res so­cia­les, y su te­sis es tan su­til co­mo cer­te­ra, que los ja­po­ne­ses creen en el ho­nor por en­ci­ma de to­do. Habría que ma­ti­zar aquí. Lo que nos pro­po­ne es una lec­tu­ra de la cul­tu­ra ja­po­ne­sa des­de el con­cep­to de «deu­da de ho­nor», no de «ho­nor» —la im­por­tan­cia re­cae so­bre la deu­da, so­bre el otro y la so­cie­dad, y no so­bre el ho­nor, so­bre uno mis­mo fren­te al otro o la so­cie­dad — , dán­do­nos una in­ter­pre­ta­ción de la cul­tu­ra ja­po­ne­sa que la ha­ce, só­lo a prio­ri, irre­con­ci­lia­ble con la idio­sin­cra­sia de las cul­tu­ra­les oc­ci­den­ta­les: el res­pe­to por los de­re­chos hu­ma­nos en ge­ne­ral y por la li­ber­tad per­so­nal en particular.

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  • Black Metal Hegel. Nocturnos noruegos del fin de la historia

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    El hom­bre es esa no­che, esa na­da va­cía, esa no­che que lo en­vuel­ve to­do en su sim­pli­ci­dad, una in­fi­ni­ta va­rie­dad de re­pre­sen­ta­cio­nes, de imá­ge­nes, nin­gu­na de las cua­les es en ese mo­men­to pen­sa­da ni es­tá pre­sen­te. Lo que exis­te aquí es la no­che, la na­tu­ra­le­za en su in­te­rio­ri­dad, el yo en su pu­re­za. En torno a esas re­pre­sen­ta­cio­nes fan­tas­ma­gó­ri­cas se cier­ne la no­che: aquí apa­re­ce brus­ca­men­te una ca­be­za en­san­gren­ta­da, ahí una for­ma blan­ca, pa­ra des­apa­re­cer de in­me­dia­to. Esa no­che es la que des­cu­bri­mos cuan­do mi­ra­mos a los ojos al hom­bre, una no­che que se tor­na ca­da vez más es­pan­to­sa: cae an­te no­so­tros la no­che del mundo

    Georg Wilhelm Friedrich Hegel

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